por Quintín
Tras haber sido jurado del Bafici en 2010, César Aira publicó su novela Festival. En ocasión del cincuentenario de la Viennale, Hans Hurch, director del festival austríaco, decidió traducirla y me pidió que escribiera un prólogo para la versión alemana que acaba de aparecer. Este es el texto original.
César Aira es un escritor extraordinario, uno de los más importantes en lengua española. Su originalidad incluye tanto la calidad de la prosa como el modo de entender la escritura, la publicación y la relación con el mercado literario. Aira lleva publicadas unas setenta novelas y casi una decena de ensayos. Puede lanzar cinco libros al año, distribuidos en sellos precarios y en grandes empresas editoriales, tanto en la Argentina como en España y América Latina. No tiene un agente ni promociona la venta de sus libros, no da entrevistas en la Argentina, no se presenta a concursos y se mantiene a distancia de las ceremonias del mundo cultural. Pero su obra es más excéntrica que su personalidad y sus costumbres son apenas la consecuencia de una concepción radical del arte. Aunque varios de sus libros han sido traducidos a distintos idiomas, hasta ahora es poco conocido fuera del universo hispanoparlante.
Aira nació en 1948 en Coronel Pringles —una pequeña ciudad de provincia a 500 kilómetros de Buenos Aires— y tuvo hasta ahora una vida sin rasgos espectaculares. Casado y con dos hijos, suele decir que es un padre de familia pequeño burgués que vive para su trabajo. Para él, lo que hace únicos a los hombres son los libros que han leído. A los 18 años, Aira fue a estudiar literatura a Buenos Aires y allí vive desde entonces en el barrio de Flores, que aparece varias veces en sus libros. Después de graduarse esquivó la vida académica y hasta que sus ingresos como autor le permitieron independizarse, vivió muchos años de traducir, sobre todo libros comerciales de ficción. La leyenda dice que traducía a una velocidad asombrosa y que cambiaba los textos según su criterio. La situación del escritor dedicado a traducir literatura descartable está analizada en La Princesa Primavera, una novela publicada en México en 2003, narrada por una joven princesa que vive en una isla. Aunque reina sobre sus súbditos y le toca defenderlos de la invasión del maligno General Invierno, la princesa vive de traducir novelas previsibles y seriadas, que “renuncian a la cualidad propia del arte, que es constituirse en un objeto único e irrepetible”. Sin embargo, el esfuerzo por describir esa literatura vale la pena porque “no hay objeto en el universo que no merezca atención y que no recompense el pensamiento que se le dedica”. Esa frase revela una obstinación wittgensteiniana y explica las frecuentes digresiones en la obra de Aira a propósito de casi cualquier cosa. La princesa primavera es una típica novela aireana: comienza como un cuento infantil pero incluye reflexiones minuciosas, una teoría sobre el arte, elementos autobiográficos, un humor muy personal, un final disparatado y un tono indefinible, que no se parece al de ningún escritor contemporáneo.
Moreira, la primera novela de Aira, es de 1975. La historia de esa publicación se cuenta en otra novela —La vida nueva, 2006— haciendo que las infinitas dilaciones a las que un editor inescrupuloso sometió al autor sean una ilustración de las paradojas de Zenón. En La vida nueva, las demoras y la escasa confiabilidad de los editores hacen que el protagonista abandone la literatura y se dedique a ganar dinero como empresario. El relato es simplemente una memoria de juventud del narrador cuando todavía no había advertido que el ambiente de los libros era “un mundo ajado, polvoriento, un poco sórdido, un mundo alternativo donde iban a parar los fracasados del mundo real”. Como vemos, la ironía de Aira se extiende a su persona y a sus propias cualidades. En realidad Aira tardó seis años en publicar su novela siguiente, la barroca Ema, la cautiva, también ambientada entre indios y soldados del siglo XIX y también deudora de las discusiones académicas y las teorías estructuralistas de la época, que le dio un inmediato prestigio entre la crítica universitaria, aunque después su estilo se haría más directo y más despojado. Otra de sus novelas tempranas, La liebre (1991), que se ocupa de indios y viajeros ingleses en La Pampa, fue la más vendida, porque según Aira su material histórico “caía bien en los planes de estudio.” La liebre es del mismo año que Copi, un ensayo (en realidad, la transcripción de cuatro conferencias) sobre Raúl Damonte, un genial dibujante, actor, dramaturgo y narrador argentino (1933-1987) que vivió en París, escribió en francés y cuya obra literaria sería reconocida solo en los últimos años, en parte gracias a Aira. Aira fue también el responsable de difundir y de curar la obra de Osvaldo Lamborghini (1940-1985), un poeta marginal que apenas publicó en vida y que hoy se considera fundamental en las letras argentinas.
Los descubrimientos y rescates de otros escritores se acumulan en uno de los libros más sorprendentes de Aira, su fundamental Diccionario de autores latinoamericanos (1985), que reúne unas 1500 entradas sobre autores de veinte países. Esta obra es de una enorme erudición, pero no es un tratado exhaustivo sino una colección de apuntes que Aira tomó para su propia educación a lo largo de un año de lecturas. Pero hay allí un verdadero canon de la literatura del continente, que permite equilibrar con frescura y perspicacia las consagraciones de la academia y el mercado y también conectar literaturas nacionales que han permanecido aisladas entre sí durante los últimos ochenta años.
Volviendo a Copi, bajo la excusa de explicar la obra del escritor a una veintena de alumnos, Aira construye una teoría literaria propia basada en paradojas e ideas que desafían el sentido común. Por ejemplo: “El arte no es importante, ni siquiera es necesario; por el contrario, oscila en el borde de no ser, y las más de las veces, cuando más grande es, se esfuma”. O este otro: “La obra de Copi, valiosa como es en sí misma, vale menos que él, o de esa forma de su persona que es su trabajo. Su apelación a distintos géneros, su minimalismo, su recurso a los géneros menores, todo coincide en hacerlo un artista en acción, menos una obra que un artista.” Las referencias de Aira corresponden siempre al arte de vanguardia. Habría que decir de las artes. En literatura habla del excéntrico Raymond Roussel, en plástica de Marcel Duchamp, en música del pianista de jazz Cecil Taylor, cuya carrera transcurrió en la oscuridad durante muchos años y a quien Aira dedica un cuento maravilloso, reeditado como libro en 2011. “La carrera del músico innovador era difícil porque a diferencia del músico convencional que solo tenía que halagar al público, debía crear su propio público inexistente hasta entonces.” “Un pianista convencional, pensó, siempre está tratando con la música en su forma más general, como si dejara lo particular para otra ocasión, para cuando llegara el momento”. Estas definiciones, estas diferencias entre el arte adocenado y el de los artistas que siguen su camino es una declaración de principios del propio Aira, empeñado en diferenciarse de quienes proveen la mercadería a la industria cultural con sus volúmenes de ventas y sus premios. Es decir, en materia de literatura latinoamericana, de premios Nobel y falsos grandes escritores como García Márquez o Vargas Llosa. Aira, mediante sus rescates y sus señalamientos, se mide con la literatura mainstream y aspira, no al reconocimiento de los premios ni del público sino a tener lectores como para “poder seguir escribiendo”, único sentido de la literatura para el escritor verdadero.
Entre las citas que aparecen en Copi, hay una de Jasper Johns que dice: “El arte es hacer una cosa, después otra cosa, después otra cosa…” Aira ha tomado este precepto al pie de la letra y lo ha convertido en sistema literario. Así, todos los días escribe una o dos páginas que se agregan a las que venía escribiendo antes hasta completar un libro. Sus novelas, que no suelen tener más de cien páginas (hay algunas miniaturas mucho más cortas, incluso de ocho páginas, que él se empeña en clasificar como novelas y no como cuentos porque son “lo que pasa y no lo que pasó”) no obedecen a un plan previo. Parten de una idea, de una situación que se desarrolla sin volver nunca atrás, sin modificar nada de lo escrito y agregando simplemente a continuación una cosa y luego otra cosa… De esa restricción, de la prohibición de corregir o reestructurar surge la absoluta libertad en su escritura, tal vez la más libre de cuantas haya dado la literatura en mucho tiempo. Esta especie de literatura improvisada es pariente de la escritura automática de los surrealistas, pero Aira no suele perder el hilo de lo que narra, aunque vaya cambiando de dirección continuamente: sus novelas son obras continuas pero consistentes, sin una estructura pero alimentadas por el talento y por el pulso del procedimiento que las lleva hacia adelante.
Festival es una de las grandes novelas de Aira. Su punto de partida es muy característico y muy divertido: A. Steryx, un cineasta belga de culto, es invitado a presidir el jurado de un festival de cine independiente en una ciudad que bien podría ser Buenos Aires si allí hubiera montañas. Steryx es también homenajeado con una retrospectiva, la primera integral de su obra. Pero sin que nadie entienda la razón, viaja acompañado de su madre, una mujer de más de noventa años que apenas camina pero se empeña en participar de todas las actividades del director. Aira no es particularmente cinéfilo y pocas veces se ha ocupado del cine en su obra. En Fragmentos de un diario en Los Alpes demuestra su perplejidad ante el hecho de que el cine (a diferencia de la televisión o los videojuegos) haya logrado convertirse en poco tiempo en una de las artes mayores. Pero en Festival se las arregla para iluminar algunos aspectos del cine no demasiado discutidos y juega en muchos terrenos a la vez. Mientras sigue la comedia de enredos que provoca la anciana (hasta revelar incluso las sorprendentes razones de su conducta), expone las tensiones que en un festival de cine afectan al público, los cinéfilos, los programadores, la prensa y los políticos. Pero también vuelve a incursionar en la teoría estética y describe a Steryx como una caricatura de Aira en el terreno del cine. Se trata de un genio cuya obra se compone de películas de fantasía baratas, apreciadas como sublimes por una minoría de adictos, mientras que otros lo denuncian como un fraude y califican a sus seguidores como esnobs sin remedio. Esta oportuna traducción de Festival es la ocasión para conocer en alemán a uno de los escritores más sofisticados de este tiempo. Es como si Steryx asistiese al aniversario de la Viennale.
Foto: Marcelo Panozzo
octubre 27, 2012 a las 8:19 am
Gran texto! Una linda mirada sobre el genio de Aira. Felicitaciones!
octubre 27, 2012 a las 12:15 pm
Se lee con mucho placer este prólogo.
No se que pasará con la anciana pero la madre de Borges tenía mas de noventa y un carácter muy decidido.
octubre 30, 2012 a las 3:08 pm
Lo que se dice de Aira aquí está bien. El problema, para mí, es el innecesario y apresurado comentario sobre Vargas Llosa y García Márquez. Después de leer esto alguien en Austria puede llegar a creer, muy equivocadamente, que Cien años de soledad o Conversación en la catedral o La ciudad y los perros o La guerra del fin del mundo son novelas prescindibles.
Saludos,
L.
octubre 30, 2012 a las 7:28 pm
Personalmente, creo que el mundo no se hubiera perdido nada (o muy poco) si no se escribían esas novelas. Especialmente Cien años de soledad.
Q
noviembre 6, 2012 a las 10:48 am
Estoy leyendo por segunda vez Varamo, otro Aira imprescindible.
noviembre 8, 2012 a las 3:01 pm
Estimado, hay ya siete libros publicados por Aira en Alemania, muchos en inglés, (7 u 8), Francés, más de 12. Chino, coreano, italiano, portugués, danés, polaco, holandés, etc. habría que informarse antes de dar informaciones erradas. Aira ya a esta altura en mundialmente conocido por los lectores.
Saludos
Martín Preito
noviembre 8, 2012 a las 4:20 pm
Prieto. Todo el mundo sabe que a Aira ya lo publicaron en alemán, en chino y en coreano. Yo no dije que fuera la primera traducción. En todo caso la frase es un poco vaga, tan vaga como que Aira es «mundialmente conocido». Pero me llama la atención su estúpida agresividad de mono sabio. También me llama la atención que crea que a Aira lo conocen como a Cortázar.
Q
noviembre 8, 2012 a las 7:33 pm
¿El protagonista se llama A. Steryx? ¿En serio? Ah, el humor airano… ¿Quién será el próximo? ¿Pat Oruzú, por ejemplo? No, los alemanes no comprenderían el chiste.
noviembre 9, 2012 a las 8:16 am
Quintín.
Fijate que el que firma es «Preito», no «Prieto». Aparece así dos veces, así que no es errata.
Saludos
noviembre 9, 2012 a las 8:39 am
Prieto, Preito, qué sé yo. Es el que comenta más arriba.
Q
junio 2, 2013 a las 8:41 am
[…] foi comercializada en tradución ao alemán dentro da colección Useful Books da Viennale, cun clarificador prólogo escrito por Quintín, valedor entusiasta do prolífico escritor de Coronel […]
noviembre 14, 2014 a las 4:11 pm
[…] https://lalectoraprovisoria.wordpress.com/2012/10/26/cesar-aira-un-amigo-de-steryx/ […]