Leyendas de Okinawa (1)

El perro y la princesa

Había una vez un rey que fue atacado por un país vecino. El ejército agresor era muy numeroso y no tardó en diezmar a las tropas del rey. Como último recurso antes de la rendición, el soberano convocó a sus súbditos al castillo y les dijo:

–Si alguno de ustedes me trae la cabeza del general enemigo, le daré como recompensa cualquier cosa que me pida.

Pero, al ver avanzar a las fuerzas invasoras, todos recularon, incluso los samuráis que tanto se jactaban de su coraje. Nadie se animó a ir a buscar la cabeza del general enemigo.

Entretanto, el perro de la hija del rey salió del castillo, corrió hasta el centro mismo de las tropas enemigas, atacó al general y le arrancó la cabeza con los dientes. Con la presa colgando de sus fauces regresó al castillo.

La muerte del general provocó caos y confusión entre las fuerzas agresoras, que se dispersaron y fueron rápidamente capturadas por las tropas reales. Cuando la guerra terminó, el rey triunfante mandó llamar al perro y le preguntó:

–¿Tienes algún deseo? ¿Cuál es? Yo te lo concederé.

El perro no dijo nada.

–Bueno, te haré un delicioso banquete.

Y ordenó que le sirvieran los manjares que más le gustaban, pero el perro no probó bocado. Se dirigió en silencio al lugar donde estaba sentada la princesa y empezó a tironearle el kimono con los dientes.

–¿Pero qué le pasa a este animal? ¿Por qué hace eso? –gritó el rey mientras el perro seguía tironeando del kimono como si dijera “la quiero a ella”.

–No es un perro como los demás, padre –respondió la princesa–. Comprendió tus palabras, por eso te trajo la cabeza del general y ahora está esperando que cumplas tu promesa. ¡Escucha lo que te está pidiendo!

El rey se quedó pensando un rato.

–Dije que daría una recompensa a quien me trajera la cabeza del general, es cierto. Y como soy un hombre de palabra, voy a cumplir mi promesa. Pero no puedo permitir que el perro que desea a mi hija permanezca en el castillo, así que he decidido enviarlos a ambos a una isla.

Al día siguiente, acompañados por una doncella y un sirviente, la princesa y su perro subieron a un barco repleto de comida y agua y partieron al exilio.

Desembarcaron en una isla donde no había casas ni gente. Construyeron una casita junto a una cueva y allí comenzaron una nueva vida juntos. Como la doncella y el sirviente eran personas mayores, murieron al poco tiempo y dejaron solos al perro y la princesa.

–Debo irme. Volveré cuando me convierta en hombre. Ten paciencia y espérame –dijo el perro, y se metió en la cueva.

–No me importa que sigas siendo un animal. Regresa pronto, por favor –le suplicó la princesa, temerosa de quedarse sola en esa isla desierta.

A partir de ese momento el perro fue cobrando poco a poco forma humana. Faltaban siete días para convertirse en un hombre completo, pero al sexto día la princesa, cansada de llorar, perdió la paciencia y entró en la cueva.

Y entonces vio, allí donde antes había un perro, a un joven hermoso con una cola.

–Es el único rastro de perro que me quedó, ¿te molesta? –preguntó él.

–En absoluto –contestó la princesa.

Luego se casaron, tuvieron hijos y una larga y próspera descendencia.

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Tomado de un sitio de leyendas de Okinawa

Traducción del japonés: Gabriela Ventureira

Ilustración: Dasbald

7 respuestas to “Leyendas de Okinawa (1)”

  1. Mariana Says:

    Clap, clap!

  2. Mariana Says:

    …Y muy buena la ilustración Dasbaldiana!

  3. marta Says:

    Un cuento que da que pensar, sobre todo ahora que los HOMBRES escasean.
    Muy ingenioso el dibujito ovoide del siempre inspirado Dasbald.
    Marta, la delfina.

  4. janfiloso Says:

    ¡Que buen cuento! La críptica sabiduróa oriental.

  5. Juan Gonzalez Says:

    Excelentísimo.
    Espero más y más.

    Vos sos la traductora medio humana medio divinidad.

    Besos

  6. norma postel Says:

    Gracias Gabriela ,tus cuentos dan mucha ternura. Muy buenos los dibujos

  7. ag Says:

    O sea que el joven hermoso tenía dos colas; una por delante y otra por detrás y se había vuelto doblemente hombre, por si a la princesa un día, se le ocurriera pedirle que le trajera el diario.

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