La traductora 100% perfecta no puede parar

Tanta emoción le dio entender el cuentito de Murakami, que ahora la traductora Gabi san no puede parar de traducir. Las endorfinas la llevan de las narices y traduce y traduce sin cesar. Todavía no puede creer que se produjo el milagro y que comienza a entender el japonés. Amigos, no sé si se dan cuenta de que hay que aprovechar estos momentos de euforia y rogar que le duren. Mientras Gabi siga con el impulso, disfrutaremos de una buena selección de textos japoneses y de las increíbles ilustraciones de Dasbald. Esperemos que Gabi no sea como Sherlock Holmes y que un día de estos se palme y se tire abúlica en un sillón a fumar opio y tocar el violín. Por suerte, de música la Ventureira ni pío. (F)

El biombo dorado

Había una vez, en una pequeña aldea, un viejo sacerdote que cuidaba un templo budista muy antiguo. Un día un tifón azotó la aldea y causó destrozos en muchas casas. El templo no fue la excepción. Los daños llegaron incluso al salón central, donde se cayó un pedazo de pared y dejó en su lugar un enorme agujero.

El domingo, como todos los domingos del año, el sacerdote debía reunir allí a la gente del pueblo para dar su servicio. Era imposible tener la pared arreglada para ese día, pensó, así que decidió salir a comprar algo que ocultara provisoriamente el agujero.

Se dirigió entonces a un negocio de antigüedades que vendía cosas de todo tipo y tamaño. Tan pronto como puso el pie dentro de la tienda, se le encandilaron los ojos. Un biombo de oro brillaba en medio de la luz declinante del atardecer.

Era un biombo recubierto con láminas de oro, bastante viejo y un poco descascarado aquí y allá, pero muy hermoso. Mientras el anciano observaba el magnífico objeto, el dueño de la tienda le comentó que ningún cliente quería comprarlo porque era demasiado grande para ponerlo en una casa. El sacerdote calculó a ojo las medidas, decidió que cubriría perfectamente el agujero y le pidió al tendero que se lo enviara al templo.

Al llegar al templo, vio a una vieja andrajosa parada frente a la puerta. De rostro pálido y lleno de arrugas, tenía no obstante cierto aire distinguido. Algo en su aspecto hacía pensar que, si bien su vida había sido una larga sucesión de penurias, alguna vez había conocido la riqueza.

La mujer se acercó lentamente al sacerdote y le preguntó si podía quedarse unos días en el templo porque su casa había sido destruida por el tifón y no tenía a quién más recurrir. El sacerdote sintió mucha pena por ella y, tras hacerla pasar, le dijo que podía quedarse allí todo el tiempo que quisiera.

Al día siguiente llegó el ansiado biombo. El sacerdote lo colocó delante de la pared rota del salón central, lo desplegó rápidamente y se quedó contemplándolo con gran satisfacción. La anciana, que estaba detrás de él, también se puso a mirarlo. De pronto sus ojos se abrieron de par en par y se llenaron de lágrimas.

—¿Qué ocurre? —preguntó el sacerdote.

—Es que me acordé de algo. Ese biombo… parece muy viejo. Por alguna razón me trae recuerdos de otras épocas de mi vida. En realidad yo tenía un biombo igual a ese. Me lo dio mi esposo como regalo de boda. Ha pasado una eternidad desde entonces. Claro que el mío era mucho más lindo… y en la parte de atrás escribí la fecha de nuestro casamiento.

Dicho esto, la mujer fue a mirar detrás del biombo y vio escrita la fecha que había mencionado.

—¡Acá está! ¡Es el mío! —gritó la anciana—. Hace mucho tiempo fui la esposa de un rico mercader. Cuando se produjo el gran terremoto en la región, cuarenta años atrás, yo me encontraba por casualidad en una ciudad cercana. El terror que sentí fue tan grande que durante un tiempo perdí la memoria. No sabía quién era ni dónde estaba. Y cuando finalmente recuperé la memoria, me di cuenta de que lo había perdido todo. Mi esposo, mis pertenencias, todo.

—¿Quiere que se lo devuelva? —preguntó el sacerdote sin salir de su asombro.

—No, gracias. Es el símbolo del amor de mi esposo, el recuerdo de los momentos maravillosos que pasamos juntos, pero no puedo llevármelo. Ya no tengo casa. Lo mejor es que permanezca aquí.

El domingo siguiente asistieron al templo muchísimas personas. Mientras daba su servicio, el sacerdote notó que una de esas personas, un anciano que vivía en la aldea desde hacía cuarenta años, echaba cada tanto una mirada al biombo de oro.

—Parece usted muy intrigado por ese biombo —le dijo el monje después del servicio.

—Es verdad. Hace mucho tiempo yo era un rico mercader y vivía feliz con mi adorada esposa. Cuando se produjo el gran terremoto, hace cuarenta años, perdí a mi mujer. Con la esperanza de encontrarla viva en alguna parte de la región, no he dejado de buscarla desde entonces. Pero mis esfuerzos han sido en vano. Ya no puedo más —dijo con voz llorosa—. Ese… ese es el biombo que le regalé a mi esposa el día de nuestra boda. En la parte de atrás tiene que estar la fecha que ella escribió.

—Así es, señor. El otro día una mujer vino al templo y me dijo que el biombo le pertenecía. No hay duda de que se trata de su esposa. Ella está aquí en este preciso momento.

Y fue así como, gracias al biombo de oro, el anciano y la anciana se reencontraron y vivieron felices juntos hasta el fin de sus días.

El biombo dorado es un cuento tradicional de Japón. Gabriela lo tomó de un sitio de cuentos para niños.

Traducción: Gabriela Ventureira

Ilustración: Dasbald

2 respuestas to “La traductora 100% perfecta no puede parar”

  1. Mariana Says:

    Oh la la!

  2. norma postel Says:

    Gracias Gaby,es tierno como vos.

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