por Carlos Cossi
1- No todas son flores en el jardín de Jools. En un mundo cada vez más globalizado, el show no escapa a la vieja barrera idiomática. Lo curioso del asunto es que el límite no rige para expresiones artísticas distintas del rock y sus variantes. Es el caso de la llamada “world music”, un género que tiene un lugar asegurado en cada show. En el último programa que pude ver se presentó un coro cubano muy bueno: The Creole Choir of Cuba. Como su nombre lo indica, cantaban en Creole, la segunda lengua en Cuba, por lo que, seguramente, nadie entendió demasiado el significado de las letras. Lo más fácil sería suponer que la inclusión de estas expresiones folclóricas y costumbristas responde exclusivamente al cumplimiento de alguna cuota políticamente correcta, una manera de lavar lo poco que queda de las conciencias imperiales. Es posible que algo de eso esté pesando aún hoy. Sin embargo, dicha interpretación presentada como el principal factor, parece tan trasnochada como las culpas que pretende exponer. Es más, es muy factible que exista un gusto verdadero por la música tradicional del tercer mundo al margen de las letras. Principalmente, en un programa que se toma en serio una diversidad grande de tradiciones musicales, conducido por un maestro de ceremonias que da toda la impresión de conocer en profundidad la trayectoria y obra de tales artistas.
2- El problema de fondo parece estar vinculado, en cambio, con una especie de inconsistencia filosófica y práctica. Una que, inevitablemente, suele afectar a las mejores familias. La abrumadora mayoría de las revoluciones políticas, económicas o culturales, hasta deportivas, acaban casi siempre completándose y ampliándose desde las periferias, a veces, en contra de los impulsos originales. Como la música, las ideas -el recurso humano más poderoso- toman habitualmente algo cercano a una vida propia. Se vuelven extrañas a sus creadores aferrados a interpretaciones circunstanciales y a mundos construidos históricamente que se ven conminados a apuntalar y sostener. Algo que habilita también, en su mejor versión, un necesario y complejo traspaso de postas. Con la diferencia de que, en este caso, no solo cambian los corredores y la carrera es permanente y sinuosa.
Los ejemplos abundan. Desde la resistencia de los atenienses, fundadores de la democracia y la política, a conceder los mismos derechos a pueblos extranjeros, hasta la negativa de la monarquía constitucional inglesa a otorgarles a los colonos en América el estatus de ciudadanos integrales, pasando por la resistencia de los avanzados estadounidenses a abolir durante mucho tiempo la esclavitud, y más tarde la discriminación. Sin olvidar, en otros ámbitos, el caso de los maestros ingleses del fútbol, negándose durante décadas a recibir lecciones de sudamericanos, austríacos o húngaros y entregándose al pelotazo y los tackles. Algo similar sucede con la innovadora y ambiciosa cultura del rock anglosajona cuando acoge el gusto fracturado por la música folclórica del tercer mundo y le niega la misma posibilidad al rock en otros idiomas. Estamos además, ante una de las peores “políticas”: aquellas que no se reconocen como tales, de las que no conocemos prácticamente razones, escondidas en las sombras de las costumbres sociales y sus inercias naturalizadas.
En definitiva, un problema universal, para el que no existen fórmulas mágicas ni recetas automáticas. Si los creadores del rock hubieran sido rioplatenses no sería raro que apareciera la misma barrera idiomática. Imagínense como serían recibidos en ese mundo invertido los intentos de cantar “nuestro” rock en otro idioma diferente al español. Sin necesidad de especular tanto, existen evidencias presentes del doble estándar, prueba de que nadie goza del monopolio de la doble moral. Pensemos en la escasa trascendencia pública que, salvo excepciones, se le otorga al tango hecho por japoneses y finlandeses, conocidos cultores del dos por cuatro desde hace décadas. Muy poca comparada con la exagerada atención brindada a las flojas y edulcoradas versiones puntuales por parte de famosos tenores y cantantes melódicos. Existen a su vez, otras variantes menores de la discriminación lingüística. En Uruguay –la tierra de los Shakers- todavía genera cierta incomodidad cantar rock en inglés. Y dado el nacionalismo creciente en otras partes de Latinoamérica, no me extrañaría que la situación fuera parecida.
3- Por supuesto que lo anterior no supone subestimar las diferencias que existen entre las distintas lenguas ni desconocer que determinadas culturas se desenvuelven mejor en algunos géneros, aunque no necesariamente los propios. La elección de otros idiomas puede esconder asimismo cierto tilingo esnobismo cuando no un fetichismo idiomático propio de los purismos académicos.
Lo cierto es que no todas las lenguas poseen la misma riqueza o flexibilidad. En ese sentido, el inglés, con su bagaje de innovaciones constantes, su capacidad de síntesis automática y su sonoridad rítmica, parece ser el idioma ideal para el rock. Si además, nos dieran a elegir un lenguaje para interpretar la música más libre del planeta seguramente elegiríamos aquel que, como el inglés, carece de una autoridad real académica. Y, si bien, es hablar con el diario del domingo, no sería raro suponer que por algo el rock nació donde nació.
De cualquier manera, la evolución de las cosas ha relativizado bastante aquella primacía del inglés. Si bien el rock en otros idiomas no ha alcanzado ni alcanza las cimas del angloamericano, supo ofrecer artistas que podrían haber contribuido significativamente a refrescar el panorama. No sabemos si no los habrá en el futuro. Tampoco conocemos los límites de las tradiciones musicales, hasta donde pueden liberarse de sus encajes culturales y renovarlos. La muestra más clara de los mejores aportes periféricos está dada por el rock argentino, hoy en franca decadencia. Siempre pensé que Buenos Aires era la Londres del Plata y que lo producido allí estaba en un nivel cercano a los mejores exponentes del rock anglo.
En última instancia, el gusto por la música folklórica con letras “imaginadas”, no dista mucho del que se tiene por el rock en inglés fuera de Inglaterra y Estados Unidos. Al igual que aquel, éste, en sus primeros pasos, recrea gran parte del significado de los versos. No es, convengamos, la situación ideal de apreciación pero tampoco es insalvable. Sobre todo en la actualidad en donde la circulación y enseñanza de idiomas se ha ampliado en la mayoría de los espacios públicos y sistemas educativos. Traduttore traditore, el desfasaje podría habilitar incluso el descubrimiento de zonas inexploradas. Se trata de condiciones de recepción sumamente activas que incluso Holland ha habilitado en forma excepcional, como cuando tocó el grupo de rock islandés Sigur Rós, cantando en su cerrado idioma natal.
Acaso, los primeros pasos en uno de los caminos que, honrando su mejor tradición, podrían renovar con continuidad al programa de música más interesante de la actualidad.
Foto: Flavia de la Fuente
marzo 23, 2012 a las 6:49 pm
Cossi. Me gustan estas notas y el programa del que surgen. Es bueno hablar de música. Disiento, sí, con la supuesta naturalidad que uniría al rock con el idioma inglés o al tango con el español. Me parece que se trata de un efecto de primacía, del modo en que un idioma se convierte en modelo de los otros, por ser el primero y contar con ejemplos de calidad rotundos. Es siempre apasionante ver cómo se combate con un lenguaje que parece no estar preparado para hacer lo que se pretende que haga. Creo que ocurre así en cualquier idioma. (En un punto de eso trata el arte, ¿no? )
marzo 23, 2012 a las 8:53 pm
Muy interesantes las ideas expuestas, Cossi. Da para hablar un montón, solo anoto un par de comentarios.
Primero, que el mestizaje —la mezcla de géneros e influencias— resulta esencial a la riqueza de la música, tanto como el talento o don específico que aportan personalmente los músicos con sus ejecuciones y composiciones. En realidad, de eso se trata el arte cuando es fecundo. Además de estudio, inspiración y trabajo, requiere diversidad y mutación.
Este mestizaje musical del que hablamos nace propiamente con la invención del registro discográfico, que permitió la superación explosiva de la mera oposición o dualidad musical folclore-conservatorio. A lo largo de 100 años se formó en el mundo un enorme cuerpo de música grabada, lo que alimentó y estimuló con máxima intensidad a músicos de todas partes. Podría decirse que este mestizaje desatado es, hoy, el folclore planetario.
Con respecto al lenguaje en el canto: yo diría que, a nivel estrictamente musical, no tiene ninguna importancia entender el idioma. Entender la letra es importante para comprender acabadamente “el arte de la canción”, pero no para gozar o emocionarse con los sonidos de las voces.
De todas formas y aunque parezca curioso hay personas y colectividades enteras que, gustando de la música, desprecian escuchar cantos en otras lenguas que no sean la propia: limitación lamentable por varios motivos.
marzo 23, 2012 a las 10:18 pm
(Cossi, te encontraste con la horma de tus zapatos con Mulder y Montañés. Es interesante leerlos, aunque no caso un fulbo).
marzo 23, 2012 a las 10:20 pm
Bah … haré una declaración clásica en este blog …
¡Vivan Adriana Varela y Teresa Parodi!
marzo 23, 2012 a las 10:21 pm
:)
marzo 23, 2012 a las 10:49 pm
Muy bueno, Mulder.
Hablando de idiomas o lenguas, tengo la impresión de que todos los idiomas que comparten parecida densidad histórica o demográfica comparten también equivalente potencia lingüística: no hay unos mejores que otros. Aunque con matices, son todos igualmente eficientes y poderosos.
Y hablando de canciones difíciles de apreciar si no se entiende el idioma de su letra, hay un urugayo genial que se destaca justamente por eso, Leo Maslíah:
Productos porcinos.
Una canción de amor.
marzo 23, 2012 a las 11:03 pm
Me perdí un poco en este post, lo voy a tener que leer de nuevo. Digo sólo una cosa. Estos tipos no conocen en profundidad la obra de todos los artistas que presentan. Es, directamente, imposible. Explorar la discografía de un grupo, con algo de profundidad, te puede llevar un mes o más. Por muy zarpado que seas, por muy al pedo que estés, en este momento hay tantas cosas dando vueltas que es imposible abarcarlas. De alguna manera actúan la parte de «escuché todos tus discos». Digo esto porque el programa Forum que mencioné en el otro post es igual. El tipo entrevista por semana a, no sé, 12 personas, cada programa habla de algo distinto. Escritores, políticos, científicos, etc. Y el tipo pareciera haber leído en profundidad cada libro de cada autor, y toda su obra. Listo, es imposible. Contando sólo la parte literaria (y dejando de lado el resto de los invitados), es imposible que un tipo conozca la obra de los 4 o 5 escritores que entrevista por semana.
marzo 24, 2012 a las 10:27 am
Disculpen la tardanza en contestar, ayer fue un día de locos con el tema de las entradas de Mc Cartney. Que sí, que no, que se agotaron, que todavía quedan en algún lugar, etc. Al final, ya era casi de noche, me pasaron el dato que quedaban y conseguí dos asientos.
Mulder, Montañes, si se fijan bien, no afirmo que el inglés es definitivamente superior a otros idiomas en cuanto al rock. Digo que parece serlo, no que ontológicamente lo és o que tiene garantizado su lugar. Incluso reconozco que afirmar tal presunción es un poco riesgoso (hablar con el diario del domingo).
Mi argumento va, justamente, contra la barrera idiomática, por eso critíco a los que la practican en sus diversas formas y grados más allá de idiomas y nacionalidades. Más adelante digo explícitamente que no hay manera de saber en el futuro que idioma tendrá mejores rendimientos para el rock o para cualquier expresión humana que incluya la palabra. Concuerdo también con la frase de Mulder resaltada por Montañes que va en consonacia con lo que digo sobre lo revelador que resulta ver a un artista saliendo de su zona de confort. Con los idiomas pasa lo mismo, basta escuchar a Anna Saeki cantando un tango para constatar lo anterior. No quiero profundizar ahora demasiado en el rol de la palabra en la música porque lo hago en una de las siguientes partes de la nota.
Pero, dicho esto, -un argumento cierto pero también muy básico- me parecía que había que ir un poco más allá y tratar de dar cuenta, en lo posible, de toda la complejidad del problema. En ese sentido, creo que considerar a todos los lenguajes e idiomas igualmente potentes y ricos es tan errado y básico como pensar que hay uno solo destinado a reinar en determinados ámbitos o uno solo superior per se. Incluso si consideramos como dice Montañes solo a «los idiomas que comparten parecida densidad histórica o demográfica »
Es perder distancia crítica frente al problema. El combate del idioma por dar forma a un género musical del que habla Mulder es interesantísimo y parte fundamental del motor que permite al arte avanzar y renovarse. Pero como en todo combate, se gana y se pierde por una diversidad de factores entre ellos las armas con las que uno cuenta. No soy experto en linguística, pero es sabido que el griego, por ejemplo, tiene una gran cantidad de términos para referirse a la idea de libertad, más que muchos otros idiomas. Luego, hay términos que sencillamente existen solo en ciertas lenguas. Y desde el punto de vista sintáctico, no todos los idiomas son iguales. Ni todos evolucionan de la misma manera tampoco.
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marzo 24, 2012 a las 10:46 am
Resumiendo, la diferencial capacidad que tiene los idiomas para dar cuenta del mundo es un asunto a considerar. Y creo que esa crítica del lenguage no la podemos descartar por enfoques sociológicos (tal idioma parece más rendidor porque crecimos habándolo y generámos hábito y cultura), históricos (tal idioma resulta más rico porque «habló» la circunstancias fundacionales); antropológicos (todas las culturas tiene su complejidad inconmensurable); o políticos (todo se reduce a un asunto de poder). Hay un poco de todo, por supuesto, y en algunos casos puede haber mucho de algunos de esos factores. Lo que no puede pasar es que no miremos el contenido de cada lengua, su especificidad. Y por supuesto, que tampoco contribuye a nada decretar supremacías idiomáticas y declarar cerrada la contrastación.
Pero insisto, en la nota solo quise dejar una puerta abierta para tener en cuenta esto, me parecía poco quedarnos en la crítica a la barrera idiomática sin ningún elemento que la desafiara. No sé hasta donde lo hice bien. Es un asunto sumamente complejo que requeriría más tiempo.
marzo 24, 2012 a las 5:23 pm
En la entrevista a Alvarez que comenté, relata que oyó una banda local que cantaba rock en ingles y se llamaba Mach 4. Alvarez los convenció de cambiarse el nombre y cantar en castellano para editarlos en su sello Mandioca. Grabaron como Vox Dei.
marzo 24, 2012 a las 6:02 pm
Interesante, justamente me inclino a pensar que el castellano del Río de la Plata es, con el inglés el idioma que mejor se lleva con el rock. Por ahora, al menos. Y en esto juegan también otros factores como los que se señalaban en los comments de Mulder y Montañés.
marzo 24, 2012 a las 7:36 pm
Es todo un tema el de los idiomas y su singularidad. Las hipótesis radicales privilegian uno de estos dos puntos. Del lado de cierta antropología se insiste en el carácter irreductible de cada idioma, en su determinación absoluta del pensamiento (aunque sus cultores no se detienen tanto en la feroz extranjería que la hipótesis promueve).Del otro lado, tenemos el principio de expresabilidad de Searle: todo lo que se quiera decir podrá ser dicho. Este racionalismo abstracto no parece muy apropiado para enfrentarel proiblema, pero creo que suele exagerar sus ideas – como ocurre con Chomsky – para ponerle coto a la versión romántica y sus derivaciones más brutales (básicamente, la incomunicabilidad irrevocable). Todos los lingüistas saben que no hay equivalencias absolutas entre los distintos idiomas, pero algunos se niegan a pensar en correspondencias naturales entre ciertas discilinas y ciertas propiedades léxicas y sintácticas. Yo me inlcino por esta línea. En este sentido, sí es fundamental tener en cuenta cuestiones históricas y socoliógicas, porque no es cierto que el alemán es el idioma de la filosofía ni que el inglés es el idioma del rock. Si se puede filosofar en cualquier idioma es algo que se me escapa, pero para negarlo habría que determinar qué condiciones debe tener un idioma para hacer posible la filosofía. Hasta Boscán y Garcilaso el endecasílabo se consideraba ajeno al castellano. Hasta Darío el eneásilabo era un asunto francés. ¿No ocurrirá lo mismo con las otras cosas?
marzo 24, 2012 a las 9:19 pm
A todo esto: ¿En qué canal de cable de argentina se puede ver a Holland?
abrazo
marzo 24, 2012 a las 9:42 pm
Reconozco, para empezar, que las dificultades inter-idiomáticas aquí expuestas me superan. El asunto me resulta fascinante, pero no soy estudioso ni políglota y solo puedo abordar el tema desde los interrogantes y la especulación recreativa, ociosa.
El problema de la contrastación o confrontación entre diversas lenguas es complejo de raíz ya por la cantidad y disparidad de idiomas existentes. Fueron y son tan numerosos —y al mismo tiempo tan mutantes— que podrían considerarse en realidad innumerables, infinitos. Creo que la dimensión de su complejidad es comparable a la que surge, por ejemplo, al reflexionar sobre la categoría conciencia entre las distintas especies de vertebrados y a la posibilidad de comparar sus funciones síquicas o de establecer equivalencias recíprocas entre unas y otras. En cierto punto el problema se torna tan brumoso que su hondura parece no tener fin, como ocurre con el origen del hombre o con la misma evolución de las especies. Puede admitirse entonces lo difícil —si no imposible— que resulta encontrar respuestas categóricas, e incluso encontrar una perspectiva adecuada para abordar semejante dificultad.
Mencionábamos la cuestión biológica y justamente allí está uno de los pilares del asunto, puesto que la importancia o trascendencia del lenguaje es el atributo que define al humano. Todo su cerebro parece estar en función de su parte más elevada —espiritual, inmaterial—, que es el lenguaje, su pensamiento. Este dato es otro elemento que subraya la complejidad del tema. Sin embargo, a partir de allí pueden inferirse algunas premisas. Una de ellas es que debe existir una base común al desarrollo y evolución de todo idioma, puesto que se trata de la misma especie biológica: por eso cualquier niño puede aprender cualquier idioma si está en el medio adecuado. Esto no niega ni disimula las desemejanzas entre los idiomas, desde luego. El asunto puede compararse a las diferencias que existen entre culturas muy dispares, que, aun siendo enormes, siempre pueden despejarse para encontrar al fin rasgos antropológicos comunes.
marzo 24, 2012 a las 9:51 pm
Cossi, volviendo a lo que decías, te sigo y estoy en principio de acuerdo. Con respecto a mi frase (todos los idiomas que comparten parecida densidad histórica o demográfica comparten también equivalente potencia lingüística: no hay unos mejores que otros), me refería a idiomas románicos-germánicos contemporáneos. No diría lenguas indoeuropeas ni sino-tibetanas, ni antiguas (como el ático que vos mencionás), ni indígenas como el inuit esquimal, etc. Porque la cosa se complica mucho.
En principio me agrada el aspecto que expresa sintéticamente Mulder: no es cierto que el alemán es el idioma de la filosofía ni que el inglés es el idioma del rock.
Opino en desorden y vanamente, como dije, ya que no soy políglota ni lingüista. Tampoco puedo seguirla ahora por falta de tiempo (me llaman a cenar), pero me alegraría que no se corte.
Saludos.
marzo 25, 2012 a las 7:58 pm
Gervasio, acá en Uruguay se ve por HBO.
Mulder, Montañés, que bueno se pone esto. Coincido con la frase de Mulder, no creo que existan idiomas destinados a reinar en determinadas áreas culturales. Ahora, y desde un punto de vista no experto, hay algunos que uno presume más proclives a desenvolverse mejor con algunos materiales culturales. Insisto, se trata de una presunción no de un postulado metafísico.
Pero, y este es, creo, el punto, la presunción se basa en características de cada idioma y en el juicio que uno haga acerca de la calidad de las realizaciones culturales de las que es parte. Este, un elemento -la superior calidad de determinada tradición musical- que aparece en la nota pero no en el párrafo que estamos analizando. Es decir, es un juicio estético, no científico. Tal vez, sea imposible realizar ese juicio, pero la idea era hacer, al menos, una referencia en ese sentido.
Si fuera un asunto meramente histórico/fundacional no se explica que el rock argentino haya sido tan bueno (y hoy para mi viene después de Gran Bretaña y EEUU). Si se tratara de socialización no se entiende como en otros países en donde se escucha mucho el rock no aparecen escenas musicales importantes, especialmente en un mundo globalizado. Así podemos seguir descartando factores y vamos a terminar en el juicio estético, el más capacitado para la distancia crítica, si es que es posible hacerlo dada la complejidad del tema.
Esto no quiere decir que el futuro del rock no pueda estar entre los japoneses o los islandeces. Todo lo contrario. Pero para que eso suceda, tiene que haber un desarrollo y en ese desarrollo el rock también cambia, como cambió -aunque en europa no se enteren, con el rock argentino. Lo cuál es un proceso de apropiación fascinante. Por eso decía en la nota que los grandes cambios se completan muchas lejos de los impulsos fundacionales y está bien que así sea, nos va la vida en ello.
Entonces, hay un desafío de remodelación de un arte por parte de un lenguaje en donde los dos se adaptan. Algunos lograran mejores resultados, otros no tanto. Allí entra el juicio estético.
Al mismo tiempo, digo que no estoy capacitado para hacer un juicio profundo acerca de estas cosas, por lo menos no por ahora, debería estudiarlo a fondo y así y todo no sé si lo lograría. Por eso lo puse como una presunción.
marzo 25, 2012 a las 8:03 pm
(te dije que eran la horma de tu zapato)