por Robert Walser
Leer
Leer es a la vez útil y fascinante. Cuando leo soy una buena persona, inocua y silenciosa, una persona incapaz de cometer cualquier tipo de tontería. Los lectores incansables conforman un grupo en cuya compañía uno se encuentra íntimamente satisfecho. Quien lee logra procurarse un goce sublime, profundo y duradero sin ser jamás un fastidio ni un obstáculo para los otros. ¿No es algo excelente? ¡Quién podría decir lo contrario! El que lee se encuentra lejos de estar pergeñando cualquier plan malvado. Una lectura que cautiva y divierte posee la ventaja de hacernos olvidar temporalmente que somos seres malvados y peleadores, incapaces de dejarnos en paz los unos a los otros. ¿Quién podría contrarrestar esta frase de tono más bien triste y capaz de inspirar sólo melancolía? Es verdad que los libros a menudo nos distraen de actividades más útiles y provechosas, pero en conjunto, la lectura es considerada como una ocupación benéfica, pues parece necesario que a nuestra desmesurada sed de lucro y a nuestra desconsiderada e incesante actividad se le oponga graciosamente un freno y un sedativo. El libro es en cierto sentido una cadena, no por nada se habla de un libro absorbente. Un libro nos encanta, nos domina, nos sojuzga y ejerce un poder tal sobre nuestra personalidad que solo podemos aceptar voluntariosos ese despotismo porque lo consideramos una panacea. El que por un tiempo se encuentra completamente perdido en la lectura de un libro no malgastará ese mismo tiempo en chusmeríos sobre su amado prójimo, cosa que sería un grave y burdo error. Hablar sin ningún beneficio será siempre un error. Quien tiene un diario en sus manos y lo lee con atención, ya solo por esto, casi, será considerado un buen ciudadano. Quien lee el diario no maldice, no bravuconea, no blasfema, y ya tan solo por esto la lectura del diario es una bendición, cosa que debería resultar clara y evidente. Quien lee siempre tiene un porte cuidado, simpático, respetable y bastante digno. No puedo negar que de tanto en tanto he escuchado hablar de lecturas, por llamarlas de alguna manera, perjudiciales, como por ejemplo las infames novelas de terror. Preferiríamos evitar ahondar en tales asuntos, pero al menos nos permitiremos decir lo siguiente: el peor de los libros no es tan dañino como la total indiferencia que siente aquel que jamás toma un volumen. Un libro de pésima calidad es mucho menos peligroso de lo que se cree, mientras que otro que ha sido decretado como bueno, en ciertas circunstancias, no es tan inofensivo como generalmente nos gustaría creer. Los asuntos del espíritu no son jamás asuntos inocentes como por ejemplo comer chocolate o probar una torta de manzanas. Es fundamental que el lector pueda distinguir con absoluto rigor entre aquello que lee y la vida real. Recuerdo que en época escolar, acompañado por un robusto novelón de belleza extraordinaria, que no podía desarrollarse sino en Hungría, iba yo a refugiarme por prudencia, algunas veces detrás, algunas veces debajo de un peral para que no me sorprendieran inmerso en aquella lectura de la cual gozaba ávidamente y que sin duda habría recibido una severa punición. Sandor era el título misterioso de aquel libro. Sirviéndome como preámbulo todo lo dicho a propósito de la lectura y la vida, puedo tal vez permitirme entonces contarles una pequeña historieta, o sea:
La lectora de Gottfried Keller
Una joven y bella señora leía con pasión las obras de Gottfried Keller. ¿Quién no es un devoto de tales obras? Lo que les voy a contar no puede hacer dudar de la fama de este escritor así como tampoco se puede dudar de una roca. Cuando la joven, simpática y buena señora hubo terminado con la placentera lectura, la cual le había transmitido una imagen noble y agradable del mundo y de los seres humanos, experimentó una extraña degradación moral en su relación con la vida. Su modesta existencia le pareció de golpe demasiado sórdida. Cuanto había leído había hecho de ella una persona exigente. Aquello que encontraba en los libros de Gottfried Keller habría querido encontrarlo de hecho en la vida cotidiana, pero la vida es y será siempre otra cosa con respecto a lo que se encuentra en los libros. Leer y vivir son dos actividades distintas. Desilusionada y molesta, la lectora de Gottfried Keller estaba por perder completamente el ánimo. Sentía un desdén casi completo por la vida real ya que no la encontraba como en los libros de Gottfried Keller. Afortunadamente, sin embargo, intuyó a tiempo que no tenía ningún o casi ningún sentido cargar las tintas en contra de la vida cotidiana, aunque debamos admitir que en algunos aspectos es un poco miserable. “Sé humilde, no tengas pretensiones excesivas y acepta, en nombre del buen Dios, la existencia por lo que es y de la manera en que se te presenta”, le dijo su voz interior a la apasionada lectora de los libros de Gottfried Keller. Apenas se dio cuenta la lectora de cuán necesario es ser modesto y sin pretensiones desde lo profundo del corazón –a pesar de ser tal vez el mundo un poco acá y un poco allá, como se ha dicho, miserable y árido–, recuperó su habitual semblante feliz y distendido, y se sintió contenta al reírse de sí misma y de su fanatismo por Gottfried Keller.
Traducción: Dasbald
Ilustración: Karl Stauffer
octubre 14, 2011 a las 6:54 pm
Que bueno…Gracias, Dasbald…
octubre 15, 2011 a las 12:12 am
Es maravillosa esta serie, Dasbald! En casa tengo Enrique el verde. Es un ladrillo que puede llegar a ser la Primera pagina 3.120. Pero me da mucha ilusión leerlo. Lo conocí gracias a un librero/poeta español, Carlos Pardo, quien viendo qué libros compraba me dijo que no me podía perder a Keller. Así que lo leeré y seré otra lectora de Gottfried Keller. Espero que no me agarre la melancolía.
Besos y gracias,
F