El maestro de los cinco sauces, de Tao Yanming
por Flavia de la Fuente
Nadie parece conocer al maestro de los cinco sauces, Tao Yanming, también conocido como Yuanliang y como Tao Qian, que vivió entre 365 y 427 en China.
La primera página del libro empieza con su autobiografía, donde cuenta quién es y qué le gusta hacer de su vida. El resto del libro sigue igual, es como si fuera un largo poema donde Yanming va repasando su existencia terrena, e incluso imaginando su muerte.
Como muchos de estos poetas ermitaños, Yanming durante unos cuantos años trató de ganarse la vida como funcionario público, pero esa vida no era para él, y así es como a los 42 años se retira del mundo a vivir en el campo en una choza pobre, a tocar la cítara, leer, escribir y tomar vino.
Esta cita, con la que se abre el libro, explica por qué se retiró del mundo:
No me inclinaré ante nadie por cinco celemines de arroz.
Y más adelante dice, refiriéndose a un antepasado espiritual:
Chang’Gong fue alguna vez funcionario;
por rectitud, dejó escapar su hora.
Cerró su puerta, no salió más;
hasta su muerte se despidió del mundo.
Ayer releí todo el libro, lentamente, porque andaba caída. Fue una buena compañía el poeta chino, aunque por momentos me ponía nerviosa que necesitara tomar tanto vino. Mi comentario, queridos lectores, no es de puritana. Lo que pasa es que siempre tiendo a idealizar a estos personajes solitarios y pienso que son sabios que no necesitan de nada, seres que logran autoabastecerse y que alcanzan la serenidad. Pero si algo deja en claro el maestro de los cinco sauces es que sin vino no tiene alegría, que está a años luz de ser un sabio. ¿Le habrá hecho mal el retiro?
Cada vez más, cuando volvemos con Q al mundo, nos siento más alejados de todo. No me refiero al mundo familiar ni amistoso, donde seguimos teniendo vínculos fuertes. Pero sí, por ejemplo, al mundo del cine, del cual no nos apartamos del todo porque cada año vamos al Bafici, a Mar del Plata y a algún otro festival. Es como si de pronto, el mundo se hubiese acelerado y hubiesen pasado muchas cosas que desconocemos, como si hubiésemos perdido los códigos. Siento que nuestras figuras se van desvaneciendo, que somos como fantasmas, que muchos ya no nos conocen y que nosotros, por nuestra parte, cada vez conocemos a menos gente. Pasaron solo siete años desde que dejamos la ciudad para ir a vivir junto al mar y, de pronto, siento que es mucho tiempo, que las cosas cambiaron, que ya no sé cómo son. Que el mundo nos es ajeno. Yo y mi maldita idea del retiro. Espero que Q no termine alcohólico como el maestro de los cinco sauces.
Me miro al espejo y me veo vieja, muy vieja. ¿Por qué me habrán puesto un espejo frente a la cama donde paso todo el día recostada? No me quiero reconocer en la anciana arrugada que escribe sin cesar en la computadora que diseñé el pobre Steve Jobs. Es un horror ese cuello de tortuga. En San Clemente nunca lo veo porque solo hay espejos en el baño y no me miro demasiado. Pero acá, cada vez que levanto la vista, mi mirada se fija en esa mujer ajada. Evidentemente, pasaron muchos años y, sin darnos cuenta, dejamos de ser jóvenes. Y, en los festivales, directamente somos dos gerontes. ¿Qué pasó? Pasó el tiempo.
Meses y años pasaron inadvertidos,
este corazón partió sin que me dé cuenta;
llega un gozo y no lo disfruto,
con frecuencia abrumado de inquietudes.
Si escuchaba hablar a los ancianos, hace mucho,
me tapaba las orejas descontento.
¿Y ahora qué? Con cincuenta años cumplidos
de pronto me veo en todo semejante a ellos.
De buscar las alegrías de antaño
no tengo el más mínimo deseo.
Se va, se va, cada vez más rápida y lejana
Esta vida imposible de repetir.
Con tantos cambios mi cuerpo declina,
Mis negras patillas son canas hace tiempo.
Signos blancos se plantaron sobre mi cabeza,
El camino frente a mí es cada vez más estrecho.Así son las cosas. No hay nada que hacer.
Más vale tomarse ahora una copa de buen vino.
Es la segunda vez que leo este libro, y la verdad es que ahora me resulta desolador. El ermitaño añora el pasado, siente pesar por la vejez, trata sin éxito de resignarse a la muerte y nunca alcanza la sabiduría o al menos la alegría sin la ayuda de unas cuantas copas de vino.
Los crisantemos de otoño lucen colores fascinantes,
recojo las flores impregnadas de rocío.
Me abandono al vino que elimina ansiedades,
desaparece mi sensación de haber dejado el mundo.
Es bueno el chino que rumia su melancolía en un largo poema autobiográfico. Tao Yanming va y vuelve sobre lo mismo: la tristeza, la vejez, la muerte, la ansiedad, y la búsqueda de sosiego en la escritura, la música y el vino.
Diez mil cambios se van ordenando entre sí,
la vida humana será siempre fatigante.
Desde tiempos antiguos todos morimos,
Al recordarlo mi corazón se siente ansioso.
Y yo los voy a dejar hoy, porque entre el chino y el espejo que tengo enfrente, me aumenta la tristeza de manera inconveniente. Me gustaría que el maestro tuviera un poco de humor, mas no lo tiene. Así que mejor por hoy lo dejo a Yanming con su cítara y sus libros y salgo un poco a caminar por la calle antes de empezar yo también a tomar vino.
El maestro de los cinco sauces es de la colección poesía Hiperión, con selección, traducción y notas de Guillermo Dañino.
octubre 9, 2011 a las 8:34 pm
quiero ese libro!!
octubre 9, 2011 a las 9:58 pm
Quintín recién leí un twwet suyo preguntando cómo hacer para que Fernando Iglesias siga en el proximo congreso- mayoritariamente K-.
Sugiero dos cosas:
difundir sus spots-vienen mas esta semana- y la idea de que quedarnos sin oposición en el congreso es suicida.
http://mesacoelcasco.blogspot.com/
octubre 10, 2011 a las 12:02 am
Yo también quiero el libro; los pasajes citados son muy bellos. «¡Vino!» exclamaba Khayyam, «no importa cuál, yo no soy difícil». Aunque el persa probablemente no era un ermitaño, el chino tal vez hubiera avalado la frase. Ninguno, al parecer, aspiraba a catador.
Si fuera posible despedirse del mundo para salvar la dignidad… Ciorán dijo que un Diógenes, en nuestros días, sería imposible. También sería imposible un anacoreta.
Una cosa es aislarse por voluntad propia y otra muy diferente que la revolución digital nos aísle. En muchos países, un gran porcentaje de gente trabaja desde la casa, con un ordenador y una cuenta de internet. Yo le decía a una amiga que eso tarde o temprano se va a acabar, porque los seres humanos necesitamos mirarnos las caras, tocarnos, conversar frente a frente. Me respondió que lo que se iba a acabar era el amor, la amistad y la interacción social. «Lo cual no tiene mucho de triste. El amor siempre ha estado sobrevalorado, la amistad termina en traición y el contacto con los otros sólo trae dolor y miseria». Lo bueno es que después de decirme estas barbaridades, se rió hasta el cansancio. ¿Y si tiene razón?
octubre 10, 2011 a las 12:17 am
Más Solita y menos Tao Yanming, niña Flavia, ya vas a volver a nadar en el mar… ¿un maestro te pone así? ¡por los cinco sauces! los sauces son llorones ¡qué cosa!
octubre 10, 2011 a las 12:46 am
Muy bien Lilia.
¡Ánimo! Flavia, vos podes contar con la mascara, en los tiempos de Yanming no había.
octubre 10, 2011 a las 1:43 am
El post está narrado en forma agradable como el de Walser sobre Dickens, aunque sea otra la temática. Y tiene su gracia con lo del vino. Dicen que las penas se ahogan con el alcohol ..aunque sea vino de letras que para el caso viene mejor..
octubre 10, 2011 a las 2:59 am
Sólo para aclarar que lo que había posteado, era realmente esa misma página en caligrafía china. Wu3 liu3 xian1sheng1 chan2, biografía del señor de los cinco sauces.