Niebla y perros en San Clemente

por Flavia de la Fuente

Pocas cosas me resultan más atractivas que la playa bajo la niebla. Así que ni bien me asomé a la ventana y vi lo que me ofrecía el día, le pregunté a Javier si no quería acompañarme al muelle a sacar fotos.

Me encantan estos paisajes fantasmagóricos, de bajo contraste, casi en blanco y negro. Tan solo se distingue el marrón de la arena. El resto es una gama suave de grises que me conmueve. Aunque también me gusta ese contraste con el marrón. Esta luz solo se puede apreciar durante el fin del otoño y el principio del invierno. En agosto esta magia se pierde. Pero, por suerte, empieza otra.

Miren qué bien que quedan las siluetas de esos caminantes perdidos en la neblina. Y esos árboles y edificios desdibujados en el fondo.

Esta foto no me salió bien. Era hermosa la imagen de los dos perros sentados, haciendo la digestión y, por detrás, los edificios borrosos en la niebla.

Una vez más, la belleza que irrumpió en mi camino me dio una euforia tremenda. Me sentía drogada. Tenía ganas de correr y saltar por los aires. Me sentía una nena despreocupada y llena de energía. Fotos y más fotos. Y caminata rápida. ¡Qué linda perrita que tengo! ¡Qué bello que es el mar! ¡Qué fácil es la vida! Endorfinas a mil. Pero todo tiene un final. Y dado que no soy más una nena, y ni siquiera una joven, una hora más tarde, sentí un cansancio feroz y la vida volvió de pronto a su pesadez habitual.

Allá a lo lejos van Soli y Javier. Apenas se ve el muelle, sumergido en la niebla. El paseo fue corto pero intenso. Y las fotos no me salieron muy bien. Pero igual qué importa. Les juro que mientras contemplé la playa en su espléndido degradé de grises y marrones fui feliz.

Después de almorzar, Gabi me propuso salir a caminar de nuevo. La pobre se había perdido la bruma del mediodía y se había quedado con las ganas de ver el espectáculo. Pero la niebla, lamentablemente, se había disipado.

Mas no hay que desesperar. La playa siempre regala algo. Nunca decepciona. Eso es un secreto que descubrí en estos años. Así que esta tarde sin niebla se convirtió en una tarde con muchos perros. Y perros muy simpáticos. En realidad, los perros de las fotos son casi míos. Son los de la esquina de casa, que siempre me siguen cuando ven que me encamino decidida hacia el muelle. Son unos atorrantes espectaculares. Así que de aquí en más habrá fotos de perros en la playa gris  y marrón de San Clemente.

Un par de perros andaba renguendo. Y el Ladrador, como su nombre lo indica, ladraba.

Para evitar que se lastime y quede renga como sus amigos, a Soli trato de enseñarle que no corra autos ni ninguna clase de vehículo que circula por la playa. Le digo: «Quieta» y allí mismo la perrita se queda inmóvil. Pero si yo estoy distraída y pasa una moto, allá sale disparada corriendo a cien kilómetros por hora, tratando de alcanzar la moto o lo que sea. No creo que lo suyo sea desobediencia, sino más bien un malentendido. Me parece que no logra relacionar mi pedido de quietud con que no debe correr a los vehículos.

Acá la tienen a Gabi arreando la jauría. Más adelante, a paso de soldado, marcha Javier. ¡Qué tarde hermosa! Nada de viento, nada de frío, luz tenue. ¡Qué lastima que se acaba el día!

Miren a la pandilla. Parece que está cansada. Cada vez que me detengo para sacar fotos, también ellos paran la marcha. Son un plomo, porque yo quiero sacarles fotos en movimiento. Hasta los perros ajenos se vuelven obedientes.

Ahí siguen, esperándome sin hacer nada interesante. Pero se los ve tan lindos en la tarde gris. No queda casi nada de luz. Supongo que ya se habrá puesto el sol. ¿Cómo saberlo? El cielo es todo plomizo.

Al fin mis perros se pusieron en movimiento. Tres perros corren y Soli mira el mar, pensativa. Ultimamente está muy meditabunda. Muchas veces la sorprendo inmóvil escrutando la nada.

Dos fotos idénticas del mar. Era una experiencia la luz de esta tarde. También Gabi y Javier estaban eufóricos.

Ya estamos llegando a casa. Gabi y Javier caminan con todos los perros. Se encendieron las luces del muelle, se acerca la noche.

Gabi y Javier están sorprendidos por la longitud de las noches sanclementinas. En realidad, son igual de largas que en Buenos Aires, pero en la ciudad uno no se da cuenta. Acá, a las 18.30 hs. parece las 3 de la mañana. Desde que se hace de noche pasan muchas cosas. Por ejemplo, hoy tomamos el té todos juntos, yo me puse a editar estas fotos y a escribir, avivé el fuego, contesté cartas, hablé con mi mamá, en un rato vamos a comer los fideos que está cocinando Q, después vamos a mirar los programas políticos y calculo que nos iremos a dormir cerca de la una. Como verán, son como siete horas de penumbra y silencio absoluto. Tienen su encanto esas horas de recogimiento invernal.

La marea estaba bajísima. Acá están los pilotes del frente del muelle casi sin nada de agua.

Ultimas imágenes del día. Turistas caminando por la playa y sacándose fotos. Muchas familias que festejan el día del padre. Sonrisas. Mañana, antes del amanecer, con Javier emprenderemos un experimento fotográfico desde el muelle. Es el último día del otoño. Mañana les cuento más.