El escritor irrelevante
por Quintín
5. Para la misma época que Cuatro narraciones sobre las apariencias, Anagrama publicó Narradores de las llanuras. Buscando con el Google, me encontré con esta reseña, que parece escrita por una versión degradada del personaje del estudiante de las Cuatro narraciones. Vale la pena leerla, porque desde el título mismo («Gianni Celati se pierde en el Po y no hace nada útil») fija muy claramente ese tono perdonavidas del cronista principiante que nunca se animaría a emprenderla con un nombre consagrado, apreciado por su propio entorno, pero ante un desconocido sobre el que no hay referencias se transforma en iconoclasta de bolsillo. Este párrafo es particularmente revelador del estilo de crítica (aunque con el matiz chabón del caso) que Celati bien podría anticipar para su obra:
Encima el libro trae un mapa de la llanura. ¡Un mapa! Tolkien tenía un mapa. ¿Y para qué? Como si fuéramos a ir a la casa de Frodo. Y este italiano mete un mapa solo para romper las bolas. ¿Qué pretende? ¿Que vayamos a denunciarle por estafador ante cada persona que le contó (de haber pasado así) una historia?
“Gianni Celati no servís como recopilador de historias. Sos lamentable.” Así termina la reseña de este crítico feroz del que no conozco el nombre. Pero, después de todo, resulta milagroso encontrarse con una reseña de Narradores de las llanuras escrita en 2009. Lo más lógico hubiera sido una ausencia absoluta de referencias a Celati en castellano. Más aun en la Argentina. El destino de los libros es desaparecer sin dejar rastros aunque se digitalicen o se conserven polvorientos e intocados en alguna biblioteca, a menos que medien circunstancias excepcionales como un gran éxito de mercado o un premio Nobel. ¿Es Celati un escritor al que no se le presta la atención adecuada pero que merece ser reivindicado por la posteridad? La pregunta es molesta y no tiene respuesta. ¿Quién merece ser recordado? Celati no es tremendamente original ni su estilo es deslumbrante. Pero es un escritor, es decir alguien que tiene una escritura y la va desarrollando a lo largo de su vida. Se puede decir que todos los escritores hacen algo semejante, pero no es así. Muchos autores escriben libros con regularidad, incluso con frecuencia, pero no necesariamente hay algo en su obra más que la costumbre y el deseo de permanecer en el medio y el mercado. Cuando hay algo más —una idea consistente y particular, una presencia del autor detrás de sus textos— estamos ante un escritor, aunque el mundo lo irá olvidando y el tiempo lo hará indistinguible de colegas menos valiosos o menos singulares.
Lo que parece haber en Celati es una depuración del estilo y un incesante merodear sobre la adolescencia y sobre la pregunta por el camino de quien se dedica a la literatura.
6. Es difícil reconstruir la trayectoria de Celati tomando como única fuente un artículo la Wikipedia. Pero parece que después de las Cuatro narraciones (1987) no volvió a la ficción hasta unos veinte años más tarde. En el medio publicó diarios de viaje, libros de recuerdos, artículos de crítica e incluso dirigió o codirigió algunas películas. En esta parte de su obra parece habitar el territorio de la infancia y de la memoria. En 2008 agrupa sus últimos relatos en dos volúmenes titulados Costumi degli italiani. “Costumi”, según veo en el diccionario, quiere decir “vestuario” pero también “convenciones”. Y quien dice convenciones dice costumbres. Y costumbres nos lleva a costumbrismo con sus sombrías connotaciones. Pero el autor no llega a tanto. Antes había publicado Vite de pascolanti, que Periférica acaba de traducir como Vidas erráticas. Por lo que sé, Cuatro narraciones y Narradores de las llanuras constituyen toda la bibliografía de Celati en castellano. Cuando llegué a este punto, descubrí que había comprado Vidas erráticas en una de las incursiones recientes por las librerías de Buenos Aires. Así que lo leí.
Es un libro bastante parecido a Cuatro narraciones sobre las apariencias, aunque más sencillo, refugiado en ese costumbrismo evocativo, un poco surrealista, que al crítico de L’Espresso le hace acordar a Amarcord de Fellini. Es imposible no pensar en Fellini al leer el libro, pero hay una diferencia importante. Sobre el mismo material, sobre esa Italia provinciana y pequeñoburguesa, conformista y atascada en el tiempo de la cual un aspirante a artista quiere salir a cualquier precio. Como el personaje de Moraldo en Los inútiles, que se transformará en el Marcello de La dolce vita. Pero a Celati parece importarle menos la segunda parte de la historia de su propio Moraldo —la llegada a Roma, la carrera del intelectual de la que se ocupó en Los lectores de libros son cada día más falsos— que la primera. Y su poética es mucho más sobria que la de Fellini, intenta ser menos onírica. Dicho de otro modo, es como si las tetas de las mujeres tetonas de Celati fueran solo la mitad de grandes que las fellinianas.
Hay tres relatos o nouvelles en Vidas erráticasque tienen sus contrapartidas en Cuatro narraciones. El primero, que se llama como el libro, habla de dos amigos de la infancia: el gordo libidinoso Bordignoni y el autista Pucci, ocupantes de los últimos bancos de la clase, destinados al olvido y a la frustración, cuya actividad más estimulante es compartir en silencio largas caminatas por el pueblo. El segundo relato se llama Un héroe moderno; el héroe se llama Zoffi, un muchacho que al morir el padre hereda la obligación de atender el kiosco familiar en el que se siente prisionero y del que trata de huir sospechando que está atrapado en una caverna platónica de la que es preciso escapar de algún modo:
El quería que toda la comitiva de sus amigos se estrujara el cerebro para encontrar un horizonte distinto, para encontrar un camino distinto con los demás y con las plantas y con toda la desventurada materia del mundo, fuera de las sombras de la caverna de sombras donde nos había tocado vivir.
Como en las historias de Baratto y de Menini, Zoffi establece una diferencia con las apariencias y se instala en su forma particular de solipsismo:
Zoffi había descubierto que estamos separados de las cosas, de los árboles, del cosmos, así como de nosotros mismos y de todos aquellos que no piensan como nosotros.
Pero quien narra es Moraldo, el amigo que escapó finalmente del pueblo para no poder escapar de él en su obra:
Vuelvo a ver a nuestro grupo mientras bordea las hileras de tumbas o de panteones familiares, con muchos nombres y frases honoríficas para los sepultados, todas ellas escritas con letras de oro. (…) Me gustaría saber dónde han ido a parar todos ellos, y si hemos existido de verdad, si es esta realmente la vida. O bien es todo un error, solo destellos, escalofríos, no se sabe.
Por último, el correspondiente relato sobre el escritor: Un episodio en la vida del escritor Tritone. Tritone es una celebridad de provincia, un bardo municipal que escribe novelas históricas. Es parte de las fuerzas vivas, orgullo de la burguesía local. Tritone es un fantoche al que nunca le ocurre nada hasta que Malaguti, un joven ambicioso con aspiraciones literarias, se atreve a cuestionarlo. Tritone entra en crisis, se pregunta por qué nunca antes nadie le ha hecho una crítica y sospecha —como a menudo sospechan los personajes de Celati— que está en una especie de Truman Show, en un decorado donde la verdad solo se dice a sus espaldas. Tritone se asusta y, en ocasión del discurso de aceptación de un premio, se sale del libreto:
Por lo demás, vivimos en una catacumba, prisioneros de millones de libros sin ningún interés. ¿Por qué los escriben? ¿Por qué los publican? ¿Y por qué los compramos? ¡Me gustaría saberlo! De noche pienso a menudo que todo esto encierra un gran misterio. Me asalta la idea de que hay gente que se reúne a escondidas para criticar estos libros, todos estos libros que nos sepultan bajo su mole de papel impreso. ¡No para denigrarlos sino para decir en voz alta la verdad! ¡Sí, la verdad sobre su poquedad y falta de inteligencia! Y hasta puede que haya grupos que se vean obligados a reunirse en secreto en los subterráneos de nuestra ciudad para expresar libremente su juicio sobre mis libros. Sí, y eso es precisamente lo que pregunto: ¿pero por qué nadie me hace críticas? ¡Y encima me dan premios! ¡Y dicen que soy un gran escritor cuando ni yo mismo consigo leer mis propios libros!
El párrafo se enfrenta con la desgracia bifronte de la literatura, con un dilema cuyas dos alternativas son terribles. Por un lado, el escritor vive rodeado de voces complacientes, de elogios por vecindad, por comodidad o por conveniencia. Mientras tanto, se lo critica a sus espaldas, se lo desprecia como nuestro reseñista de blog destruye Narradores de las llanuras sin ningún respeto, o como Malaguti lo hace con Tritone. Pero hay un horror innombrable, algo peor que la conspiración de detractores ocultos y es que ella ni siquiera exista, que esa paranoia sea la única esperanza del escritor frente al silencio. No un silencio deliberado, no un ninguneo programado por quienes desde los subterráneos ejercen el poder de la institución literaria. Sino el ninguneo cósmico ante la futilidad de la literatura, cuya expresión más evidente es la montaña de libros que no se sabe por qué se escriben o se publican y que nadie lee. En esa montaña de escombros prematuros se esconden obras dignas, trabajos esmerados, resultados de vidas enteras dedicadas a la escritura. Todo escritor sabe —y esa certidumbre se va haciendo más pesada con el tiempo— que no será valorado ni recordado, ni siquiera leído más que por error o por casualidad, por un número insignificante y durante un período minúsculo. Incluso los beneficiarios de la posteridad lo serán con fecha de vencimiento. Celati parece escribir desde la melancolía de esa certeza, desde la doble bruma del pasado y del futuro. Se ha instalado con tranquilidad en esa derrota, se ha hecho fuerte en la irrelevancia del todo, en la imposibilidad de derrotar a las apariencias perdido en el Po y sin hacer nada útil.
Foto: Flavia de la Fuente
junio 19, 2011 a las 3:56 pm
Es gracioso leer tu conclusión en un recreo que me tomé de mi lectura de «Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano», de Edward Gibbon (1776, creo, es la fecha de publicación).
Justamente, en algún párrafo de esa obra, Gibbon menciona la cantidad de libros de la antiguedad clásica, perdidos para siempre,, luego de saqueos, incendios o dejadez. Pero, acto seguido, se corrige y dice, que la historia se debe haber encargado que sobrevivan los libros justos. También recuerdo haber leído que Platon escribió obras «profundas» como Aristoteles y de divulgación. Aristoteles, a su vez, no solo escribió obras «profundas» sino también de divulgación. Pero hoy solo nos quedan las obras de divulgación de Platon y las «profundas» de Aristoteles ¿Acaso lo mejor de uno y otro?
No todos los libros tiene fecha de caducidad y no todos los escritores tienen el triste destino de las mesas de saldos. Algunos -pocos es cierto- logran trascender o porque supieron resumir el «espiritu de su época» o porque nuevas generaciones lo adoptan.
Lo que si me pone triste es que en alguna mesa de saldos de Avenida Corrientes está el libro que me va a abrir los ojos, un libro que la crítica despreció y el mercado dejó de lado; pero un libro escrito para mi y que tiene un importante mensaje que no debo dejar de leer.
junio 20, 2011 a las 4:53 am
Personalmente coincido casi plenamente en la conclusión de Q. y el «casi» es solo porque lo siento terminado al asunto para Q segun lo escrito: hay un efecto de la expresión, un efecto inocentemente demoledor, desesperado que se me impregna al leerlo.
Francisco veo que le gustan las letras.
No entiendo muy bien como es que le han llegado a gustar las letras, misteriosos son los caminos del Señor.
Pero mas perplejo me dejo su conclusión, de lo que rescataste de gibbon.
Aristoteles era un hombre practico, muy observador y además de gran inteligencia verbal. Pero que de Aristóteles queden sus escritos esotéricos o profundos como dice y que de platón los exotéricos solo dependió de la mediocre inteligencia de los hombres que los siguieron a ellos y no es posible colar otra mediocre suposición – aunque los mediocres acepten la mas minima suposición que los deje contentos-. Pues es evidente que los hombres planos no comprendieron o su autor se esmero -solo en el caso de platón-, que no comprendieran el mensaje. A ver si se entiende, si verdaderamente hubieran sido esotéricos los escritos de Aristóteles no se hubieran difundido, y menos aun escrito, es decir -y cambiando el rumbo-: lo “escrito esotérico” por Platón resulto ilegible a un profano, impracticable -como sucede hoy con el cristinismo autentico- y por eso su “no propagación». Igual especular sobre las bases de estas distinciones categóricas de un Tarzán de maceta típico escriba de carrera oficial ya nos advierten de la profundidad de su inteligencia. No se esfuerce tanto.
Y por favor, si se anima, esfuércese en algo verdadero, ayúdeme a acertar en esto que dije y empiece a citar nombres así por lo menos hace honor a su leguleyidad chata. EN GENERAL la historia humana no se encarga de nada porque no se hace cargo de nada lamentablemente, es eternamente dependiente, idiota, aunque siempre se piense que esta «adentro», acompañada porque escucha ruidos afines (como saben de esto las mujeres), aunque siempre se sepa «avivada» eso solo es aparente -y como no se va a creer «avivada», pobre, esa vida efímera es lo único que tiene: quien asi piensa cree que se autojustifica noblemente.
Pero todo esta ridiculez es, gracias a Dios, solo “EN GENERAL”.
junio 20, 2011 a las 11:49 am
Francisco, Santiago. Me perdí un poco en lo que escribiste, Santiago, pero coincido en que no acierta Francisco cuando dice «hoy solo nos quedan las obras de divulgación de Platon y las ‘profundas’ de Aristoteles ¿Acaso lo mejor de uno y otro?» Los diálogos de Platón son joyas escritas efectivamente por él, en cambio lo que conocemos de Aristóteles son los apuntes de clase de sus alumnos de El Liceo.
junio 20, 2011 a las 4:24 pm
Santiago: Sos un insolente y un pedante. Lo segundo, puedo tolerarlo. Lo primero, no. Por eso, me abstengo de discutir con vos.
Lilia: Me gustó mucho el texto de Quintin pero me pareció medio pesimista. Y recordé dos anécdotas. La primera es de Gibbon y su reflexión surge de ver cuantos libros apologistas del cristianismo habían sido preservados por los monjes en desmedro de las obras de la antiguedad clásica. Gibbon se consuela con la conclusión que cité. La otra es de «Picture this», una joyita de Joseph Heller, autor de «Catch 22».
No soy un especialista en las obras de Platon o de Aristoteles. De todas maneras, Wikipedia en ingles trae una sección bastante completa, que analiza las obras de Aristoteles. Ello me permite concluir que nada es tan simple como parece.
De todos modos, eran anécdotas para ilustrar mi punto. Completo la cita con los autores de donde las tomé y cierro porque no da para una discusión en la que me tengo que rendir por ignorante.
junio 21, 2011 a las 12:18 am
Es cierto que fui las dos cosas, pedante e insolente, encima se me malentendió, se que no es excusa pero debería abstenerme de comentar en ciertos estados. El tema este de Platón y Aristóteles toca una fibre sensible en mí, y sumado que empezaste con esa frase de “es gracioso leer tu conclusión”, eso me encegueció un poco, demasiado. No se si vale la pena, pero te pido disculpas.
Sobre lo que escribí al final sobre las mujeres que es confusa, significa que la historia oficial generalmente queda muy lejos de la historia real, y este poder ver las dos historias es algo que ni les ocupa a las mujeres, pues este poder parece venir impregnado en el adn de ellas, lo perciben como algo patente desde chicas.
Igual, creo que para poder marcar la historia personal, como hombre, si debemos percibir esa historia oficial, darle la importancia que se merece, es decir: tratar de entender los porque y darle sentido, no siempre todo es un eterno retorno.
Saludos.
junio 21, 2011 a las 12:23 am
Santiago,
Disculpas más que aceptadas. De todos modos, no intento rebatir tus argumentos -o los de Lilia- porque, para mi verguenza, Aristoteles y casi todo Platon son lecturas que me faltan.
junio 21, 2011 a las 12:30 am
Bueno, muchas gracias, me alivias bastante y otra vez te pido disculpas por la situación que genere. Sobre lo de platón y Aristóteles fue una estupidez toda mi contra-argumentación, ahora entiendo porque lo dijiste, pasa que estoy acostumbrado a discutir con filósofos fariseos.
Nos vemos en el blog.
Saludos!