Más allá de los árboles (2)

Las cuatro narraciones de Celati

por Quintín

3. Las cuatro largas narraciones (en italiano novelle) del libro de Celati están fuertemente conectadas entre sí. En la primera, el profesor de gimnasia Baratto deja de hablar en medio de un partido de rugby y se encierra en el mutismo durante meses. Su objetivo es limpiarse la cabeza de pensamientos propios, evitar que estos lo molesten. Baratto quiere pensar solamente los pensamientos de los demás. Vuelve a usar la palabra cuando concluye que:

Las frases vienen y luego se van; nos hacen tener pensamientos que también se van. Se habla y se habla, se piensa y se piensa, pero nada permanece. La cabeza no es nada, todo ocurre en el exterior.

Baratto, siguiendo a Kafka, toma distancia de las apariencias; en este caso de la idea cartesiana de que hay un yo que piensa. Celati lo describe tranquilamente, con encanto, como si narrara una historia realista.

La segunda historia es la de Emanuele Menini, “pintor de rótulos”, como lo describe la buena traducción de Gabriela Sánchez Ferlosio. Es el mejor, el más ambicioso de los cuentos. Menini, además de filetear objetos industriales, es un artista que busca encontrar una perspectiva desde la cual los objetos recuperen su inmovilidad para poder pintarlos. Como en el texto de Kafka —pero esta vez no es por culpa de la traducción— no queda del todo claro si Menini está un poco chiflado y se trata en definitiva de una cuestión simbólica o el aire contaminado de las ciudades industriales provoca una reverberación que le imprime un movimiento imperceptible al paisaje. En todo caso, el relato habla otra vez de las apariencias, en este caso, de la dificultad de que el mundo sea igual a sí mismo a los ojos del artista. Junto con la búsqueda obsesiva a la que se aboca el pintor, Celati cuenta la vida de dos o tres personajes perdidos en el mundo que, como todos los que aparecen en el libro, están atrapados por la tristeza y la soledad, por una sensación de pérdida de origen ontológico.

La cuarta historia es la de un hijo de italianos que, aparentemente, se ha adaptado a la vida parisina. Es ejecutivo de una empresa exitosa, vive con su hijo y practica su rutina escondido tras su “bigote francés”. Un día, a la manera de Baratto, se desconecta de su propia vida y sueña con huir de muchas formas posibles. Entre ellas, imagina incluso que asesina a su hijo, un adolescente un poco autista pero no más de lo normal en un adolescente. Sin embargo, no le resulta fácil escapar: no es fácil empujar los árboles porque hay una fuerza invisible que los ata al suelo. El protagonista (la narración es su diario) escribe, resignado:

También yo soy una víctima de las cosas, y dentro de poco caeré en la cuenta de que, como todo el mundo, formo parte de las apariencias.

El último párrafo del libro es el siguiente:

Lo único que se sabe es que hay que continuar, continuar, continuar como si fuéramos peregrinos en el mundo, hasta el despertar, si es que éste ha de llegar algún día.

Dejé para el final el tercer relato porque trata sobre un escritor. En Los lectores de libros cada día son más falsos el protagonista es un lector voraz, aspirante a crítico. Lo primero que hace es inscribirse en una carrera de Letras. Pero enseguida advierte que

… en las aulas universitarias los profesores no hacían otra cosa que presumir de haber entendido muy bien los libros que habían leído y que los estudiantes solo tenían que hacer lo mismo.

En poco tiempo, el estudiante aprende a presumir y saca buenas notas, pero se desilusiona e intenta cuestionar el sistema. Tras una larga serie de peripecias que incluyen ser rechazado por el establishment literario que se yergue ante él como un castillo inexpugnable, el estudiante logra encaminarse en su carrera mediante un estilo talibán:

El estudiante dijo además que se sentía muy satisfecho de su nuevo artículo, pues en pocas páginas había conseguido hacer una crítica demoledora de cinco novelas famosas, tres películas de gran éxito, de Goethe, de un cantante de rock y de dos astronautas estadounidenses.

Pero también ha aprendido cómo conducirse en el mundo literario:

Dijo haberse dado cuenta de que en aquella profesión había que exhibirse y participar en muchos coloquios; él ya había participado en ocho, a los que habían asistido tanto críticos como escritores famosos.

Hay otro personaje en la nouvelle, que es la novia del estudiante. Ella tiene una relación traumática con los libros, pero más auténtica. En principio, le inspiran indiferencia. Pero luego, comienza a leerlos y se asusta: percibe voces en los libros, voces que la intimidan y le impiden leerlos hasta el final. Es la única que cree de algún modo en la literatura, mientras que el estudiante solo intenta utilizarla:

Hoy opina que en su oficio la norma que hay que seguir es más o menos esta: uno escribe para presumir de haber entendido algo, hasta que llega alguien y le toma a uno en serio y le ofrece un puesto de trabajo. Con el objetivo de que le tomaran en serio, el estudiante se había dedicado durante un tiempo a criticar duramente una infinidad de cosas que, sencillamente, no le atraían. Ni él mismo sabía bien lo que estaba haciendo, pero alguien le tomó en serio y ahora tiene un puesto de trabajo.

Dice que de vez en cuando le asaltan grandes dudas y ya no sabe si es él o es otro el que habla y escribe, como si fuera otra persona de la que lo sabe todo, que vive con él y que todas las semanas tiene que escribir algo, simulando que sabe de qué habla. Y a menudo se siente muy solo junto a esa otra persona.

Dicho de otro modo, no hay un aspecto de la vida en que el terrible juego de las apariencias esté tan presente como en la literatura. Aunque tiene resuelto el aspecto pragmático del asunto, el estudiante se sigue preguntando “qué es lo que hay de claro y de oscuro en las palabras.”

4. La narración sobre los lectores falsos termina cuando el estudiante escribe “con vergüenza” sus conclusiones:

Todo cuanto se escribe se convierte en polvo en el momento mismo en que se ha escrito y es natural que termine por perderse con todo el polvo y la ceniza del mundo. Escribir es una manera de consumir el tiempo, rindiéndole el homenaje que le es debido. El tiempo da y quita, y lo que da es solo aquello que quita, de modo que su suma es siempre cero, lo insustancial.

Lo que pedimos es poder celebrar esta falta de sustancia, y el vacío, la sombra, la hierba seca, las piedras de los muros que se derrumban y el polvo que respiramos.

Es todo un proyecto literario, que parece el del propio Celati. Según la Wikipedia en italiano, Gianni Celati nació en 1937 cerca de Ferrara. Estudió literatura inglesa en la Universidad de Bolonia, donde luego enseñó, y tiene una larga carrera como traductor, crítico y docente, que incluye un libro bastante citado, Finzioni occidentali. Actualmente vive en Brighton, cerca de nuestro amigo Raffo. Como escritor de ficción, la primera novela de Celati es de 1971 y desde entonces ha publicado más de una docena de libros. Después de un período más o menos experimental, Celati cambia de estilo en los ochenta:

Celati torna alla narrativa nel 1985 con i 30 racconti di Narratori delle pianure che segnano anche il passaggio alla casa editrice Feltrinelli, e che mostrano un forte cambiamento di stile: i picchi d’intemperanza stralunata e comica degli anni settanta si volgono in una lingua volutamente e arrendevolmente semplice che riesce a disegnare le cose con minore numero di parole e in maniera più chiara, quasi come fotografie (inizia in questo periodo la sua amicizia con Luigi Ghirri, Gabriele Basilico e altri fotografi), mentre al contempo svolgono una maniera di racconto legata al «sentito dire» e alla novella tradizionale italiana.

A ese período de cambio corresponden las Cuatro narraciones sobre las apariencias, de 1987. Anagrama publicó en su momento Narradores de las llanuras, pero hasta hace poco, ambos fueron los únicos libros de Celati en castellano. Si uno mira la solapa de Cuatro narraciones, descubre que en la colección “Panorama de narrativas” de la editorial (la amarilla) había en ese momento buena cantidad de escritores italianos además de Celati. Copio los nombres: Mario Brelich, Nanni Balestrini, Gesualdo Bufalino, Aldo Busi, Roberto Calasso, Ermanno Cavazzoni, Daniele del Giudice, Ruggero Guarini, Marco Lodoli, Claudio Magris, Giorgio Manganelli, Guido Morselli, Roberto Pazzi, Giuseppe Pontiggia, Carmelo Samonà, Salvadore Satta, Antonio Tabucchi, J. R. Wilcock. Sobre un total de dieciocho escritores, se puede decir que sacando a Bufalino, Calasso, Magris y Tabucchi (nos llegan los libros de Wilcock por su origen argentino y el único libro de Satta, El día del juicio, acaba de ser reeditado) el resto ha desaparecido del mainstream o, si se quiere, del mainstream independiente. Editoriales mexicanas mucho más pequeñas que Anagrama han editado a Manganelli, a Cavazzoni, no sé si a alguien más.

¿Adónde apunto? Me parece que, entre otros casos similares, un escritor como Celati, una especie de discípulo desencantado y parsimonioso de Calvino que tiene de la literatura una idea muy poco espectacular, que quiere dedicarse tranquilamente a celebrar desde el exilio la falta de sustancia, el vacío y la sombra, no tiene lugar fuera de un pequeño núcleo de amigos, de colegas, de discípulos, de profesionales de las letras, de gente que participa en coloquios. Y así, restringidos a ese círculo, resulta cierto que los lectores de libros son cada día más falsos. Celati lo dijo en 1987. Pero hay más.

Continuará…

Foto: Flavia de la Fuente

Una respuesta to “Más allá de los árboles (2)”

  1. picabea Says:

    Quitín! El estudiante sos vos!!!!

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