Problemas veraniegos
por Flavia de la Fuente
Llega el verano y la vida se le complica a la salvaje Solita. Ella, que es un perrita muy rutinaria, tan rutinaria como yo, su dueña y paseadora, debe abandonar sus largas caminatas por la playa y eso la tiene a mal traer. Soli y yo caminamos durante todo el año kilómetros y kilómetros junto al mar. Haga frío o sople el viento allí vamos las dos, siempre dispuestas a caminar casi diez kilómetros diarios. Solita corre y corre mientras yo camino y me río con sus desbordes de energía.
Durante esos días felices, las actividades deportivas de Solita son la carrera libre, el baño cauteloso en la orilla del mar, la lucha con perros de toda especie y la cacería nunca lograda de gaviotas u otras aves marítimas. También le gusta, de tanto en tanto, comerse algún trozo de pescado podrido o masticar con ahínco algún esqueleto cartilaginoso. Pero, lo que sin duda prefiere es correr por correr y bañarse en el mar helado.
Pero en el verano las cosas cambian. Llegan los turistas y la vida se le restringe a la pobre perrita. La cancha libre que tenemos en invierno, hoy es un lugar lleno de iglús, sombrillas y gente sentada comiendo. Sí, todos comen a toda hora y a los chicos se les cae la comida al suelo. El resultado es que la playa es un paraíso de churros y sándwiches enarenados con los que Soli sueña todo el día. “Ma qué correr ni ocho cuartos”, piensa la perrita. “¿Cuánto falta para la hora de la cacería de churros?”
Como soy una idishe mame, y no soporto que Soli se quede encerrada todo el verano en el jardín, la saco a pasear todos los días al atardecer, cuando la gente se empieza a ir de la playa. El problema es que, a veces, la gente no se va nunca, aunque esté oscuro. Allí están, los malditos turistas jugando al tejo, al fútbol o a la paleta y, sobre todo, tomando mate con churros, el peor enemigo de los perros. Así que, últimamente, deseo que al atardecer sople un viento helado que espante pronto a los veraneantes para que mi perra pueda correr y bañarse a gusto en sus playas hoy invadidas por miles de extraños manducantes.
La cantidad de turistas es un problema serio en sí mismo, aun si ninguno comiera nada, porque es imposible no perder a la perra de vista entre todo el gentío. Y Soli también se desorienta, porque tiene toda su libido concentrada en la búsqueda de los codiciados churros. Para colmo, este año ha perfeccionado la técnica, y a la manera de Sherlock Holmes, rastrea la playa muy ensimismada, olfateando cada centímetro de arena mientras la rastrilla suavemente con sus patitas y, gracias a sus cada vez más sofisticados métodos, no hay día que no regrese a casa luego de haberse mandado dos o tres churros y varios trozos de pescado podrido.
Por suerte, entre churro y churro, vuelve a ser la Solita de siempre y corre como un galgo y se baña en el mar. Aunque no todos los días. A veces solo quiere comer y comer.
Haciendo un paréntesis, Q me contó que un científico entrenó a su perro para que reconociera mil palabras de su idioma, supongo que del inglés. Me dijo Q que el perro en cuestión es un Collie. Soli, que no es muy brillante, creo que logra entender unas pocas palabras o frases. Por ejemplo, juraría que entiende lo siguiente: no, premio, playa, pasear, mar, agua, vamos, vení, afuera, casa, besito, quieta, a dormir, hasta mañana, morder no. Así que desde que me enteré de esa noticia que Q leyó en el diario, trato de hablarle lo más posible para ver si logramos entendernos un poco más y tratar de ayudarla a resolver algunos de sus problemas de educación sentimental.
Por ejemplo, hasta el año pasado, cuando Soli se topaba con un perro chiquito, un caniche toy o algo parecido, lo miraba como si fuera un alien, lo olfateaba y seguía de largo, como quien dice “A este no le da el peso para relacionarse conmigo” o “Con este no me sentaría a la mesa”. Yo me regocijaba con esa conducta piadosa o elitista de Solita. Pero vaya uno a saber qué tenía en su cerebro de mosquito. Lo cierto es que yo elegía pensar que tenía una perra sensible que no quería dañar a esos animales diminutos. Mas, ingenua de mí, al parecer no había nada de angelical en la indiferencia de Soli.
De modo que la desagradable novedad del verano 2011 es que Solita ataca a todos los perros más chicos que ella. Sí, esa es la triste verdad. Aunque vayan atados junto a sus dueños, mi mastín se lanza a la carrera, les muestra los dientes con una cara que mete miedo, les gruñe, les ladra y yo me ligo el insulto de los pobres amos de todos los caniches que veranean en San Clemente, quienes con toda razón alzan de inmediato a sus perros de juguete para protegerlos de la salvaje atacante. Yo les pido perdón y reto a Solita. Pero, como se imaginarán, es un mal momento.
No conforme con agredir a los perros atados, Soli también ataca a todos los perritos que andan sueltos. Y lo peor es que ni siquiera respeta el código de la bandera blanca. Es decir que cuando los perritos se hacen los muertos en señal de rendición, la muy maldita los sigue acosando. Vergüenza debería darle. ¿No se da cuenta de que a ella los más grandotes le van a hacer lo mismo? Cada día me irrita más la conducta de Soli.
Lo que no me queda claro es si los muerde o qué es lo que hace, pero es algo muy agresivo de ver, es una escena de violencia animal. Yo ya empecé con el método de los ojotazos para ver si le quito esta nueva manía. Si se acerca un caniche le grito de antemano “¡No!” y si insiste, la corro y le pego con una ojota en la cola. Vamos a ver si resulta. De esa manera logré enseñarle a no correr cuatriciclos ni cualquier otro vehículo. Veremos qué pasa. Y si no aprende, la muy necia deberá pasar todo el verano encerrada en el jardín.
En cambio, adora enfrentarse con perros grandes. Pero ellos, en general, la ignoran. Y si juegan con ella, Solita se asusta y empieza a correr en círculos alrededor mío para que la proteja. Ese es otro escenario de terror: dos o tres perros corriendo a alta velocidad a centímetros de mis piernas. Si alguno la pifia un centímetro en su carrera frenética porque no calcula bien, me choca y me fractura una pierna.
Pero la playa acarrea otros problemas suplementarios. Más allá del asunto de la violencia con los perritos, también me preocupa que coma tantos churros y porquerías varias todos los días. No debe ser bueno para su hígado eso de andar comiendo dos o tres churros diarios. Así que ayer decidí no llevarla todos los días a la playa y, para compensar, para que no se ponga triste, intercalar cada tanto un buen paseo por el pueblo. Pero no crean que es tan fácil.
Ayer, como había decidido ponerla a dieta de churros, cuando se hizo la hora de salir de compras, la llevé conmigo hasta Havanna. Como sé que se perturba por la calle principal, la llevé por un camino muy tranquilo, donde no hay gente ni jueguitos electrónicos. Caminamos unas diez cuadras y llegamos a Havanna. Compré desde la puerta las provisiones de chocolate y dulce de leche que Q y yo siempre necesitamos y emprendí el retorno a casa. Soli se puso como loca. Tiraba y tiraba y tenía la lengua de costado y larguísima. La pobre parecía querer volver desesperadamente a casa. Yo, que ando con el nuevo método de enseñarle el castellano, le decía: “Calma, Soli, estamos juntas. Está todo bien. No te va a pasar nada malo.” Pero la pobre no se podía relajar y seguía tirando y ahorcándose con el collar. Les cuento que tiró así como doce cuadras y yo me moría de pena porque me dolía que se lastimara el cuello. En fin, que la Soli no sabe disfrutar de un paseo perruno, de esos canónicos, en los que el dueño sale lo más campante con su mascota y ésta se dedica a olfatear cada cosa que encuentra en su camino. Para ser justos, un ratito lo hizo, hasta hizo sus necesidades junto a un árbol, pero después le agarró la ansiedad y no se la pude sacar más.
Maldición, pensé. No puede ser que sea fóbica como yo, ¡tiene miedo de caminar por el pueblo! Porque a mí tampoco me gusta mucho caminar por la calle. Si bien camino kilómetros por la playa, con el pueblo tengo mis limitaciones y en general ando en auto, a no ser que salga con Q, quien a su vez, no quiere llevar a Solita en esos paseos.
Así que con la lengua afuera llegamos a casa y, para mi sorpresa, Soli no se consideraba paseada, quería ir a la playa. Me miraba como diciendo: “¿Y esto fue todo? No puede ser este el final del paseo. Salir atada no es pasear.” Pero se tuvo que conformar con eso, porque ya era de noche.
Por otra parte, y siguen las quejas, Soli vive casi todo el día ofendida.
1. Se ofende porque la sacamos a dormir afuera. Ergo, a la mañana no nos saluda y se comporta de manera indiferente.
2. Se ofende porque Q y yo vamos juntos a la playa sin ella. Así que cuando volvemos, no viene a saludarnos ni mueve la cola cuando nos ve. Se mantiene apartada, sentada en el medio del jardín, muy orgullosa, moviendo la cola de manera displicente, mientras se hace la que nos ignora, como si pensara: “¿Quién los juna a estos?”
Recién se amiga cuando se acerca el crepúsculo, porque ya se avivó que a esa hora le toca el paseo. En cuanto comienza a caer el sol, me empieza literalmente a chupar las medias. Cada vez que nos cruzamos, Soli me besa los tobillos y me mata de ternura con sus caídas de ojo. Se hace la rebuena, la dulce perrita faldera, me hace sentir que me requiere y se comporta como una reina.
Cada tarde, me encuentre donde me encuentre dentro de la casa, cuando digo “Soli, vamos a la playa” en medio segundo la tengo a mi lado. Y eso que lo digo sin énfasis y sin gritar. Es increíble cómo entiende lo que quiere.
Pero ni bien partimos para la playa se convierte en una salvaje. La princesa de buenos modales quedó en casa y ahora tengo una perra que tira desesperada de la correa hasta que la suelto en la arena. Y allí empieza toda la rutina que ya les conté.
Aunque me falta la última penuria, otro problema de conducta que tiene solo durante el verano. Este invierno, con Q estábamos muy orgullosos porque habíamos logrado entrenarla para que volviera con nosotros ni bien la llamábamos. El método consistía en que subíamos al muelle y le gritábamos: “Soli, ¡vamos a casa!” Y la muy obediente nos miraba, venía corriendo como Rin Tin Tin, subía la escalera del muelle y se entregaba para que le atáramos la soguita. Era una perra perfecta. ¡Pero qué lejos quedaron esos días de amable docilidad!
La desagradable sorpresa es que ahora desaprendió todo. Me subo al muelle y grito “Soli, vamos a casa” y nada. Le suplico, le ruego en todos los tonos y nada. La muy chanta me mira desde lejos, mueve la cola haciéndose la canchera y sigue en lo suyo. Como me muero de vergüenza de gritar como una chiflada durante un rato largo, últimamente bajo del muelle y la voy a buscar. Pero lo único que consigo es que salga corriendo a la velocidad del rayo para otro lado. Y la escena es aun más ridícula. Cuanto más me acerco, más lejos se va. Es insoportable. La verdad es que cada día cuesta más agarrarla. En general, me humilla y solo consigo que me la alcance algún turista a quien se entrega pacíficamente. O simplemente, en algún momento, sin explicación alguna, se entrega y la ato. Pero todo es aleatorio y depende solo de sus caprichos.
Ahora, mientras hablo mal de ella, Soli yace a mis pies, esperando pacientemente que la lleve de paseo. De a ratos, mete la cabeza entre los brazos del sillón de mi escritorio y se me sube a la falda para que la mime. Le digo: “Besito” y me da un ídem. En casa es así, un amor, la alegría del hogar. En la playa es una bestia indómita. ¿Alguno oyó hablar de Doctor Jekyll y Mister Hyde?
enero 31, 2011 a las 6:33 pm
Me gustó lo del ojotazo.
enero 31, 2011 a las 6:43 pm
Pavlov nunca probó con ojotas, ¿verdad?
enero 31, 2011 a las 7:10 pm
Consejo: el ojotazo para que surta efecto tiene que ser en el hocico, no muy fuerte claro está, porque es un lugar muy sensible; en la cola ni se mosquean. Con dos o tres ojotazos bastará, luego el solo amague con la ojota la disuadirá.
Otra cosa, llevala a pasear a la mañana bien temprano cuando despunta el sol. Van a ir más tranquilas las dos, el único problema es que hay levantarse antes.
Saludos.
enero 31, 2011 a las 7:42 pm
solita creció,desobedecer a su mami es su nueva diversión. no usa pelotita? es una manera de atraerla. un consejo , ojo con los dulces porque les hace mal.
enero 31, 2011 a las 7:44 pm
Es frecuente que después de un trabajo exhaustivo durante meses de disciplina y sistema, el dueño se relaje pensando que el trabajo ya está hecho. Sin embargo, el perro adapta su comportamiento siguiendo básicamente dos leyes: la que dictan sus instintos primarios y la del mínimo esfuerzo. En etología se habla de resiliencia (comportamiento elástico) y de la recuperación espontánea (regreso a conductas prevalentes). Por eso la obediencia es un tema eternamente inconcluso, de forma que hay que trabajarlo durante toda la vida del animal.
Una de las formas más saludables, tanto física como emocionalmente hablando, de consolidar la obediencia es compartiendo actividades deportivas. Correr o hacer bici con el perro trotando o galopando en posición de “junto” permite un entrenamiento mejor y el perro disfruta, y se da una aceptación natural de la obediencia, ya que puede alargarse una o dos horas de paseo, con alguna que otra liberación ocasional al perro para que galope a su antojo.
Saludos.
Gabriel
enero 31, 2011 a las 7:49 pm
Lo que es la cencia! Y usté que me muele a ojotazos pa que aprienda. Qué lo parió Don Inodoro!
enero 31, 2011 a las 7:51 pm
Flavia. ¿Leiste Mi perra Tulip? Yo lo compré porque andaba tras literatura sobre perros y una recomendación del mismísimo César Aira me evitó vover a leer La cadena invisible (con Lassie) y los clásicos de London (también está Cujo, pero nunca me le animé). El autor es J R Ackerley, la editorial Beatriz Viterbo y para la gente que adora a estos cuadrúpedos es un librito indispensable. Esto dice la contratapa que me convenció de comprarlo:
“Mi perra Tulip (1956) es un libro de la experiencia. Se ocupa de un hecho que aunque habría podido considerarse marginal o secundario fue, en el balance final, absolutamente central en su vida. Adquirió, por circunstancias casuales, un perro, una perra en realidad, Tulip, de raza pastor alsaciano, y organizó su vida en torno a ella durante los dieciséis años que vivió el animal. Aunque debe de haber pocos libros tan hermosos sobre la relación de un hombre con un perro, Mi perra Tulip no es en absoluto lo previsible en el género. Trata del amor perfecto, pero en sus propios términos; no habla de él, lo da por sentado, y se ocupa, casi del principio al fin, de un asunto que en general pasan por alto quienes escriben sobre sus perros: su vida sexual. Los períodos de celo de Tulip se dan con enloquecedora puntualidad cada seis meses; son breves, pero de cualquier modo la espera cubre todo el tiempo.
Constituyen una realidad a la que otro habría cerrado los ojos, pero es la que Ackerley elige como pauta del tiempo y objeto privilegiado de preocupación. El texto tiene algo de novela y de manual de instrucciones. ¿Qué hacer? Una larga experiencia termina enseñando que no se puede hacer nada, que se pierde siempre: todo compromiso es vano cuando se trata de la conjunción de la naturaleza intratable y la civilización. Y al cabo de todas las pruebas estaba la constatación de que no tenía tanta importancia. Todos los accidentes se anulan en la eternidad de la vida del animal, que es el lapso del amor perfecto.”
César Aira, Las tres fechas
enero 31, 2011 a las 8:07 pm
Mirá, Flavia, lo que más me gusta de Solita es que parece un perro de verdad. Un caniche toy tiene su dimensión de animalidad totalmente aplastada, you might as well adopt an old man. El día que tenga un patio me voy a buscar un perro así, un cualquier cosa, jodón, vivaracho, cazador de churros.
enero 31, 2011 a las 8:27 pm
Hola a todos,
Acabo de volver de la playa y con un «no» y amenaza de ojotazo impedí que Solita atacara a los perritos que se nos cruzaron en este crepúsculo después de la tormenta. Sé que mañana quizás retrocedamos, pero vamos mejor.
Mulder, sí que leí Mi perra Tulip y me encantó. Se la recomiendo a Janfi y al Payador que son amantes de los perros. Esa novela es maravillosa. ¿Leíste algún otro libro genial sobre perros? Me encanta el género. No sé por qué…
Hermanito Liso, cuando vengas hacé de Pavlov sin ojotas vos!
Elsita, ya sé lo de los dulces. Pero qué querés que haga. En casa vive a Royal Canin, pero en la playa hace lo que quiere. Y no la voy a sacar a pasear con bozal. Creo que lo más práctico va a ser no sacarla todos los días para que no se empache. Por suerte (para Solita), falta poco para marzo, que la cantidad de churros amaina notablemente.
No saben los saltos en largo que se mandó hoy en la playa. Venía corriendo muy rápido y, de pronto, atravesó de un salto charcos bastante anchos y se sentía muy orgullosa. ¡Solita es una diosa!
F
enero 31, 2011 a las 8:52 pm
Tengo observaciones varias :
1 cuando pegás un ojotazo en la playa, puede deducirse claramente que uno de tus pies queda descalzo sobre la arena con las consecuencias de arena entre los dedos y otras incomodidades.
2 No se que dice Payador, pero «amante de los perros» puede ser malentendido por la amable audiencia del cyber eter. En mi caso no se trata de una desviación sexual sino que he tenido perros toda mi vida (mucha vida, muchos perros).
3 Liso, para superar el problema expuesto supra 1, le podés pegar a Solita con un libro de Pavlov.
enero 31, 2011 a las 10:20 pm
Carrio con Morales Sola. Duele escucharla. Duele. Duele que sea una sola la voz diciendo eso, así, y con valentía. E inteligencia y claridad.
febrero 1, 2011 a las 3:17 am
Me acuerdo de una novela sobre perros que leí hace mucho: El día que los perros hablaron, de Luis Aguilé.
En cuanto al tema de Solita y los churros, pido permiso para meterme y tirarte un método que usó una amiga que padeció un problema similar con su perro y le dió resultado: ponele un churro adelante y cada vez que lo quiera agarrar le gritás NO y le pegás suavemente con un diario en el hocico. Hay que repetirlo muchas veces, hasta que Solita pase por al lado del churro y ni lo mire.
febrero 1, 2011 a las 8:59 am
Janfi, yo también he tenido y querido a muchos perros, y también gatos; estos constituían una población en mi casa de la infancia de Ramallo porque mi viejo tenía una ferretería -algo de almacén de ramos generales- y corralón por lo que se hacían necesarios para combatir a la ratonada. Y el primer perro que yo recuerdo se llamaba Buki y era un callejero que se instaló en la casa pero que salía, por horas, y volvía cuando se le antojaba; era una mezcla de collie con no sé qué pero era sumamente inteligente y un guardián de primera.
febrero 1, 2011 a las 2:24 pm
Flavia, mi perra Juanita no me hace caso nunca, por eso, cuando hace lo mismo que Solita, yo sigo caminando y me hago la desentendida, como si Juanita no fuera MI perra. Hasta he llegado a mirarla con cara de: «que barbAridad esta perra, ¿de quien será? En mi casa llegamos a la conclusión de que la viva, según un psicólogo de perros (¿), tiene un severo Trastorno de Jerarquizacion: no se banca ser perro, quiere ser persona, y andar por la vida haciendo lo que se le canta.
febrero 1, 2011 a las 3:30 pm
En alguna librería vi (hace mucho tiempo) un libro que se llamaba «Inteligencia Emocional de las mascotas» (o algo así), en su momento lo lei por encima y hablaba de que en el trato con «el humano» los animales desarrollan empatía e interés por cosas puntuales. Y que esa «inteligencia» podía ser mejorada con estímulos positivos.
Por eso, un ojotazo en la trompa, no es solo una animalada (para llamarla cortézmente) sino que puede hacerle daño al animal.
JorgePayador, me gustaría pegarte un ojotazo en tu hocico por cada uno que le hayas pegado a un animal en el algún momento de tu vida y después me contás (si el cerebro te queda en condiciones, claro) si no terminás como Casius Clay.
A juzgar por tus comentarios políticos, no estás tan lejos.
El hocico es uno de los lugare más sensibles de los perros.
SI NO QUEDA MAS REMEDIO el chirlo que le da F a su perra debería ser suficiente para intimidarla.
Con práctica solo bastará un ojotazo al piso (si es duro, por ejemplo) o un grito.
Pero lo ideal es un tirón de correa, según leí por ahí. Que pierda «foco visual» de aquello que la vuelve rebelde.
Los animales necesitan refuerzos positivos para entender. El castigo (de cualquier forma) no lo es. No sirve.
Quizá en medio del campo donde los animales se agusanan y mueren sin importarle a nadie, pueda parecer exitoso pero la verdad es que el éxito de ése método solo están en la mente de los castigadores.
Los animales aprenden a obedecer sin tener miedo.
Y sí, es cierto F, los animales en espacios abiertos se transforman.
Es normal.
febrero 2, 2011 a las 12:04 am
JorgePayador desafía a César Millán!
febrero 2, 2011 a las 10:52 pm
Un libro interesante sobre perros es «Viajes con Charlie», del gran John Steinbeck. El tipo por unos meses se fue en una casa rodante a recorrer rutas americanas con la única compañía de su perro (el mentado Charlie). Habla de él con enorme afecto y sensibilidad. Y como están solos, gran parte del libro trata sobre el vínculo que se creó entre ambos.
febrero 16, 2011 a las 11:57 am
Perdon, Flavia… me meto por aca y lo que te voy a escribir no tiene que ver con el post.
En general entro por la pagina y soy medio criticon. Pensamos distinto y yo soy bastante cabron. Pero no es as eso a lo que vine.
Estaba leyendo en una pagina(estoy buscando data porque pienso hacer un viajecito con mi amor a Europa en mayo) y entre en una pagina de viajeros. Es cosi cosa(la pagina), pero es lo que encontre.
Se me ocurrio ver que hay de Argentina, solo por boludear.
Y encontre este texto. Aclaro que es mi intencion que no se tiña esto de ninguna connotacion politica. Y ya se que la tiene. Pero no es ese el motivo.
http://www.losviajeros.com/Blogs.php?b=4251
Te lo dejo, sospecho que te va a gustar.
y a Q tambien.
p.d. no se porque se me ocurrio compartirlo con uds. Mira que me hace calentar Q, eh!
Saludos.
marzo 20, 2011 a las 1:19 am
Leo el texto ahora que el verano está llegando a su fin. Qué bueno saber de las andanzas de la bella Solita en San Clemente. Ahora ya se deben haber ido hasta los jubilados y ella podrá volver a vagar feliz por las playas. Me alegro mucho.