por Oscar Peyrou
Dicen que la muerte es el mayor espectáculo del mundo. La población de Oświęcim (nombre polaco de Auschwitz) está a unos 60 km de Cracovia. Las carreteras polacas son estrechas y el tráfico es lento. En todas las guías turísticas figura con la máxima calificación –tres estrellas en la Michelin, por ejemplo–, como la torre Eiffel o las cataratas del Niágara.
Entrada a Auschwitz
Hay, además, razones familiares, históricas y políticas para que muchas personas quieran visitar los campos -KL Auschwitz I y KL Auschwitz II-Birkenau, en la terminología nazi. La favorable cotización del zloty polaco respecto del euro (4 a 1) y los moderados precios de alojamientos, restaurantes y transportes incrementa notablemente la cantidad de visitantes al país y a sus ciudades y atracciones turísticas.
Así, pues, no me sorprendió al llegar a Auschwitz encontrar una multitud en la entrada del campo principal deambulando en torno de guías que dividían a los visitantes según el idioma que hablaran: inglés, alemán, español, ruso o francés, pero puede ser que hubiera otros.
Barracones en Auschwitz
En la entrada hay un restaurante y una tienda de recuerdos (lamento no haber investigado qué se vendía como recuerdo) y en los alrededores, otros restaurantes y otras tiendas. Donde acude mucha gente, florece el negocio.
Lo primero que se visita es un museo del campo. Fotos, diagramas, grandes vitrinas llenas de zapatos, valijas, pelo, latas vacías de Zyclon B, ropa de bebés y niños, anteojos, piernas y brazos ortopédicos. La mayoría de la gente pasa rápidamente al lado de los objetos de los muertos como si estuviera mirando otra cosa.
Latas de Zyclon B usadas
Zapatos de las víctimas
Después, la visita continúa en la zona de los barracones. Todos son iguales o muy parecidos, pero tenían funciones diferentes. Nos explican, por ejemplo, para qué se usaban el 11 y el 14.
A la entrada de uno de los edificios, un grupo de soldados uniformados del ejército israelí esperan sentados iniciar una visita, o descansan. Algunos tienen cara de aburridos. Supongo que sus superiores los han enviado para refrescarles la memoria.
Un turista japonés le saca una foto a su hija de 15 o 16 años posando junto a un horno crematorio.
Auschwitz había sido un antiguo cuartel polaco, así que los barracones donde se encerró después a los presos eran sólidos y construidos en ladrillo.
Entrada a Birkenau
Birkenau, a unos minutos del anterior, es mucho más grande, más desolado y las barracas de madera fueron reconstruidas tras la guerra, cuando se creó el museo.
La gente ha leído o ha visto tantas películas o fotografías que, en cierta manera, se trata de la visita a un lugar más o menos conocido.
Hay cosas, sin embargo, que la mayoría se entera allí, cosas concretas, por ejemplo que originariamente el Zyclon B era un insecticida, o que si los que bajaban de los trenes eran ubicados a la derecha del andén significaba que irían directamente a las cámaras de gas, o que según sus orígenes o ideologías, los prisioneros eran identificados en su ropa con un triángulo invertido de diferentes colores: verde para delincuentes comunes, rojo para los presos políticos, marrón para gitanos –aunque también se les solía colocar el triangulo negro, que era el que se usaba para anarquistas o «asociales»–, amarillo para judíos, violeta para los Testigos de Jehová, azules para los emigrantes o rosa para homosexuales.
Barracón de las letrinas
También los guías informan de detalles técnicos, como que los cadáveres de los asesinados con gas debían ser lavados con mangueras de alta presión porque el veneno relajaba los esfinteres, y luego tenían que trabajar con ellos los que les cortaban el pelo y los que buscaban piezas de oro, no solamente en la boca.
A pesar de que la mayoría de los prisioneros tenía diarrea crónica, solo tenían permitido defecar dos veces por día, al levantarse y al acostarse, en una hilera de agujeros en uno de los barracones. Esto provocaba peleas entre los internos ya que las letrinas eran limitadas.
Andén donde llegaban los trenes y se elegían a los que se iba a asesinar
En los barracones donde dormían había camas superpuestas en tres niveles. Cada una era ocupada por hasta seis personas. Y no tenían mucho más de un metro de ancho.
Yo pensaba que debía quedar algún rastro objetivo del horror. Pensaba que en esos campos no podía salir nunca el sol, que siempre estaría lloviznando, el cielo gris o con niebla.
Cámara de gas destruida por los nazis antes de huir de Birkenau
Junto al andén de Birkenau donde llegaban los trenes, donde se hacía la selección de los que iban a morir poco tiempo después, donde habría tanto ruido y gritos y llantos, miré alrededor lentamente y no quedaba ningún rastro. Solo la desolación, las alambradas y, más lejos, los grupos de árboles cerca de donde estaban las cámaras de gas. La tierra no es allí fosforescente, los raíles de las vías siguen perfectamente ordenados y cuando termina el horario de visitas, en ese lugar no se oye ahora ni un susurro, ni un gemido, ni una voz.
septiembre 27, 2010 a las 8:39 pm
No creo que pudiera ver eso, de solo leerlo acongoja.
septiembre 28, 2010 a las 1:54 pm
Imprescindible leer a Primo Levi para comprender cómo los tiranos le quitaron toda humanidad a los reclusos. Así-cuenta-, lo peor no era ni siquiera la presencia latente de la muerte: era ver , por ejemplo, a un adulto y a un niño peleándose por un pedazo de papa.
septiembre 28, 2010 a las 6:23 pm
Hay una entrevista a Primo Levi, en ocasión de su segunda visita a Auschwitz después de la guerra, en 1982, en http://www.revistasculturales.com.
septiembre 28, 2010 a las 10:58 pm
Hace unos meses falleció mi tía abuela, con casi 90 años. Había estado en Auschwitz pero, gracias a no sé que milagro, había logrado escapar de allí, vivita y coleando. Primero vino con su familia a Argentina y después, ya de grande, a Israel. Pocas veces conocí una persona con tanta vitalidad y energía como ella, al punto que, hace 2 años viajé con mi familia a Israel para festejar el cumpleaños de 60 de mi mamá (casi toda su familia vive ahí) y ella se ocupó de que vinieran todos, desde distintas partes del país, para encontrarse con nosotros. Y no sólo eso, si no que en el momento de «¿alguien quiere decir unas palabras?» ella se paró y dió un discurso de varios minutos, donde habló de lo emocionada que estaba de vernos a todos juntos, seguramente por última vez. Mientras decía eso y levantaba su copa de champagne para brindar, yo no podía dejar de pensar en su tatuaje, que sé que tenía en el brazo pero que nunca me animé a mirar. Jamás entendí cómo una persona que vivió semejante horror en su infancia pudo rehacer su vida de esa manera, viajar, tener hijos, y vivir hasta los 90, con más salud y alegría que cualquiera. Tal vez por ese mismo espíritu vital es que logró sobrevivir en Auschwit. O quizás es al revés, y después de vivir semejante espanto, o te morís de angustia o entendés lo valioso que es todo lo demás (y yo ando por la vida adelantando mi sesión de terapia cada dos por tres, porque alguna estupidez de la vida cotidiana me deprime).
septiembre 29, 2010 a las 9:53 pm
[…] varios lugares hasta que llegué a La lectora provisoria. ¿Cómo se titulaba el último post? Turismo en Auschwitz. Y como su nombre lo indica, habla de cómo el lugar se ha convertido en una especie de parque […]
septiembre 30, 2010 a las 8:55 pm
Gracias por el relato. RK
octubre 2, 2010 a las 12:29 pm
También Semprún, más allá de su actividades politicas en España.
Aprovecho para repetir el comentario que dejé en la entrada anterior. Algún boludo/a usa el nombre Laura para escribir estupideces imitado el tono de cosas que comenté en otros blogs. Debe ser algún muchachito K que te cruza en el trabajo o en algun ambito universitario (incluso en algún transporte público) y se pone colorado y se va al mazo pero en los blogs (ajenos, no en el de una, no sea cosa de ser directo ) son muy valientes. En fin, la Laura de entradas anteriores no soy yo, mi Ip, una vez más, a la vista. Solo deje dos comentarios para diferenciarme de la estupidez que abunda, si se puede.
octubre 2, 2010 a las 1:06 pm
Buen relato. Yo fui al ghetto/campo de Terezin, en República Checa. No sé por qué vamos a estos lugares, se confirman tan espeluznantes como los esperábamos. Lo más duro fue ver cómo la gente seguía viviendo ahí, como si nada hubiera pasado. No hace falta ver todos esos zapatos. No es necesario olfatear tanta crueldad.
octubre 9, 2010 a las 10:46 am
En la entrada al campo se puede leer «Arbeit macht frei» «El trabajo os hará libres»; macabro presagio de lo que alli sucedia
enero 28, 2011 a las 1:12 pm
No sé por qué vamos a esos lugares…Pero sí creo fervientemente en que hay que seguir yendo, conociendo, divulgando… percibir y tratar de sentir una pequeña parte de lo que vivieron esas personas nos mantiene humanos y puede que eso sea lo que haga falta para que la historia no se repita.