Faulkner y Larbaud
por Quintín
Terminé Mientras agonizo, el Faulkner por el que decidí empezar a achicar uno de mis baches literarios. Efectivamente, como decía Benet, es uno de esos libros que producen la sensación de estar frente a una dimensión distinta de la escritura, frente a un autor de una grandeza descomunal, frente a una nueva forma artística que nos lleva a bajar el libro cada tanto y quedarnos con la boca abierta pensando cómo es posible tanta maravilla. Saer cuenta que descubrió a Faulkner con Mientras agonizo y lo hace en estos términos:
Empecé a leer después del almuerzo, y levanté la vista del libro al amanecer. En unas pocas horas de lectura me había convertido en otra persona, pero también el mundo había sido transfigurado.
Y luego, utiliza palabras parecidas a las que habíamos leído en Benet
Faulkner forma parte de ese puñado de escritores que, transfigurando el mundo a través de su escritura, nos enseña a verlo de una manera diferente, tan intensa y profunda que, a partir de cierto momento, el mundo y la representación que ellos nos han dado en sus obras se funden en una única imagen.
Es probable que Saer haya leído el artículo de Benet (el suyo es de 1997). Repito la formulación del español:
En un momento de su lectura el lector siente que Faulkner crea un mundo (…) Pero el mundo que él crea es este mundo.
Esta fórmula parece mejor, más abierta y sugestiva, porque trasciende la idea recurrente en Saer de la representación. Los dos pasos de Benet dejan espacio para pensar que Faulkner hace algo más que describir el mundo tal cual es como si fuera un pintor frente a su modelo. Benet sugiere que el mundo que crea Faulkner es el único mundo y este, que es totalmente informe, adquiere su verdad a partir de la literatura. Y no antes, porque esas verdades anteriores son siempre las que la literatura trata de capturar recurriendo a alguna ciencia social, a la psicología de los personajes o a la lucha de clases. Faulkner no aporta una organización completa pero su escritura deja lugar para todo lo que sea verdadero en el hombre y en el mundo. Dicho de otro modo, por falta de una explicación mejor y más deslumbrante de cómo funcionan las cosas, no podemos dejar de considerar la de Faulkner como la auténtica. Con la mayoría de los escritores sucede lo contrario: sus muñecos imitan lo que se supone es la vida humana. La gran hazaña de Faulkner es pasar de decir menos de lo que el mundo es, de reflejarlo vagamente, como hacen sus colegas, a decir mucho más. En Mientras agonizo, para poner un ejemplo, las páginas en las que Addie y Cora enuncian versiones antagónicas del sentimiento religioso protestante, por ejemplo, son de una clarividencia que excede largamente lo que pueden decirnos los feligreses y los teólogos.
El artículo en el que Saer presenta a Faulkner, El mundo transfigurado, recopilado en La narración-objeto (feo título de por sí) es bastante pobre. Más flojo aun es el de Onetti, el otro faulkneriano rioplatense, que aparece en Confesiones de un lector. Ambos se ocupan de establecer que los títulos de alguna traducción de Faulkner en castellano son incorrectos, ambos declaran su fascinación, pero avanzan poco, tal vez cegados por su propio deslumbramiento. Onetti supone —y es atendible— que la admiración y la envidia les impiden a los escritores escribir sobre Faulkner y Saer recuerda la baja atención que sus contemporáneos —y la crítica anglosajona en especial— le prestaron a Faulkner en su época, injusticia que sigue de algún modo vigente. Es paradójico que en el medio en el que la literatura es cada vez más una modalidad del atletismo, un escritor que exhibe tan clara superioridad sobre los demás sea ignorado o descalificado antes de la partida. Pero en el fondo, es lógico que todo el mundo se inscriba en la carrera con Hemingway o Fitzgerald o Capote para aprender a competir, porque esos son escritores que compiten, mientras que Faulkner juega su partido solitario con Shakespeare o con Cervantes. Pero eso no es entendido así entre los anglosajones. Supongo que debe haber mil estudios sobre Faulkner en inglés, pero no es alguien a quien los críticos del New Yorker o del New York Times suelan tener presente. Para poner dos ejemplo, un crítico que hoy está de moda citar, Cyril Connolly, no lo toma muy en cuenta y Harold Bloom le otorga un lugar muy secundario en su canon (no lo tengo a mano, pero eso es lo que recuerdo).
Se dice que tanto la superioridad de Faulkner como su eterna condición de outsider en su país provienen de su origen sureño. Algún día me gustaría terminar de entender ese asunto, pero supongo que requiere de la lectura de la obra completa y de un conocimiento mucho más profundo de la Guerra de Secesión y cuestiones semejantes. Pero lo cierto es que Faulkner pegó más en Europa (en 1950 le dieron el Nobel cuando pocos lo habían leído en los EE.UU.) y luego en el tercer mundo, donde hay hasta un argelino llamado Rachid Boujedra que es un faulkneriano hardcore. Saer menciona a Borges, a Rulfo y a Onetti como los verdaderos discípulos latinoamericanos de Faulkner y sugiere que García Márquez y Vargas Llosa se cuentan entre los falsos. En un libro de Pascale Casanova llamado La República mundial de las letras (un libro bastante malo, por cierto) hay un capítulo dedicado a la “revolución faulkneriana” en el que se consigna su influencia en los lugares marginales del planeta y se habla de un “famoso prólogo” de Valery Larbaud a la edición francesa de Mientras agonizo. Busco y encuentro ese prólogo en Ce vice impuni, la lecture. Domaine anglais, por cuya compra nunca termino de felicitarme. El artículo de Larbaud, escrito en 1932, cuando Faulkner era desconocido, es una pieza crítica notable. Larbaud era entonces, entre otras cosas, el gran descubridor francés de escritores ingleses. Quedó deslumbrado por Faulkner y comprendió también que estaba ante un escritor cuyo destino era ser infravalorado. En el primer párrafo dice Larbaud:
Tandis que j’agonise presenta ciertamente más interés y posee, a mi juicio, un valor estético mucho más alto que la mayoría de los libros en los que la librería debe colocarlo para comodidad del público, es decir, bajo la etiqueta “novela campesina”.
Pero déjenme copiar lo que dice Larbaud a continuación, algo que nadie podría repetir hoy porque hemos perdido la dimensión de la historia y la geografía y no sabemos hablar con propiedad de las particularidades locales.
El libro nos describe con potencia y nitidez paisajes, condiciones de vida y grupos humanos de una región de los Estados Unidos de los que la literatura se ocupó muy raramente hasta el momento: la parte de un Estado del sur situado aproximadamente a la misma distancia del Atlántico y del Golfo de México y cuyos principales productos son el algodón y el maíz (Larbaud parecía conocer Yoknapatawpha mejor que Faulkner). El clima es meridional y continental; es desde luego el sur, pero un sur bastante alejado del Mar de las Antillas, del delta del Mississippi que Paul Morand nos hizo entrever al final de su relato titulado “Bâton-Rouge”. El lector no dejará de sorprenderse por el carácter puramente agrícola de estas vastas zonas rurales, por la ausencia de grandes ciudades, por la mala organización de las vías y los servicios de comunicación y de la escasa densidad de una población de propietarios agricultores cuya vida parece mucho más penosa que la de la mayoría de los trabajadores agrícolas, granjeros y aparceros de Europa central y occidental. Es grande el contraste entre estos Estados Unidos y los que nos muestran las novelas en las que la acción transcurre en Nueva Inglaterra, en Virginia, en el Centro o en el Oeste. Pero no es en esa pintura donde reside todo el mérito de esta obra. Los personajes de Monsieur Faulkner tienen una calidad y una verdad humana que nos tocan mucho más profundamente que el exotismo de su medio [lo contrario de lo que ocurriría treinta años más tarde con Monsieur García Márquez].
Luego, Larbaud comienza a exponer una sorprendente interpretación de Mientras agonizo.
Sin ninguna intención de parodiar el tema de esta novela, podemos trasponerlo en un episodio de carácter épico: el episodio (homérico) de las Exequias de la reina Addie Bundren, conducidas según su última voluntad por su esposo Anse y por sus hijos los príncipes: el mayor, Cash, muy hábil carpintero, rengo como Hefaistos; Darl, en quien habita el espíritu de la demencia y la profecía; Jewel, supuesto hijo de Anse, pero en realidad “mentira viviente”, hijo del adulterio de Addie con Devin (el Reverendo) Whitfield; el más joven, Vardaman, un niño, y la princesa Dewey Dell, de diecisiete años, que porta en su seno el fruto de sus amores clandestinos con un bello “extranjero”, Lafe, trabajador llegado al pueblo para ayudar a la cosecha de algodón (su nombre de pila parece indicar un origen escandinavo: ¿Leif?). La reina Addie Bundren, la Madre, ha querido que su ataúd fuera construido delante de sus ojos por Cash y que sus restos fuesen conducidos, en la carreta familiar, rodeados de todos los suyos, a la “ciudad”, a Jefferson donde están enterrados sus padres. Y el rey Anse, el débil, el perezoso, el obstinado Anse —Ulises campesino cuya astucia consiste en explotar la piedad que su debilidad y sus defectos inspiran a sus vecinos, a sus hijos y a todos los que se le aproximan.
Y así siguiendo. Aquí también Larbaud sabe más sobre los Bundren que el propio Faulkner, a tal punto tiene razón Benet sobre el mundo que Faulkner nos deja para que juguemos en él con libertad y terminemos de crearlo. Luego, Larbaud señala que Faulkner utiliza el monólogo interior de Ulises de Joyce, aunque este ya existía en la prosa inglesa, en las Ballads de Bernard Taylor, específicamente en dos piezas tituladas The Qaker Widow y The Old Pennsylvania Farmer. Menciono estos rasgos de erudición de puro asombro frente a la prosa de Larbaud pero, sobre todo, para comparar la utilización amplia y generosa que de ella hace el crítico frente a la mezquindad con la que la erudición se procesa en el libro que estuve leyendo ayer y que tanto me fastidió.
Sobre el final, Larbaud hace una maravillosa reflexión sobre el lenguaje en el que piensan los personajes de Mientras agonizo.
Es posible pensar que la lengua de los monólogos interiores contiene pasajes en un estilo elevado y frecuentemente de una gran belleza, que desentonan con la simplicidad y la torpeza de narración escolar que debería corresponder al lenguaje en el que piensan la mayoría de los personajes. Pero conviene notar que estos campesinos poseen una cultura literaria que, aun rudimentaria, es de origen alto. Formada por fragmentos y retazos de los dos Testamentos, de himnos basados en los Salmos y de comentarios en la iglesia de la secta protestante a la que Bundren y sus vecinos pertenecen, no es sorprendente que les permita encontrar a veces espontáneamente el tono de la epopeya y de la profecía.
Extraordinaria lectura la de Larbaud, una compañía adecuada para Faulkner. Larbaud muestra cómo Falkner inscribe el mundo en el orden de la literatura pero va más allá y advierte que la literatura está inscripta en el orden del mundo. Su reflexión sobre el lenguaje de los campesinos es iluminadora de la novela pero también de un universo que permanecía oculto y que lo sigue estando. Faulkner hace una contribución única a la posibilidad de pensar lo humano y, en particular, del lugar de la práctica religiosa en la palabra. Su arte poético consiste en buena medida en la demostración de que el mundo está articulado por el logos y que la literatura, lejos de mirar una imagen del mundo para reproducirla, trabaja sobre la misma materia que sus criaturas, lo que le termina confiriendo a su escritura un carácter democrático trascendental porque la igualación llega a las mismas raíces de la cultura.
Termino con una anécdota cómica. Hace unos años, cuando hacíamos el Bafici, me encontré con el padre Malone, un cura australiano que dirigía la OCIC, la organización católica internacional del cine. Simpático y charlatán, me contó una historia chestertoniana que llevaba agua a su molino en la eterna pelea de los católicos anglosajones contra los protestantes. En esa época, los tradicionales jurados católicos en los festivales se habían ampliado para hacerse ecuménicos e incluir otras ramas del cristianismo. Malone decía que la ampliación de los jurados sería una muestra de tolerancia y de humanismo, pero no servía para nada porque los protestantes, al no creer en las imágenes, no aportaban nada en materia de cine. Mientras agonizo permitiría tal vez un argumento inverso por parte de un padre Brown o Malone evangélico: Faulkner demuestra que la palabra es constitutiva del orden del mundo y por eso solo la religión protestante, tan apegada a la Escritura, puede advertirlo y ocuparse con provecho de su obra (y de la literatura en general), mientras que el catolicismo está ciego por su adoración de las imágenes. Para abonar esta teoría se podría agregar que no debe haber una película decente basada en Faulkner, que se trata de un escritor infilmable y que cada vez que se intenta una película faulkneriana en algún sentido resulta una parodia insípida como el O brother de los Hermanos Coen (acá podríamos agregar que si los católicos se ocupan de las imágenes y los protestantes de las palabras, a los judíos —seguidores de la cábala y su orden secreto del mundo— les corresponden los números. Pero le dejo el tema a Faretta).
Foto: Flavia de la Fuente
junio 9, 2010 a las 11:27 pm
Estimado Quintín:
Admirable reflexión. Hay tanta miga que me parece casi pretencioso añadir algo. Coincido con usted en que ningún producto del intelecto se compara con la sabiduría que destila un escritor de la talla de Faulkner. T. S. Eliot, si no me equivoco, dijo que los artistas son las «antenas de nuestra especie». Y Harold Bloom, que considera a Faulkner un artista de primera categoría, siempre sugiere buscar la verdad en novelas como «El sonido y la furia» en lugar de perder el tiempo con los Foucault de este mundo .
La influencia estilística de Faulkner sobre la literatura latinoamericana es inmensa. Yo creo que hay un aire de familia entre el injusto sur de Estados Unidos y nuestra Patria Grande. Recuerdo un maravilloso cuento de F., cuyo nombre ahora se me escapa, con hombres y ovejas que se van convirtiendo en peces que anticipa ¡treinta años antes! el realismo mágico garcíamarqueano. En una época se decía que los escritores latinoamericanos quieren escribir como Hemingway o como Faulkner. Hoy, me temo, los modelos a emular no son tan exigentes.
Permítame recomendar esta espléndida entrevista: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/faulkner.htm
Dice cosas tan divertidas como ésta:
«El arte tampoco tiene nada que ver con el ambiente; no le importa dónde está. Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada qué hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el trabajo da cierta posición social; no tiene nada qué hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán «señor». Todos los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán «señor». Y él podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky».
Vaya tipo.
Mis respetos
G.B.
PD: Alfaguara publicó este año «Cuentos reunidos» de Faulkner, según una selección que el autor había hecho en 1950. Extraordinario volumen.
junio 9, 2010 a las 11:32 pm
Buenisimo el articulo de Q. Con una sola lectura. Merece alguna relectura. Muy bueno.
junio 9, 2010 a las 11:33 pm
Guiasterion. Gracias por la corrección. Creía que Bloom no lo quería mucho a Faulkner. Saludos.
Q
junio 10, 2010 a las 12:44 am
Que linda nota, Q. Me trajo mucho recuerdos de Mientras Agonizo -también la primera novela de él que leí- y ganas de reeler a Faulkner, varios de cuyos libros me devoré en mis últimos años de colegio y de los que, como casi todo, me he olvidado completamente. Recuerdo la carreta, of course, y una casa que imaginé esa vez y en la que una y otra vez volví a situar a todos los personajes de sus novelas y cuentos, e incluso a los personajes de A Sangre Fria, a quienes imaginé siempre masacrados en esa misma casa que me regaló Faulkner. Hace poco esa misma casa o esa misma carreta han vuelto a aparecer en algunas novelas de Coetzee, como Life and Times of Michael K o Disgrace.
Me gustó mucho también la cita de Larbaud respecto del lenguaje de los evangelios y su efecto en el habla de los campesinos. Sin ir más lejos, Cornelio, el abuelo de Huacho, habla en esa lengua épica y profética porque desde joven fue muy cercano a un viejo cura de Georgia que recaló en su pueblo y que los domingos lo hacía leer el evangelio.
Y sobre si Faulkner es o no filmable, no sé, pero para mi Satantango, por ejemplo, es muy cercana, si bien no en su trama, sí ciertamente en esa sensación de estar delante del mundo que se revela en su verdadera escencia. O Luz Silenciosa, por ejemplo, también.
Saludos a F y feliz mundial!!
junio 10, 2010 a las 1:29 am
Muy interesante tus apuntes, Quintín. Yo había leído esos monólogos interiores tan potentes como Faulkner incapaz de moderar su propia fuerza, y cagándose un poco en el «verosímil». En cierto sentido Darl es el personaje en la novela que ve lo que los demás no ven, que mira todo a través de la lente ampliada de la duermevela y cuyo «demasiado ver» termina, como en muchos personajes faulknerianos (Quentin en El sonido y la furia) pagando un precio alto. A Darl (me da la impresión de que el nombre, un apócope de «Darling» es un chiste sutil, porque está lejos de ser el «darling» de la madre) es al que Faulkner le da más «potencia poética» (o más espacio). Pero después uno se da cuenta que eso está en todos. El único capítulo en el que habla la madre es increíble, esa mujer pegándole a los alumnos con una vara (no tengo el libro a mano ahora). También lo son los capítulos de Cora Tull (muy simpáticos, porque esa mujer parece muchas veces percibir las cosas exactamente al contrario de como son).
Jewell (acá el nombre me parece literal, la joya, lo más preciado por la madre) y su caballo, también tienen momentos increíbles, como si el animal fuera el objeto del amor desplazado a la madre (¿me puse muy Freudiano?). Y Jewell también es una especie de x-men, un mutante, se funde con el caballo (¿se funde con la madera del cobertizo que atraviesa en el primer capítulo?) y en una de las escenas más potentes del libro, para salvar a la madre, sale «cabalgando» sobre el cajón de la madre y envuelto (¿convertido en?) fuego.
Cash y esa mini-saga de civilización cuando la familia tiene que entrar encadenada al agua para recuperar las herramientas. El libro es grotesco, dramático y poético al mismo tiempo.
Me parece que Faulkner labura con un molde mítico, pero de una manera distinta a como lo hace, yo que sé, Joyce en el Ulises. Faulkner decía respecto a la «tradición» o al canon, que uno con los escritores que admira quiere subirse a un ring y cagarlos a piñas. Me parece que Faulkner hace eso con los evangelios o la tragedia griega. No sé, es una impresión.
Hay otra cosa que me fascina de Faulkner. Y es la presencia de los animales y los elementos. Cuando esa familia entra al agua (especie de bautismo al revés) están las mulas mirando y Faulkner dice algo bellísimo: «Ellas (las mulas) también respiraban ansiosas, mientras lanzan detrás de sí una mirada que asusta, con algo de salvaje en sus ojos tristes, algo profundo, como si ya hubieran visto en el agua espesa la sombra de un desastre que pudieran expresar y que nosotros no podíamos ver todavía».
Eso de poner en las mulas la clarividencia que los griegos le daban a Tiresias es lo que hace para mí maravilloso a Faulkner.
junio 10, 2010 a las 1:46 am
Otra cosa. Faulkner en Estados Unidos es super respetado. Pero no tan leído. Tiene fama de difícil (aunque Mientras agonizo sí se lee mucho, es fácil), incluso se lee en el secundario. Una cosa simpática que sucede es que si mirás en youtube vas a ver que hay muchos cortos de estudiantes filmados en el que se homenajea o parodia esta novela. Lo que cayó un poco en el gusto «popular» fueron las novelas más complejas (Ruido y furia o Absalón). El otro tema es el estilo de su prosa, que perdió frente a la sencillez de Hemingway y después Carver, etc. En algunas de sus novelas y cuentos Faulkner se larga con oraciones infernales de página y media. Igualmente es un escritor que en los últimos años está teniendo cierto revival. Increíblemente el club de lectura de Oprah metió algunos de sus libros como lectura de verano.
El hecho de que no se haya leído en su momento creo que sí tiene que ver con su origen sureño y luego con otro tema, me parece. Me refiero al auge de la crítica feminista y de género y al tema racial. Faulkner no creía en la integración racial, o mejor dicho, decía que había que hacerlo muy paulatinamente. Tenía una relación con la historia del sur bastante ambigua (y por lo tanto interesante, creo yo). Hay una atmósfera de trauma por la esclavitud y la caída del sur luego de la guerra civil que va apareciendo paulatinamente en sus libros y que se ve muy pronunciada hacia el final. Fijate que en Mientras agonizo el tema racial no es central. Ruido y furia tiene al final un capítulo agregado al final (que rompe la estructura del libro original, es un capítulo anómalo). Ahí narra una negra, pero esa negra es estereotípica, como si Faulkner no pudiera entrar del todo en esa realidad. Muchos le criticaron después que no entiende la realidad de los negros en muchos de sus libros, aunque trata. (Al final de su carrera escribe ese libro… cómo se llama, que él llamó sus «Negro stories» en los que sí parece lograr entrar en esa subjetividad negra de mejor manera). Los personajes femeninos de Faulkner en algunas de sus novelas también fueron criticados. «Faulkner no entiende a las mujeres» fue otra cosa que se dijo y se repitió bastante.
Ahora estas críticas e incomodidades académicas se saldaron un poco mejor. Incluso hay gente como Toni Morrison que dicen que Faulkner es importante e interesante, porque se animó a meterse con esos temas de forma visceral, y lo hizo con honestidad. Al fin y al cabo era un blanco sureño escribiendo en 1930.
Por último, me gusta más la traducción del título que tengo yo: «Mientras YO agonizo». Más allá de ser una cita de La odisea, me gusta ese yo que agoniza, porque lo leo como Addie Bundren, pero también la idea del Yo (con mayúsculas, la identidad, el cuerpo, el alma, lo que sea) disolviéndose en distintos pasajes de la novela (está lleno de pasajes donde distintos personajes dicen no sé quién soy, yo no soy yo, si yo pienso no soy, si soy no pienso, si pienso no hay nada que piense, etc.
Corto acá porque podría seguir pero aburro. Me encanta esta novela. La leí varias veces. Me dan ganas de leerla de nuevo.
junio 10, 2010 a las 1:46 am
¿Qué tontería seudohermética es ésta? Expláyate Joe.
junio 10, 2010 a las 1:49 am
Me acordé ahora. Lo que Faulkner llamó «My negro stories» es Go down, Moses.
junio 10, 2010 a las 2:00 am
El relato al que hace referencia Guasterión se llama Al Jackson y está contado mediante el procedimiento de la carta. El mismo Faulkner es quien se dirige en esas cartas a un tal Anderson, al que llama Querido. ¿Será quizás su amigo y padrino literario el también cuentista Sherwood Anderson, de quien Faulkner afirmó aprendió el oficio de escribir? Es un relato treméndamente divertido con una dócil surreal más que de realismo mágico.
junio 10, 2010 a las 2:04 am
Estoy con gigantescos agujeros de memoria, pero creo que el pobre de Sherwood ayudó tanto a Hemingway como Faulkner en sus comienzos (lo primero que publicó F. fue gracias a él) y luego ambos lo vapulearon bastante escribiendo parodias del pobre Sherwood.
Es cierto que Sherwood había inventado un personaje medio risible (la idea del oficinista y de pronto abandona su trabajo A MITAD de una oración y se aleja hacia el horizonte para convertirse en escritor) pero Ernest y William se zarparon un poco con él, pobre.
junio 10, 2010 a las 2:10 am
Se me escapó un dócil que podría sonar correcto pero quise poner dosis. Lo mío definitivamente son los números. Ni las imágenes ni las palabras y mucho menos los acentos. Y de los números sólo los pares. Esta vez ganó la banca. Otra vez será.
junio 10, 2010 a las 2:13 am
Ah, y agrego otra cosa, respecto a por qué Faulkner tardó en ser reconocido en Estados Unidos. Y por qué ahora lo es más que inicialmente. Era considerado críptico y complicado y muchos se perdían con el ciclo de Yoknapatawpha y cómo se van entrelazando las historias (un personaje de El ruido y la furia a veces termina muriendo en una línea perdida en un cuento – Ese sol del atardercer -, por ejemplo). En 1946 Cowley edita «Faulkner portátil», con una introducción que aprobó hasta el mismo Faulkner y que presenta ordenados en secuencia lógica mucho de los textos (fragmentos) de la saga. Eso volvió a Faulkner más accesible. En los 50s hubo varios premios yanquis que le dieron a Faulkner, algunos póstumos y algunos por libros que no se consideran hoy sus mejores obras.
junio 10, 2010 a las 1:13 pm
«Quiere la leyenda cursi de la literatura que William Faulkner escribiera su novela Mientras Agonizo en el plazo de seis semanas y en la más precaria de las situaciones, a saber: mientras trabajaba de noche en una mina, con los folios apoyados en la carretilla volcada y alumbrándose con la mortecina linterna de su propio casco polvoriento. Es un intento por parte de la leyenda cursi de hacer hacer ingresar a Faulkner en las filas de los escritores pobres y sacrificados. Lo de las seis semanas es lo único cierto: seis semanas de verano en las que aprovechó al máximo los larguísimos intervals que le quedaban entre una paleada de carbón y otra a la caldera que tenía a su cuidado en una planta de energía eléctrica. Según Faulkner, allí nadie lo molestaba…».
A Faulkner le gustaba el silencio, hasta el punto de recurrir a él para explicar lo que escribía: «Prefiero el silencio al solnido», dijo, «y la imagen porducidas por las palabras ocurre en silencio. Es decir, el trueno y la música de la prosa tienen lugar en silencio».
Tenía aversión a las visitas, a las entrevistas, a los coloquios y a las fiestas en la que él era el centro. En una de ellas ofrecida en París por sus editores, la gente que salía al jardín para verlo regresaba a los salones al cabo de un par de minutos eclamando: «¡Es espantoso! No puedo resistirlo; es como ver a alguien al que se está torturndo».
Si yo amaneciera otra vez, Wuilliam Faulkner, un entusiasmo>/i>.
Javier Marías (más Un viaje, de Manuel Rodriguez Rivero).
junio 10, 2010 a las 1:25 pm
Para Xtian:
«Faulkner decía que había escrito Santuario, su novela más comercial, por dinero: «Lo necesitaba para comrarme un caballo». También aseguraba que no visitaba las grandes ciudades porque no podía air hasta allí a caballo. Cuando ya empezaba a ser viejo y tanto su familia como los médicos se lo desancosejaron seriamente, segúia saliendo a cabalgar y a saltar vallas, y se caía continuamente..
La última vez que montó a caballo sufrió una de esas caídas. Su mujer vio desde la casa el caballo de F, ensillado, junto a la cancela, y con las riendas sueltas. Al no ver por allí a su marido, llamó al doctor Linder y los dos salieron en su busca. Lo encontraron a más de media milla, cojenado, casi arrastrándose. El caballo lo había tirado y él no había podido levantarse. Había caído de espaldas. El caballo se había alejado unos pasos, luego se había detenido y había mirado hacia atrás. Cuando Faulkner pudo levantarse , el caballo se le había acercado y lo había tocado con el morro. Faulkner había intentado agarrar las riendas pero había fallado. Luego el caballo había desaparecido en dirección a la casa.
«W. Faulkner pasó tiempo en cama, muy malhumorado y con grandes dolores. Aún no se había recuperado del todo cuando murió. Estaba en el hospital, en el que se lo había ingresado para comprobar cómo evolucionaba su estado. Pero la leyenda no quiere que muriera de eso, de la caída de un caballo. Lo mató una trombosis el 6 de julio de 1962, cuando aún no había cumplido 65 años».
junio 10, 2010 a las 1:37 pm
Estrella, gracias! Me encantan tus aportes. Somos todos fans del William!
junio 10, 2010 a las 3:21 pm
lindisimo todo lo que se agrega
y eso que el cuerpo principal es enorme
pero quien sabe porque, para mi, luz de agosto tuvo la fuerza de una revelacion
en su momento, lo criticaron por ser un poema en prosa de 300 páginas
(dice alguna parte de la biografia de blotter)
no se si será una critica eso
junio 10, 2010 a las 3:26 pm
una cosa mas, volviendo a los hermanos cohen, no habia una pelicula de ellos en que un escritor va a hollywood y el dueño de la compañía lo humilla bastante, si bien al principio se le mostraba servil? Barton Fink
(hermosa película para mi, imagino que Q putea)
en otra parte de la biografia de blotter, en un momento comenta que Joe Warner (¿existió alguien así alguna vez? ¿con ese nombre?) se jactaba de ser el dueño del mejor escritor del mundo, y pagarle 15 dolares a la semana
quizás el hecho de haber ido a Hollywood lo haya hecho descender en la estima de sus contemporáneos. Creo que al menos sí en su propia estima (Blotter again)
junio 10, 2010 a las 4:07 pm
Excelente post, junto con los comentarios. Imperdible la entrevista que linkea Guiasterion.
Faulkner es uno de los (tantos) escritores que siento deberme, a raíz de diversas referencias, desde hace mucho. Creo tener uno de los tomos de la obra completa que editó Aguilar en alguna parte de la caótica biblioteca de casa, durmiendo su latente siesta de piedra en el oscuro silencio de algún rincón polvoriento.
Toda una invitación a despertarlo.
junio 10, 2010 a las 6:40 pm
Consulta, cómo se llama la biografía de Blotter? Se consigue en castellano? Gracias.
junio 10, 2010 a las 7:20 pm
Xtian: la biografía que escribió Blotner la tenés acá. El porqué se la conoce como the «blotter» biography, acá.
No tengo idea de si existe o no, traducción al castellano.
junio 10, 2010 a las 7:29 pm
Gracias Galois! Me gustó esto:
«When Joseph Blotner wrote his two-volume biography of Faulkner, it earned a nickname among colleagues, the «blotter» biography. The reason was that the two volumes chart every movement, statement, negotiation–in short, if evidence of Faulkner existed, it was blotted and placed in the biography. Blotner knew he had to limit his interpretive framework, and by doing so, performed an invaluable service to literary history.»
Este blog es una delicia cuando tiene artículos como este y cuando siguen comentarios con gente que leyó tanto y hace sus aportes. Estaría buenísimo que esto pase más frecuentemente sin que empiecen los cruces personales y se evapore la cordialidad.
Abrazos a tuti.
junio 10, 2010 a las 7:34 pm
Quizá sea nuestro propio zeitgeist.
Abrazo.
junio 10, 2010 a las 9:05 pm
Felicitaciones por el texto, Quintín. También son muy buenos los aportes de los comentaristas. Yo quisiera agregar algo sobre los falsos discípulos que menciona Saer: en la vieja edición de emecé de Absalón, Absalón, la traductora, cuyo nombre no recuerdo, escribe a modo de nota preliminar una confesión. Dice, esta señora, que para facilitar la lectura debió recortar algunas interminables frases y soslayar otras (cito de memoria, no tengo más esa edición); pero en fin, reconoce que la traducción está lavada. La prosa de Cien años de soledad es un remedo pobre y farragoso de esta traducción lavada. Y Desciende Moisés es algo así como los cien años de soledad de la familia Mc Caslin, con la salvedad de que el libro de García Márquez es apenas la sólida estructura de un mundo huero y en Faulkner está a la vista el mundo pleno pero tal vez desestructurado. Quiero decir con esto que si bien es cierto eso de que «el mundo está articulado por el logos» lo que Faulkner hace, por medio de la palabra, es recrear ese caos previo al logos. En Mientras yo agonizo y en El sonido y la furia, es muy notorio por la técnica del flujo de conciencia que utiliza. Creo que en sus otros libros el caos sigue ahí, reconstruído, pero de otras maneras.
Por otro lado aparece Vargas Llosa, el otro falso discípulo. Tiene una manía, Vargas, que es la de retroceder y avanzar en el tiempo en medio de una frase. La primera vez llama la atención, luego es difícil no aburrirse, supongo porque no aporta nada. Esos saltos temporales están en El sonido y la furia, en el monólogo de Benjy de treinta y tantos años, con la edad mental de un niño de tres o cuatro , que es cuidado por su criado, otro niño, negro, pero de de trece o catorce años. Como todos, Benjy tampoco entiende el tiempo, pero está imposibilitado, aun, de entender la idea de mañana, de esta noche, de hace dieciocho años; entonces esos saltos en el tiempo que aparecen en su monólogo retratan esa imposibilidad y le agregan vigor y sustancia al personaje (a la persona Benjy Compson; entrar a la galaxia Faulkner es hacerse amigo de esos bribones más o menos sórdidos, como Quijotes desesperados que deambulan por Yoknapatawpha y te invitan a beber con ellos ese whisky silvestre de alambiques clandestinos). Perdón por la extensión, pero Faulkner me entusiasma como casi ningún otro escritor.
junio 10, 2010 a las 9:34 pm
Es cierto lo que dice Marcelo, pero pasa con muchas de las traducciones faulknerianas que leí. Dasbald el otro día me decía que deje de decir que la traducción de Anagrama es nueva, cuando la sintaxis de Faulkner está planchada y doblada y metida en bolsita como en un laverap…
Creo que Mientras yo agonizo es un poco distinta a otras novelas, donde el peso del pasado no está tan marcado, o quizás esté todavía medio encapsulado, no sea tan «evidentemente» social. Y la gramática todavía es bastante llana.
Lo interesante es como ya en El sonido y la furia aparece eso que dice Marcelo. Ahí ya aparece el trauma y el pasado y su fuerza. Creo que es Sartre el que dice que en Faulkner el tiempo está visto como mirando hacia atrás de un auto descapotable, es pasado que se acumula. Esa gravitación creciente del pasado en las novelas no sólo actúa en las historias y en los personajes, sino que comba el espacio de la oración (por usar una metáfora de la física) haciendo que a veces sea imposible llegar al final de la oración sin retomar el principio.
Alguien que me recuerde la frase de Faulkner, que dice uno de los personajes de sus novelas. No es que el pasado esté muerto, es que ni siquiera es pasado. Acá ta, gracias Wikipedia: «The past is never dead. It’s not even past.»
Copio acá alguna oración medio traducida al tuntún por mí de El oso, para que se vea eso de que las oraciones se comban por la gravitación del pasado. La oración se refiere a la conversación entre cazadores:
«Era de los hombres, no de los blancos, ni de los negros, ni de los rojos, sino de los hombres, de los cazadores con la voluntad y la osadía de resistir y la humildad y el arte de sobrevivir, y de los perros y el oso y el ciervo yuxtapuestos y en relieve contra ellos, enfilados y organizados en torno a la inmensidad salvaje o dentro de ella, a la antigua e incesante contienda decretada por las antiguas e inflexibles normas que anulaban todo arrepentimiento y no admitían cuartel—el mejor juego de todos, la mejor de todas las respiraciones y por siempre la mejor de todas las músicas, las voces susurradas y pensativas y destinadas a la revisión y recolección y a la exactitud entre los trofeos concretos—las escopetas y las cabezas y las pieles—en las bibliotecas de las casas de campo o en las oficinas de las plantaciones o (lo mejor de todo) en los campamentos mismos donde la carne intacta y todavía caliente colgaba, los hombres que la habían cazado sentados frente los troncos crepitantes en la chimenea, cuando todavía había casas y chimeneas, o alrededor del resplandor humeante de la madera apilada frente a toldos extendidos cuando no las había.»
Seguimos presa del entusiasmo por Faulkner.
junio 11, 2010 a las 5:37 am
Muy buen texto y muy buenos comentarios, colegas, yo quisiera preguntar si es posible, qué ediciones de libros de Faulkner recomiendan, porque sólo he podido ver libros de él en Anagrama -y la verdad no me animé a comprarlos porque ya la he pasado muy mal con traducciones de esa editorial-. Sólo se consiguen sus libros traducidos en esa editorial? Disculpen, es que mi inglés no creo que sea lo suficientemente bueno para entenderle a Faulkner
junio 11, 2010 a las 10:09 am
creo que no se puede evitar responder. Sería peor. No obstante:
«..También pueden operar en grupo. Estas patotas virtuales son como hidras. Puede que uno consiga cortar una cabeza con argumentos afilados, pero crecerán otras. En general son operadores políticos. Y cuanto más se discuta con ellos, mayor será el daño para nosotros. No están razonando, ni tienen esa intención. En el mejor de los casos, creen a ciegas en algo y están dispuestos a no dar un paso atrás hasta destruir al enemigo. Tolerancia cero, claro. En el peor de los casos, están adrede, metódicamente, intentando devastar lo que entienden como enemigo. La meta del flaming es resonar, hacer ruido, crear una espacio.
Los debates online son fantásticos, uno siempre aprende algo de valor. Se caracterizan porque los participantes intercambian ideas, silogismos, links, documentación..
Uno, que es responsable, piensa en responder. No sirve. De hecho, empeora las cosas..
Ahora, si no puede evitar dar una respuesta, mi consejo es que siga la recomendación de Oscar Wilde: Perdona siempre a tus enemigos, nada los irrita más . »
» Fórmula mágica contra las agresiones virtuales» – Ariel Torres lanacion.com 11.06.10
junio 11, 2010 a las 11:07 am
Hola Antonio, yo te diría que no juzgues todas las traducciones de Anagrama en bloque. Es mejor ir afinando la puntería y juzgar traductor por traductor, no editorial por editorial. Por ejemplo la traducción de Anagrama de Mientras yo agonizo es legible, sin muchos españolismos. La de Santiago Rueda de Max Dickmann me gusta todavía más. Y sino esperá la mía, que estoy pensando en traducirlo. Je.
Después tenés que agarrar los libros de a uno y ver, sobre todo aquellos que tienen dialecto sureño. Esos son riesgosos y ahí tenés que fijarte si preferís que planchen un poco eso y no traten de traducir el dialecto o que traten y los negros hablen medio andaluz como dice Carlos Gamerro que hacen con los cuentos de Flannery O Connor. Mucho de lo que se consigue más allá de El sonido y la furia (que está en varias ediciones al ser su libro más famoso) es en librerías de usados.
La otra alternativa es comprar los libracos que venden en kioscos de revistas. Son unos libros gordos que traen varias obras juntas en un sólo tomo. Salen 60 mangos cada uno. La ventaja es que tienen todo. Son traducciones viejas y virando a lo español. Ojo que tienen algo que a algunos les resulta insalvable: las páginas tienen dos columnas. El primer tomo de cada autor suele traer una biografía bastante extensa o ensayo (digamos que de 200 páginas o más) pero las que leí no me parecieron muy interesantes. Y luego vienen las obras. Es caótico cómo las ordenan en cada libro (el orden no es cronológico). Y el problema que tenés es que en general el diariero las tiene en bolsita de plástico y no te las deja abrir. Así que no sabés que cuerno tiene «Obras completas 8» de Faulkner. Acá te pongo los pocos que tengo yo, por las dudas que te interese.
Faulkner 1: Estudio preliminar, Mientras agonizo (Agustín Caballero Robredo y Arturo del Hoyo), El ruido y la furia (Ana Antón Pacheco), Santuario (J.L.L. Muñoz), Luz de agosto (Argos Vergara S.A.)
Faulkner 2: Absalón Absalón (trad. Beatriz Florencia Nelson), Desciende Moisés (María Coy), El villorio (José Luis López Muñoz), La ciudad (José Luis López Muñoz).
Faulkner 3: La mansión (J.L.L. Muñoz), La paga del soldado (J. Gómez del Castillo), Mosquitos (Victoria Lentini), Sartoris ( J.L.L. Muñoz),
Si te interesan estos libros los kioscos de revistas sobre Corrientes entre Callao y 9 de julio tienen bastante. De la mano más cercana a Córdoba digamos.
Suerte.
junio 11, 2010 a las 8:36 pm
Xtian, estoy de acuerdo con vos en eso de la gravitación del pasado y sus traumas en la obra de Faulkner. Pero creo que eso ya se nota antes de El sonido y la furia. La primera novela de la saga Yoknapatawpha es Intrusos en el polvo, que primero se publicó, podada por el propio Faulkner, porque era demasiado larga y los editores no la aceptaban, con el título Sartoris. No sé si recordás el inicio: el viejo Bayard Sartoris (la novela transcurre a fines de la Primera Guerra Mundial), hijo del coronel John Sartoris, héroe pueblerino de la guerra de Secesión, y a quien en todo el distrito también llaman coronel, se encuentra en la mansión familiar a hablar con un viejo aún mayor que él, un antiguo ladero del coronel. Y este viejo le cuenta a Bayard la historia de su padre y también la del propio Bayard. ¿Cuántos años tenías, Bayard? Le pregunta en un momento. Y Bayard le contesta algo así como: Catorce, cada vez que me contás la historia me hacés la misma pregunta. El fantasma de John Sartoris está ahí, todo el tiempo. Y está la guerra, que Bayard vivió en su infancia y está la tía Jenny, de ochenta y algo, que recuerda anécdotas de la guerra. Y también está el joven Bayard, bisnieto del coronel, recién llegado de Europa que afirma que la verdadera guerra fue esta europea y no el tiroteo entre yanquis y confederados. Pero también aparecen otros personajes de esa oligarquía pueblerina en descomposición, como los Bembow, que Faulkner narra. Y aparece también un Snope, empleado del banco del viejo Bayard. Los Snopes son una familia de advenedizos, que nadie sabe de donde vienen (a propósito, Snob era inicialmente una la sigla de Sine Nobile, sin nobleza, es decir sin historia, desconocidos y se aplicaba a aquellos que compraban el título, burgueses recientes ávidos de reconocimiento social y que se iniciaban en esas lides de la opresión y la explotación); y que a la postre terminan quedándose con el pueblo e incluso con los nombres patricios: en uno de los cuentos de Gambito de caballo, un chico debe declarar ante el tribunal y cuando le preguntan el nombre dice: John Sartoris Snope. Los Snopes son el futuro, y también los negros; por eso no entiendo a Benet. El pasado y el presente están íntimamente entrelazados hasta casi confundirse, pero proyectan un futuro.
Mañana sigo.
junio 11, 2010 a las 8:41 pm
Sí, tenés razón, Marcelo. No leí las primeras novelas de Faulkner, y como empecé con Mientras yo agonizo por eso pensé que iba apareciendo gradualmente a partir de ahí (en el que la cosa está centrada en esa familia), y no se ve mucho lo «histórico» salvo en los comentarios que genera la marcha del cajón a través del calor de Mississippi.
Seguí nomás, que está bueno. No sabía que había tantos faulknerianos acérrimos.
junio 12, 2010 a las 3:53 am
Q : Efectivamente Faulkner es infilmable… ¿como la Biblia ?.Pero se encontró con la horma de su zapato, otro poeta de la Alta cultura en las clases populares y de las pasiones : el alemán Douglas Sirk adaptó ¨Pylon¨(que si no me equivoco es un cuento ) en ¨The Tarnished Angels¨(ángeles sin brillo, según las traducciones) que es sublime. Y no te olvides de la relación fascinante con Hawks que lo tuvo de guionista en varios films con debates sobre el sentido de sus argumentos. Hemingway adaptado por F. y dirigido por Hawks es la confirmación de que hay justicia en este mundo.
junio 12, 2010 a las 9:58 am
No sé si hay tantos faulknerianos acérrimos, tiendo a creer que somos pocos pero malos. Aunque siempre hay un faulkneriano de alta gama como Larbaud. Es muy interesante lo que dice acerca de los retazos de épica bíblica en los monólogos de estos campesinos. Como también es muy bueno lo que escribe Quintín, y cito: «las páginas en las que Addie y Cora enuncian versiones antagónicas del sentimiento religioso protestante, por ejemplo, son de una clarividencia que excede largamente lo que pueden decirnos los feligreses y los teólogos.» Es cierto, los feligreses porque no lo razonan, y los teólogos porque sí lo hacen pero queda afuera la fe que Faulkner no tuvo pero comprendió y que si la tienen Cora y Addie. Alguna vez Borges escribió que Cervantes creía en el Quijote. Faulkner cree en sus personajes, los siente vivos y jamás los traiciona. El mundo que crea Faulkner está vivo. Y en ese formidable mundo vivo reescribe la comedia humana. Supongo que todo gran escritor hace lo mismo: creo que también lo hace Aira, aunque de manera diferente, no sé si distinta pero sí diferente.
Vuelvo a Faulkner. Hay una imagen muy fuerte en Palmeras salvajes. En medio de la inundación, Faulkner dice que el río avanza a contracorriente sobre el cauce de los pequeños arroyos que desembocan en él; pero que por debajo esos pequeños cauces siguen su curso natural, siguen corriendo hacia el río. La grandeza de Faulkner reside en mantener una permanente tensión desprolija entre esas dos corrientes a contra mano una de la otra. Si por un lado elige, como Borges, cuidadosamente los nombres e intenta asimismo que nada se le escape; por el otro escribe con todo el cuerpo y se desborda y supura literatura por todos lados.
junio 12, 2010 a las 10:04 am
Ahora que mencionás a Borges, y ya que estamos hablando cómo esos mensajes bíblicos impregnan y organizan el mundo de esos campesinos, se me ocurre pensar El Evangelio según Marcos de JLB como una humorada siniestra sobre esa idea, ¿no? ¿Habrá tenido presente esto Borges al escribirlo o sólo el modelo que conocemos todos de Ezequiel Martinez Estrada?
junio 12, 2010 a las 10:06 am
La imagen de los ríos subterráneos contracorriente en el gran río es genial. Después fue tomada por los Vox Dei, creo. Jajaja.
junio 12, 2010 a las 3:28 pm
Pero primero todos la tomaron del gran Kohélet, el gran Predicador de la Antiguo Testamento, a quien el mismísimo Harold Bloom considera uno de los grandes escritores de todos los tiempos.
Nada nuevo bajo el sol
1:4 Una generación se va y la otra viene,
y la tierra siempre permanece.
1:5 El sol sale y se pone,
y se dirige afanosamente hacia el lugar
de donde saldrá otra vez.
1:6 El viento va hacia el sur
y gira hacia el norte;
va dando vueltas y vueltas,
y retorna sobre su curso.
1:7 Todos los ríos van al mar
y el mar nunca se llena;
al mismo lugar donde van los ríos,
allí vuelven a ir.
1:8 Todas las cosas están gastadas,
más de lo que se puede expresar.
¿No se sacia el ojo de ver
y el oído no se cansa de escuchar?
1:9 Lo que fue, eso mismo será;
lo que se hizo, eso mismo se hará:
¡no hay nada nuevo bajo el sol!
1:10 Si hay algo de lo que dicen:
«Mira, esto sí que es algo nuevo»,
en realidad, eso mismo ya existió
muchísimo antes que nosotros.
1:11 No queda el recuerdo de las cosas pasadas,
ni quedará el recuerdo de las futuras
en aquellos que vendrán después.
junio 12, 2010 a las 4:08 pm
Faulkner es el Maradona de la literatura. Razona mientras te hace un firulete y piensa a quien se la va a pasar o si va a desbordar con una gambeta o un gambito de caballo.
junio 12, 2010 a las 5:37 pm
Xtian, es probable que Borges haya tenido en cuenta a Faulkner a la hora de llevar a cabo la idea de El Evangelio según Marcos. Borges fue, o decía ser, uno de los primeros lectores de Faulkner en la órbita del español y llevar algún tópico faulkneriano al extremo, a la perversión, debió divertirlo.
Falls (vaya nombre para el testigo de la disolución de una estirpe) se llamaba aquel viejo de la novela Sartoris, que empieza así: «Como de costumbre, el viejo Falls trajo con él a John Sartoris» El coronel se había hecho matar cuarenta y cinco años del inicio de la acción de esta novela.
Mishíguene Kop: el aplauso de Bloom no es ningún mérito, y esto no niega para nada la belleza del texto de Kohélet. Por otro lado sospecho que todo escritor sabe que no hay nada nuevo bajo el sol. Lo que hacen los grandes, en este caso Faulkner, es repintar todo con los infinitos matices del gris. ¿Maradona será el Faulkner del fútbol?
marzo 26, 2015 a las 10:09 am
El ruido y la furia, que traducción recomiendan?