Intento de diario madrileño (5)

1ro. de mayo al mediodía

por Flavia de la Fuente

Es raro esto de hacer el diario de lo que ya pasó hace casi un mes. Es más bien una memoria. Pero tengo ganas de reencontrarme con las fotos y los paseos que hicimos con mi hermano en su ciudad de adopción. Por otra parte, con Liso y Q, tomamos apuntes de lo que hicimos día a día y nos costó mucho esfuerzo, porque de tanta joda quedábamos agotados. Sin embargo, algo nos hacía llevar nuestra bitácora religiosamente. Recuerdo que la terminamos en el aeropuerto, antes de embarcarnos para Buenos Aires. En vez de ponernos melancólicos, abrimos la computadora y completamos las notas para el futuro diario madrileño. Así que también quiero rescatar eso. Y, además, estoy leyendo un libro de Josep Pla que se llama Madrid 1921. Un dietario. Me divierte leerlo y comparar las experiencias de dos forasteros en Madrid, aunque sea casi un siglo después. Veremos qué sale.

El primero de mayo, Liso nos despertó a las 10.30 AM, como le habíamos pedido. Nos dimos un baño y partimos los tres mosqueteros a por nuestro desayuno en la Plaza Santa Ana, precisamente en la cervecería homónima. Era nuestro segundo día en Madrid. El menú consistió en pulgas de lomo y de jamón ibérico con café y té.  Habíamos elegido un sitio en un bar que estaba casi vacío, en una plaza hermosa. Al menos hermosa para nosotros. Porque todos los madrileños y argentinos que encontramos más tarde se quejaban de las plazas de cemento que había hecho el alcalde del PP. Querían más pasto, más verde. A nosotros, totalmente ajenos a las disputas políticas, nos parecían preciosas, llenas de vida, con gente tomando tragos y comiendo en las terrazas. Ese Madrid peatonal que nos mostró Liso el mediodía del 1ro de mayo era una imagen de la felicidad.

Nos sentamos bajo unas sombrillas gigantes, para que a Q no lo agarrara el sol. Pero si bien el sol no bronceaba el muy maldito calentaba lo mismo y, para colmo, las sombrillas hacían un efecto campana que amplificaba el ruido, porque se había llenado de gente. Así que de pronto, el paraíso se convirtió en el infierno. El ruido y el calor nos fastidiaban. Por fin pudimos huir y volver a respirar el aire de la primavera madrileña. Y en ese mismo instante,  se nos pasó todo el malestar y seguimos camino con optimismo y alegría por conocer la ciudad de la mano de Lisandro.

Paseamos por los jardines del Príncipe de Anglona, que si no me falla la memoria están junto a la Plaza de la Paja. Esta foto no parece de Madrid. Más bien parece de Roma. Es una vista extraña, me parece. Pero está buena.

Acá está nuestro príncipe paseándose por sus jardines. “Siempre que paseo por Madrid —por el centro se entiende— me sorprende ese aire que tiene la gente —inencontrable en ninguna otra ciudad de Europa —de estar encantada de la vida. Todo se nos aparece bajo un aspecto resplandeciente, brillante.” Así ve Pla a Madrid en un día de mayo. Y así la veíamos nosotros. “Después, claro está, si dejáis el centro y os adentráis en los suburbios, las cosas ya no son tan resplandecientes. Suelen ser más bien opacas.” Eso no lo vimos. Eso lo vio Pla en 1921. Y también lo comentaban Bértolo y Gopegui cuando fuimos a cenar a su casa. Según ellos, sólo el centro de Madrid era bello y próspero.

Guiris o madrileños disfrutando de la vida en los jardines del príncipe de Anglona. Era un día perfecto, templado, soleado. “La contrapartida del clima de Madrid es que suscita cierto abandono, una especie de satisfacción sin causa. Ahora bien, la satisfacción sin causa, ¿no es acaso la felicidad?” ¿No es hermosa esta frase de Pla? Creo que todavía hay mucho de eso en Madrid. Aunque la mía es la visión de una guiri. ¿Qué opinará Liso de esto?

No me pregunten cómo, pero, en algún momento y después de muchas fotos  y vueltas por callejuelas encantadoras, llegamos a las Vistillas, un sitio que ya habíamos visitado con Q en 1987. Esa vez nos había llevado el tío Aurelio, un hombre que había luchado por la República y que desde ahí nos describía cómo estaba posicionado cada bando en la guerra civil. Aurelio revivía la lucha desde ese paraje. Recuerdo que tomamos un vaso de horchata de chufa de parados. Aurelio se murió hace algunos años. El también era un madrileño que la pasaba bomba. Se había jubilado después de haber trabajado de mozo toda la vida, y de viejo viajaba por el mundo, hacía las compras, comía, bebía y recordaba las aventuras del pasado. “Madrid es una ciudad deliciosa para dormir, para ir pasando, para ir tirando. Los quebraderos de cabeza no parecen tener en ella la misma importancia que en otras partes. Mañana será otro día y lo que fuere sonará… Por eso los viejos se encuentran bien en Madrid. Es un clima para la ancianidad, para durar. En invierno el clima es durillo, ciertamente, y así hay que protegerse contra él. Pero, las otras estaciones del año, respirar es fácil. Respiración ligera que no fatiga mucho el fuelle. Una ciudad para durar años.” Y, como lo auguraba Pla, Aurelio duró muchos años. Fumaba mucho, trabajó mucho y llegó a viejo. Mi tío vivía en los barrios no resplandecientes: compartía un departamento muy cómodo en el barrio del Pilar con su hija Anita, donde nos hospedamos durante una semana. Ese barrio era feo, muy feo. Todo con edificios iguales de ladrillo rojo, al menos así lo recuerdo. La idea era la de un barrio de monoblocks. Esta vez no visitamos el barrio del Pilar. Este año nos tocó en suerte ser turistas pijos, vivíamos en el corazón de Madrid, en la calle Botoneras, a veinte metros de la Plaza Mayor.

No sé de qué hablarían Liso y Q. Ni qué le señalaba Q a mi hermano. Quizás estaba recordando la conversación con Aurelio de hace veintitrés años, la misma que yo describí más arriba. Yo andaba rezagada, siempre media cuadra atrás sacando fotos de todo lo que veía. No saben cuántas fotos malas que saqué. Pero tampoco saben cuánto disfruté mientras las tomaba.

Mirando las fotos, cada vez siento más intriga por la conversación. ¿De qué hablaría con tanto entusiasmo Q? Miren qué gestos ampulosos. Ni siquiera sé qué le está mostrando. No recuerdo qué había para ese lado. Es un problema no acordarse de nada. Quizás por eso saco tantas fotos.

De nuevo me perdí. Ni idea de dónde andamos, pero seguro que fue después de las Vistillas, porque sigo el orden de las fotos. Más gente disfrutando de la primavera después de un duro invierno. Como fondo, una pintura que simula la continuación del edificio. Y los clásicos grafitti que adornan todas las paredes madrileñas. Aunque acá ya había suficiente adorno con la pintura. Pero igual tiene lo suyo, le da más naturalidad al dibujo de la casa. Queda bien.

Vueltas y más vueltas, cuesta abajo y cuesta arriba, para el Este o para el Oeste. De pronto, me encontré frente al asombroso Cine Dore. Esto sí que es resplandeciente. A esta altura de la caminata seguro que Q ya se estaba quejando porque tenía hambre o porque habíamos caminado demasiado. O de ambas cosas a la vez. Según dice la bitácora, para hacer una pausa, pasamos por el Mercado San Miguel donde Q y Liso tomaron vermú de Reus y aceitunas. Yo no comí nada porque todavía no tenía hambre. Pero igual los acompañaba contenta, sabiendo que ellos estaban disfrutando de la mejor gastronomía. “Para vivir a gusto, en Madrid, hay que compenetrarse con el localismo frenético de la ciudad. Hay que estar convencido de que no hay nada como Madrid; de que en ninguna parte se come tan bien como aquí… Es una ciudad susceptible, de un gran amor propio, que exige cierto grado de diplomacia.” Es curioso, pero esta cita de Pla es idéntica a un texto que Liso me dictó para el copete de LLP durante nuestra estadía madrileña.

Caminamos y caminamos por la Latina y otros barrios cercanos. El objetivo inmediato era ir a comer una paella a la Arrocería Gala. Pero el boliche estaba repleto de gallegos comiendo arroz, y Liso no había reservado mesa. Así que nos dijeron que volviéramos en media horita. Para matar el tiempo, cruzamos la calle y nos dirigimos a la Taberna de los Conspiradores donde mis acompañantes le siguieron dando duro al vermú y lo acompañaron con pincho de tortilla. Esta vez probé la tortilla y estaba muy buena. La taberna resultó ser un sitio de comida de Extremadura. Y a Q le picó la curiosidad, así que quedamos en volver a almorzar al día siguiente las especialidades extremeñas.

Mientras Liso y Q bebían, yo saqué fotos de la taberna. ¿No está muy bella Ingrid Bergman? Ahora les voy a poner una foto de la Arrocería Gala que saqué al día siguiente. No sé cómo ocurrió el milagro y me acordé de que había sacado una foto de esa fachada. Un segundo. La busco y vuelvo. Es que saqué mil trescientas fotos en diez días. Se me complica la búsqueda. Pero allí voy. Esperen, por favor. Acá va.

Y mientras buscaba la foto de la arrocería en el iphoto me encontré con la fachada de la Taberna de los Conspiradores, que también la saqué el domingo, cuando volvimos a cumplir con lo pactado, el almuerzo extremeño. Es que la agenda de comidas en Madrid fue algo serio. Q y Liso habían planeado día por día qué iban a degustar. Y así lo hicimos. Creo que solo quedó pendiente el chocolate con churros. Habrá que volver pronto.

De la Taberna de los Conspiradores volvimos a la Arrocería Gala (Calle de Moratín, 22). El lugar seguía repleto pero ya había una mesa lista para nosotros. Después de estudiar un rato el menú, optamos por una paella mixta para dos, ensalada de cogollos y un vino Verdejo de Rueda. La paella fue algo serio. Eso no se come todos los días. El arroz tan a punto nos hizo saltar lágrimas de los ojos. Me quedé con ganas de comer más arroz en Madrid, pero no hubo tiempo. Habrá que volver a por más. El tema del arroz siguió con nosotros. Yo siempre quiero cocinar arroz y Q no me deja. Liso me sugirió que comprara arroz Bomba en cualquier supermercado y me prestó un libro sobre la preparación del arroz. El sostenía que se trataba de un asunto matemático. Cantidad de tiempo, de calor, tipo de recipiente, calidad del arroz. Finalmente me asusté y le dejé el libro en su casa y no me compré el arroz Bomba. En algún lugar leí que en España los hombres pueden asesinar a sus mujeres si el arroz no está a punto. Así que creo que fui prudente. No sea cosa que esa costumbre se trasladara a la Argentina. Más vale seguir sin comer arroz.

Comimos mucho. Hacía falta un digestivo. Q estaba obsesionado con el orujo. Liso nos llevó a la Taberna de Tirso (en la plaza Tirso de Molina) donde pidieron orujo blanco y de hierbas con hielo. A Q no le gustó demasiado. Estaba buscando un sabor que había probado en otros viajes o en casa de mi viejo en Buenos Aires, que solía tener orujo sobre el aparador del living. Pero el alcohol había hecho lo suyo. Y la paella también. Así que Q decidió que quería volver a la casa para trabajar. El misterio del orujo solo se develaría el último día, cuando alguien hizo la distinción entre orujo y aguardiente de orujo, que es lo que buscaba Q. Pero los gallegos toman como digestivo licor de orujo con hierbas o patxarán. Q dice que los dos son muy malos. Pero solo lo podemos decir ahora, no sea cosa de que se ofendan.

Volvimos a desandar las cuestas y llegamos a la Calle Botoneras. Liso y yo lo dejamos a Q en la puerta del edificio y nos fuimos de paseo los dos solitos, como Hansel y Gretel, por Madrid.

(Continuará…)

11 respuestas to “Intento de diario madrileño (5)”

  1. alejobostero Says:

    Maldita sea, mi novia me rompe las bolas con que quiere ir a Madrid y yo estoy a duras penas tratando de retornarla a sus cabales (que muchos no tiene), y vos me ponés estas fotazas. Y encima lo del arroz. No es justo.

  2. janfiloso Says:

    No sé si en Madrid es igual, pero en Barcelona cuando entrás a un restaurant y te preguntan si tenés reserva y le decís que no, hacen un gran aspamento, grandes gestos, parece que ha ocurrido una calamidad y finalmente, cuando a vos te parece que se ofenderá o que te dirá que no hay lugar, te acompañan a una mesa en un súbito cambio de clima humorístico.

  3. Mishíguene kop Says:

    Hay dos dietarios de un tal Pere Gimferrer que se consiguen en la red, otro catalán publicado en esa colección de Seix Barral donde publicaron a Benet entre muchos otros españoles, con el «oscuro» fin de imponer las letras españolas en Latinoamérica. Pero la estrategia no prendió. Tal vez ahora prenda, de la mano de la lectora, un poco tardíamente. Los libritos de Gimferrer que me llamaban desde las mesas de saldos nunca lograron hipnotizarme para que los comprara, de modo que nunca lo leí. Ahora me surge la duda existencial. ¿Será bueno el tal Gimferrer?

  4. Mishíguene kop Says:

    Las otras noches en Filmoteca pasaron Europa 51 de Rosselini. Qué buen trabajo el de Ingrid Bergman. Qué gran película. Un must. Al parecer ser demasiado generoso, sea por la razón que fuere, está mal visto y terminás crucificado. ¿Esa obsesión de Rosselini por los santos tendrá que ver con su paso por el cine del fascismo?

  5. norma Says:

    Como siempre muy buenas las fotos.¡Te felicito por la compra del lavavajillas!!. Mis amigos extranjeros se extrañan que no tenga uno .
    Lisi me debes estos paseos nocturnos. Nada de cocinar en la casa la comida
    de mama. Mira lo que me perdi.

  6. estrella Says:

    Termino de leer este primero de mayo al mediodía y lo único que quiero es estar en Madrid. Con arroz, sin arroz, no me importa. Lo que quiero es caminar por esas calles y sentir un poco de calor.
    Flavia, no te duermas, que falta mucho. Seguí contando.

  7. estrella Says:

    Flavia, ¿estás leyendo los Diarios de Pavese?

  8. Santi Says:

    Por las dimensiones parecería que con la «paella mixta para dos», comen por lo menos tres.

  9. Galois Says:

    En algún lugar leí que en España los hombres pueden asesinar a sus mujeres si el arroz no está a punto

    No sólo en España, Flavia, no sólo en España…

  10. Liso Says:

    Fla, me parece que en las Vistillas estábamos hablando de la sierra, que es lo que se ve desde ahí cuando el día está lindo. No me acuerdo qué se veía ese día.
    Seguí con el diario. Me trae recuerdos muy agradables.

  11. lalectoraprovisoria Says:

    Estrella, no estoy leyendo todavía a Pavese. Ahora estoy con el espíritu de jolgorio madrileño (bah, lo que queda, trato de mantenerlo a toda costa).

    Y seguiré con el diario, Liso. A mí también me hace bien recordar esos días tan especiales. Y que te ponga contento a vos es una razón fuerte para continuar con la tarea. No lo voy a abandonar esta vez.

    De tanto sacar fotos me perdí la sierra…

    F

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