Intento de diario madrileño (2)

por Flavia de la Fuente

Mientras Q duerme aprovecho para seguir con el diario abandonado. Es que nos agarró el jet lag letal. Anoche nos acostamos a la una, estábamos destrozados y a las tres de la matina nos despertamos como si nada. No sé si muchos sufrieron de estos problemas. Pero es algo serio. Una vez en Amsterdam pasamos tres días sin dormir. Cada día nos sentíamos más débiles. Q creía que iba a morir en Holanda. Y esa experiencia holandesa se repitió varias veces cuando viajábamos seguido. Así que tenemos pánico del jet lag. Pero, volviendo a la noche de ayer 2 de mayo, yo logré conciliar el sueño, pero Q no. Aunque al menos pudo aprovechar la noche para trabajar, escribió su nota de Perfil y ahora duerme (espero) como un angelito, mientras yo trato de continuar con el relato de las aventuras en Madrid.

Hoy a las 8.30 AM me despertó Q para que acompañáramos a Liso a desayunar antes de que partiera para el laburo. Hoy no lo vamos a volver a ver. Desayunamos pan con tomate, aceite y jamón ibérico con café y té. El bar de Liso queda en la Plaza Mayor, que es muy agradable a esa hora. La ciudad se estaba despertando, los mozos ponían las mesas en las terrazas, camiones traían mercadería. Está bueno esto de vivir junto a la plaza. Acompañamos a mi hermano hasta el subte y él nos indicó cómo teníamos que hacer para ir esta noche a lo de Oscar Peyrou.

Pero volvamos al primer día, cuyo relato interrumpí porque tuve que seguir viviendo mi vida. Creo que los había dejado con el desayuno. Como no habíamos dormido en el avión, se hacía imprescindible una siestita matutina. Subimos los tres malditos pisos y nos acostamos en la cama de IKEA de Liso. Es muy cómoda porque es larga y Q entra sin tener que acurrucarse, así que esta vez no hay luchas por el espacio en la cama. Es fundamental que una cama mida 2 metros de largo cuando la persona mide más de un metro ochenta. Si no, la guerra en infernal. Se los digo por experiencia. Con Q compartimos una cama de 1,35 por 1.90 durante los primeros 8 años de convivencia. Y la vida era complicada. Desde que me despertaba mi marido me rogaba que me fuera de la cama para poder hacer la cruzadita, esto es, dormir estirado como todo ser humano lo merece. Pero esos tiempos ya pasaron, ahora tenemos una confortable queen size de 2 metros de largo y, en lo de Liso, una de 1,40 por 2, que es súper cómoda, sino fuera porque no podemos dormir.

Qué latosa que estoy. Debe ser el sueño acumulado. Sabrán disculpar mi dispersión, espero. Así que dormimos tres horas de siesta y nos despertamos para ir a almorzar con Liso y Federico, un amigo y compañero de trabajo, también argentino, en La gloria de Montera. Había mucho ruido y hacía calor. El lugar estaba abarrotado a pesar de que una dotación de mozos filipinos despachaba a los clientes con la velocidad del rayo. Pero comimos muy bien. Yo comí ensalada verde y albóndigas con salsa romescu. Q, paella, luego carrillada de cerdo con papas fritas y de postre helado de chocolate. Bebida: vino de la casa, que dicen que estaba bueno. Fede es muy divertido y está trabajando haciendo un programa sobre la Nannis, la mujer de Caniggia, que lo está volviendo loco. No cuento más, porque no sé si debo. Y para colmo de bienes, Fede nos invitó al primer almuerzo.

Dado que había mucho ruido o no servían café, ya no lo recuerdo, decidimos ir a otro sitio. Los chicos tenían tiempo entre las 14 y las 16 hs, que es su horario de almuerzo. Liso estaba trabajando en el Hotel Gaudí, en Gran Vía, haciendo un casting para un programa de tele. Yo recordé que en el 87 solíamos visitar el Café de las Bellas Artes. Aunque no forma parte del recorrido de mi hermano, nos llevaron hacia allá. Y el lugar estaba aún más lindo de lo que yo recordaba. Antes tenía un no sé qué decadente, era como un café que había conocido sus años de gloria pero que estaba un tanto ajado y abandonado en el tiempo. Ahora no, había recuperado todo su brío. Creo que eso mismo se puede decir de todo lo que vi en Madrid, que todo luce esplendoroso, lleno de vida. Si algo me impactó hasta ahora es la alegría de la ciudad y sus habitantes. Aunque seguramente sea una impresión superficial, de una turista que lleva tres días en una metrópolis del primer mundo. No hay basura, no hay cartoneros, no hay chicos pidiendo limosna, se ve todo limpio, no hay ruido, no hay polución. Al menos en el centro, la sordidez no existe. En fin, la diferencia con nuestra agobiante Buenos Aires es tremenda por dónde se la mire. Y hasta cuesta lo mismo, incluso les diría que comer en Madrid es más barato. Eso sí que es raro, ¿no? No debería ser ni parecido. Pero créase o no, sí lo es.

Dejamos a Liso y a su amigo y nos quedamos en el café porque queríamos ir a la librería del Bellas Artes, la que nos había recomendado Pablo Pazos, que se llama Antonio Machado. Como eran las 4 y estaba cerrada nos cruzamos a una librería catalana, que estaba en la esquina, apenas cruzando la calle. Allí Q se asesoró sobre la obra de Josep Pla y se compró un ladrillo tremendo, Notas y dietarios. Estaba buena la librería catalana, porque no era solamente catalana. Hasta me topé con Los pichiciegos de Fogwill y el último de Alan Pauls que está por todos lados. Q se informó sobre qué escritores catalanes debía leer y solo aceptó comprar una novela de 1932 de un tal Sagarra. Yo, que vine con la idea de no comprar ni un libro salvo que lo estuviera buscando desde hace años, mantuve mi conducta y dejé en la librería muchos libros que bien contenta me hubiese llevado. Libro de los muertos de Elías Canetti, una edición muy bonita de un libro de Heine del que no recuerdo el título, pero era de la editorial que editó Rasselas de Samuel Johnson y ya se me borraron los otros. Pero, fiel a mi palabra, no compré nada. Se hicieron las 5, pagamos y cruzamos nuevamente la calle para ir a la librería Machado. Comprobamos que Pablo tenía razón. Ahí estaban todos los libros y también había libreros. Creo que estuvimos tres horas dentro de la librería. Los libros estaban ordenados por género (novela, historia, filosofía, ensayo, etc.) y, dentro de cada uno, por orden alfabético. Y se podían ver todos. Ninguno estaba fuera del alcance de la vista. Ahí la cosa se me complicó. Conseguí, después de muchos años, el diario de Pavese, El oficio de vivir. Todavía no me animé a abrirlo, me lo guardo para San Clemente. También me tenté con una biografía de Walser, que tiene muy poco texto pero que está llena de fotos, dibujos y citas, entremezclados con el relato de su vida. Como walseriana fanática no podía dejar de comprarlo. Y también me topé con dos libros de Henry David Thoreau que nunca había visto Cape Cod y Los bosques de Maine, que aunque no sé si son buenos, no podía dejar de comprarlos, también soy una lectora fiel de Thoreau. Y tampoco pude negarme tras una larga discusión con Q a comprar Recuerdos inventados de Vila-Matas, que yo no recordaba haber leído ni tenerlo en casa. Q jura que sí, que está en Buenos Aires. Yo no me acuerdo. Así que tras una breve escaramuza, le dije que por 6 euros más o menos, no me pensaba volver a casa sin la primera antología personal de Vila-Matas. Y ahí empezamos a discutir con el librero. Yo le dije que me encantaba Vila-Matas y él me dijo que a él no, que eso no era literatura, que la literatura era contar historias, que para leer libros así prefería leer filosofía. Yo no salía de mi asombro, porque los libros sin historia son los que más me gustan. Pausa. Ahora que lo pienso, no encontré ningún libro de Aira por ningún lado. ¿Será porque las historias son caóticas? En fin, volvamos al librero. La cuestión es que al tipo le gustaban los novelones, así los llamaba. Yo no tengo nada en contra de los novelones, ya saben que me leí casi toda la literatura femenina del siglo XIX (las tres Brontë, Gaskell, Austen, Eliot) y no sigo con la lista no femenina y no inglesa para no aburrirlos. Pero ya no puedo vivir solo con eso. De pronto me aburro y tengo que leer a Walser, Bernhard, Vila-Matas, Canetti, Aira, Thoreau, por citar los que me vienen ahora a la cabeza, que según este librero no serían verdaderos escritores, porque muchas veces no cuentan historias. Allá él. Pero, Q, igual aprovechó la ocasión para preguntarle de todo y se compró unos cuantos libros no sé de qué. Yo estaba en mi planeta. Quizás, cuando se despierte, nos cuente. O no, ya lo irán leyendo mientras él lo haga. Acaso sea mejor la sorpresa.

El tiempo fluía. Pasamos tres horas de pie mirando libros sin darnos cuenta, aunque los pies comenzaban a sentirlo y yo me senté en las escaleras de la librería. Las ediciones en España son algo serio. Mi hermano tiene una edición de El capote de Gógol que no se puede creer. Es un libro como para niños, grande, apaisado, de tapa dura e ilustraciones maravillosas. De solo verlo, me dieron ganas de releerlo, para estar en contacto con ese bello objeto. Casi le pido a Liso que me lo regale, pero no lo voy a hacer porque es mi hermanito menor (y yo tengo muchos pero muchos más libros que él) y, además, es un obsequio de su amigo Eugeni. Pero le sigo teniendo ganas. Me encantan esos libros con dibujos. Había uno de El príncipe feliz de Wilde en la librería. Lo miré varias veces pero lo dejé. Soy la princesa valiente.

Salimos eufóricos de la librería y volvimos a casa por la Calle de Alcalá hasta la Puerta del Sol. Yo no podía parar de sacar fotos de cúpulas. Y Q me miraba con cara de desesperación. Pero la luz era preciosa a eso de las ocho de la noche, creo que era esa hora. Galois se va a dar cuenta por los archivos de las fotos. Y hablando de Galois, ¿no vendrá estos días por Madrid? Me gustaría conocerlo.

Llegamos a la Puerta del Sol y no sé cómo ocurrió pero mi cuerpo recordó dónde quedaba la Plaza Mayor. No es que estuviera orientada, era un recuerdo viejo, de otros viajes, recuerdos de hace más de diez años, algo muy raro. Sabía con certeza para dónde debía ir. Todavía no salgo de mi asombro porque yo me pierdo hasta en San Clemente. Pero la memoria corporal es algo serio, no era algo consciente, era el caballo del lechero lo que me llevó de vuelta a la Plaza Mayor.

Y de ahí, cruzamos la plaza siempre bella y llegamos a la calle Botoneras y subimos una vez más los tres pisos. Liso todavía no había vuelto del laburo, así que nos pusimos a mirar nuestros tesoros. Q hizo las pilas y separó sus libros de los míos. “Ah, te compraste unos cuantos,” me dijo. Y tenía razón, porque además le había comprado dos a mi pequeño hermano. La verdad es que me había sentido una heroína del ahorro, que había abandonado mi compulsión libresca. Mas no era así. Aunque sí, porque si hubiese actuado como soy de verdad, me habría traído al menos veinte o treinta libros, les juro. Así que digamos que, al menos, me controlé un poco, que todavía no volví a la adicción, aunque esta ciudad es peligrosa para ponerme a prueba. Ya veo que voy a terminar como Vila-Matas en Dublinesca totalmente borracha, en mi caso, con la tarjeta endeudada al máximo por la irremediable compra de libros. Aunque quizás no. Por ahora vamos bien, pero estuvo todo cerrado por el feriado, aunque Q no sé cómo hizo pero logró comprarse un libro de Richard Sennett. Hoy es lunes, la tentación recomienza.

Mientras descansábamos en el living de Fran (Liso comparte el departamento con un chico que es un freak de la ciencia ficción que, por suerte, en estos días está de visita en su ciudad natal en Galicia) llamó Liso para avisarnos que andaba cerca. Y nos pidió que bajáramos cuando nos tocara el timbre. Como verán, nadie quiere subir los tres pisos. Es que es realmente duro, y se los dice la hija de Neptuno, que está hecha un titán a fuerza de tanta natación y caminatas con Solita. Dos pisos estaría bien, pero al tercero, no hay manera de no llegar jadeando. Y yo no fumo ni bebo. Es complicado. La dueña del departamento de Liso que vive en el segundo y es casi centenaria tiene un ascensor personal que es una sillita que sube siguiendo el recorrido de la baranda. Ayer la conocí y me dijo: “Yo ya ando de paso por aquí.” La verdad es que se la veía muy guapa a sus noventa y ocho años. Le dije que yo tenía casi la mitad de sus años y que no podía con esa escalera. La señora me sonrió y siguió aprestándose para salir a pasear.

Liso tocó el timbre y bajamos luego de meditar mucho para no olvidarnos nada. Nadie subiría de nuevo por nada del mundo. Sin dudarlo, mi hermano nos llevó a Sancho Panza, el bar de Jesús, un tipo cálido que me recibió con dos besos y hablaba hasta por los codos. El bar de Jesús queda debajo de una estatua de uno de los dos ángeles caídos que hay en Madrid. Es raro que en Madrid haya dos monumentos al diablo, pero es así. Al parecer hay cuatro en todo el mundo. La foto se las debo, porque era de noche. En un rato voy a ver si la saco y la inserto acá mismo para que la vean. La noche era deliciosa y estaba todo el mundo tapeando en las calles. Nos sentamos en la terraza y empezamos la primera gira gastronómica. El menú fue el siguiente: Patatas mixtas con salsa brava y alioli. Tosta de anchoas y pimientos. Media ración de jamón serrano. Cerveza. Cuando saciamos el hambre, nos despedimos de Jesús, y partimos hacia la próxima parada.

Ahí nomás está el Mercado de San Miguel, un lugar increíble, parecido al del viejo puerto de Montevideo. Pero estaba repleto de gente porque era viernes a la noche. Entramos a mirar y nos dieron ganas de salir corriendo. Pero el goloso Q no se pudo ir sin probar un oporto con torta de almendras y un quindim. Nos dijo Liso que tenemos que aprovechar que ese mercado nos queda a una cuadra de casa para ir a comer todos los días al mediodía o a la tarde que está siempre vacío. Ya les contaremos.

Pese a la alegría contagiosa de las calles madrileñas, el cansancio se hacía sentir en la tropa. Les recuerdo que apenas habíamos dormido un par de horas de siesta matutina. Así que nos pareció prudente volver a casa. No recuerdo ya qué hora era. Pero sí recuerdo que había que subir los tres pisos, que nunca se apiadan de nosotros.

Volvimos a instalarnos en el living de Fran, que es mucho más grande que el de Liso, y seguimos morfando. Nuestro joven anfitrión nos convidó con oporto y jamón de bellota. Agradecidos, disfrutamos de sus golosinas. Y después creo que nos fuimos a dormir.

Fin del primer día.

Y ahora qué hago. Acá no hay internet, no puedo subir esto a LLP. Son las 12.22 PM y tengo que despertar a Q a las 13. ¿Bajo los tres pisos y laburo un poco en la heladería con Wi Fi o lo espero al Osi? Creo que lo voy a esperar. Subir, bajar, subir… Sí, me voy a quedar leyendo mientras se despierta. Yo soy de la llanura. Hasta mañana.

14 respuestas to “Intento de diario madrileño (2)”

  1. janfiloso Says:

    Si seguís con tus crónicas voy a reventar de envidia. Te juro que hasta envidio los tres pisos por la escalera.

  2. JorgePayador Says:

    Linda la crónica porque también es linda la vida que se están dando. Y, mirá, Flavia, es mejor que tengan que subir y bajar tres pisos porque con lo que están comiendo necesitan algo de ejercicio aeróbico. Las escaleras son matadoras cuando uno no está acostumbrado, además un piso de esos debe equivaler a dos de los edificios nuevos. Saludos.

  3. alejobostero Says:

    Cómo puede comer así la bestia de Quintín?

  4. estrella Says:

    Dan tantas ganas de estar allá (para volver para acá, claro).
    Flavia, ¿te llegó mi mail?

  5. Esteban Says:

    Hace algunas semanas dando vueltas por mercadolibre me crucé con el libro de Pavese y se me impuso comprarlo. Hasta hoy no sabía por qué, supongo que te habré leído comentar algo al respecto.
    Qué decir de tus textos. Son luminosos hasta cuando describís tus rasgos fóbicos, imaginate cuando estás contenta y nos paseás por San Clemente, por el mar, por Madrid. ¿Será uno por día durante diez días? Espero que sí.

  6. paul reed smith Says:

    Quintín: ¿no me traés una camiseta de Iniesta?

  7. Montañés Says:

    Se nos cae la baba con la descripción de esas librerías. Hermosa crónica.

    Absoluto acuerdo en el asunto camas: no hay como la king, un cómodo cuadrado acolchado de 2 x 2 m y sin bordes.

    Con mi 1,85 de tosquedad, conseguir una cama de ese tamaño me cambió la vida (mi novia dice que también…). Para dormir digo. El espacio vital es importante aun semimuertos.

    Saludos.

  8. boudu Says:

    si yo extraniase a Grondona, me plantearia seriamente cambiar algunos aspectos de mi vida…

  9. guillermo Says:

    A la semana la escalera te va a parecer corta. Animo.

  10. Noriega Says:

    Lisandro, te saludo acá, que en el otro post están discutiendo de política. Un gran abrazo, querido amigo!

  11. janfiloso Says:

    Es que ese Elías es un zoon politikon: desde su nacimiento tiene carisma y un arrastre que te lleva a la política sin retorno. Ese chico será presidente de una nueva generación de argentinos.

  12. Camilo Says:

    Deliciosas tus cronicas, Flavia.

    El jamon de bellota es uno de los mejores argumentos que hay a favor de la existencia de Dios.

  13. Anónimo Says:

    Muy buena tu cronica. De las fotos ni hablar sobre todo las que estan Quintin y Lisi. En cuanto a la escalera una vez me olvide la billetera. Tuve que subir.A la noche ,el problema es quien baja la basura. Todos muy cansados.
    Que siga la fiesta!!!!!

  14. no name Says:

    che, veanlo a saad, un grande que fue adoptado por madrid. cualquier cosa pidan el dato.

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