Una aventura caribeña
por Flavia de la Fuente
Hace unos cuantos años, en mares mucho más tropicales, exactamente en el Caribe, mientras mis compañeros de excursión nadaban con tiburones sin dientes (experiencia que, como se imaginarán, no me interesó en lo más mínimo), yo me quedé solita haciendo snorkel cerca del barco que nos paseaba por las Islas Vírgenes Británicas. Hallábame feliz en mi soledad acuática, disfrutando del agua tibia, sintiendo el sonido rítmico de mi respiración, el aire que entraba y salía por el tubo del snorkel, contemplando el agua color verde esmeralda, los pececitos de colores, los corales. Cómo decirles, simplemente estaba en el paraíso, tenía todo lo que uno puede soñar. Paz, belleza, armonía, serenidad. Yo flotaba con la cabeza para abajo contemplando el fondo del mar. Podía permanecer en esa posición durante horas sin aburrirme ni cansarme, en un estado de hipnosis. Como les decía, flotaba despreocupadamente cuando, de pronto, vi la imagen más bella de que tenga memoria. Era como la visión de una bailarina, toda blanca, casi transparente, o tornasolada, grande y etérea, que se movía con una elegancia sin igual. Era alta y estilizada y se movía de una manera singular. Hechizada por la danza del misterioso ser, dejé de flotar y me puse a nadar para acercarme. Sus movimientos eran tan seductores que me atraían. Eran tan llamativos, tan hermosos, que ni siquiera tuve miedo, el embelesamiento del que era presa me impidió pensar de qué podía tratarse. Nada me importaba. Ningún pensamiento oscuro se cruzó por mi cerebro. Sólo deseaba estar más y más cerca, para verlo mejor. Nadé y nadé hasta que, de pronto, algo hizo click en mis neuronas adormiladas por el agua y me di cuenta de que estaba frente a una majestuosa medusa, que me histeriqueaba a lo lejos y que acaso, quién sabe, me atacara y yo terminara mi visita al edén toda picada y con un ataque de alergia. Así fue cómo terminó bruscamente mi enamoramiento acuático. Como si le hubiese visto la cara al mismísimo diablo, di la vuelta y me puse a nadar crawl a toda velocidad en dirección al barco. Sin mirar atrás, sin decirle adiós, huí despavorida de la bella agua viva. Y ese fue el triste final del romance de F y la medusa, que fue breve pero inolvidable e intenso. Sé que no la olvidaré jamás, que me dejó un recuerdo imborrable. No saben qué hermosa era mi medusa.
(Continuará)
febrero 6, 2010 a las 11:52 am
¿eran esas que parece que bailan flamenco?
febrero 6, 2010 a las 2:33 pm
Donde era? No recuerdo la anecdota.
febrero 6, 2010 a las 8:18 pm
Mami, no me acuerdo exactamente del lugar. Fue en una excursión que hicimos juntas por las islas Vírgenes. Paramos en tantos lugares para nadar que ya no me acuerdo. Pero sí recuerdo a mi medusa y que vos te habías vuelto al barco porque estabas harta del snorkel.
Flavia
febrero 7, 2010 a las 1:32 am
Ahora me acuerdo, no estaba harta del snorkel. Me hiciste poner un chaleco salvavida, que no me permitia nadar. Primero teniamos que llegar nadando a la orilla para poder almorzar. Despues hicimos una caminata por un tunel formado por rocas y salimos al mar. Desde ahi vos te fuiste a hacer snorkel y los otros jovenes se fueron con los tiburones. Logre sacarme el chaleco y te pedi cuando volvias que lo fueras a buscar. De premio me regalaste una remera de la isla la Gorda.