El Dr. Pablo llegó. La pícara Solita lo vio y rajó. F la llamó y la perra obedeció. Q la mimó y el experimentado veterinario la vacunó. Fin.
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This entry was posted on diciembre 7, 2009 at 10:23 pm and is filed under Solita. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed.
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diciembre 7, 2009 a las 10:49 pm
Daktariiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!! -léase con la musiquita de la serie de fondo, una mezcla de tambores africanos y cuerdas-.
:-D
diciembre 7, 2009 a las 11:04 pm
¡Daktari! ¿te acordás del león bizco?
diciembre 7, 2009 a las 11:26 pm
Sí. Cómo se llamaba el león?
F
diciembre 7, 2009 a las 11:31 pm
Se llamaba Clarence. Si te hubieras concentrado en mirar la serie en lugar de molestar a tu sacrificada hermana lo recordarías…
diciembre 7, 2009 a las 11:32 pm
Clarence.
diciembre 7, 2009 a las 11:48 pm
Decime, Almafuerte. ¿Cuál es la sonrisa de Solita? Yo no le veo ninguna. Sin embargo, Q también dice que él sí le ve una sonrisa…
La verdad es que me tienen confundida.
F
PD: ¡Enananegra portate bien o te hago la mano muerta!
diciembre 8, 2009 a las 12:40 am
Ajajajajaja ¡la mano muerta! Buenísima esa… además de Clarence había otros especímenes en la TV… el Pato Carret, King kong en dibujitos y, obivamente, el Capotán Piluso…
A Clarence siempre le ponían una musiquita especial cuando miraba… era buenísimo eso… :-P
diciembre 8, 2009 a las 5:01 pm
F., yo le veo la sonrisa claramente.
Solita tiene el clásico morro alargado y la boca larguísima, característica de los perros raza «perro» más inteligentes y afectuosos. Y cuando están felices porque corren o te reciben a tu llegada se les ve la sonrisa. O será que tal vez estamos locos, que se yo…
Estos perros son lo máximo -sin desmerecer a los de raza, éstos tienen algo especial.
diciembre 9, 2009 a las 10:58 pm
¿Qué es la mano muerta? ¡Bien por Solita que aguantó el pinchazo!
diciembre 9, 2009 a las 11:31 pm
La enananegra es mi hermana Sandra, que tiene dos años menos que yo. Lo de la mano muerta es una maldad que le hacía cuando éramos chicas. Yo dormía en la cama de arriba. Para molestarla, a veces, dejaba caer mi brazo y le decía con voz tenebrosa: “La mano muerta”. Y la pobre Sandrita se asustaba. La paradoja del destino es que ahora me asusto yo contando esta inocente anécdota infantil.
F