París y El desierto y su semilla
por Juan González del Solar
“Durante muchos años, por un error del editor, que se había equivocado en el retrato de la contratapa, leí obras de Balzac pensando que tenía el rostro de Amiel, es decir, un rostro alargado, magro, elegante, enfermizo y metafísico. Sólo cuando más tarde descubrí el verdadero rostro de Balzac su obra para mí cambió de significado y se me iluminó. Cada escritor tiene la cara de su obra. Así me divierto a veces pensando cómo leería la obra de Victor Hugo si tuviera la cara de Baudelaire o la de Vallejo se hubiera parecido a Neruda. Pero es evidente que Vallejo no hubiera escrito los Poemas Humanos si hubiera tenido la cara de Neruda.”
Prosas Apátridas, Julio R. Ribeyro
Esta cita se la debo a Estrella, que hace unos meses publicó un buen post a partir de la relación entre escritor –desde el punto de vista físico– y escritura. Necesitaba empezar y con esto me parece que arranco: quiero, aunque se me haga difícil, hablar de París, de Marcos Giralt Torrente.
Desconozco si es Madrid o la suerte, pero acá las cosas ocurren distinto y el nombre de la foto está mucho más cerca: al segundo día de estar en esta tierra me crucé con Maxi Rodríguez y entendí que mi elección por el Aleti tenía que ser la acertada.
Pero ahora se trata de otra cosa.
No lo esperaba porque todavía desconocía que acá leer un libro es igual a que el autor se aparezca y te cuente cosas; si hubiera esperado, me hubiera gustado que el autor del libro fuera yo mismo o que al menos me mirara y supiera que nos atravesaba algo parecido, que cuando le escribe a la madre tuviera noticia de que a la vez le escribía a la mía o que comentáramos que las excusas se acaban rápido cuando uno pretende hacer algo de su vida, que no tiene sentido seguir pateando la historia para encontrar que ahí no está la culpa de nuestras cosas. Uno no se construye a pesar de lo que le ocurre, sino a partir de eso; pero esto es algo que sabemos todos aunque no nos evitemos la lástima.
Entró en la clase como se camina antes de subir al escenario, con un miedo que te ata las patas, con un envión mentiroso y con la mirada puesta en las marcas que se marcan con fluorescente sobre el piso negro todavía a oscuras: hay que llegara ahí; la diferencia era que estaba todo prendido y que al costado caminábamos nosotros, pero el miedo y la convicción eran las mismas. Como también me pasa a mí, al principio la voz temblaba y las ideas se iban tropezando: “es la primera vez que estoy frente a una clase y encima tengo que hablar de una novela mía que no leo desde hace diez años”.
Lo suficientemente prolijo como para que el canon estuviera en orden y el suficiente desalineo como para que tampoco se tratara de algo que mereciera tanta trascendencia.
Son algunas palabras que se escapan y varias otras, la mayoría, que se leen. En estas, el tono es preciso y académico, ajeno y duro, el autor avanza como si recitara y creyera que de esa manera deja claro lo que quiere decir acerca del trabajo del tiempo, del uso de la memoria, el momento en que escribe el narrador, las preguntas que se hizo antes, si usar tal o cual registro, si esta figura se resuelve de tal o cual manera, la idea de la novela de iniciación, Teoría.
La clase avanza y en ningún momento da la impresión de estar pasándola medianamente bien, pero tampoco se queja ni se sale del libreto.
Vienen las preguntas y la mía, para variar, es la primera y la más torpe de todas: pregunto por lo autobiográfico incluso cuando imagino que no es eso lo que quiero preguntar, pero necesito hablar y ver cómo llego a lo que me tiene tan preocupado: casi nada de lo que cuenta es autobiográfico. Intento explicarme y le digo que justo una frase suya habría resuelto una autobiografía que había tenido que escribir unos días antes pero eso a nadie le interesa, no ha lugar, que se me cierre esta boca, algo que todavía pasa demasiado poco.
Pero es eso, el tema da la autobiografía:
No creo que nadie sea capaz de escribir una autobiografía totalmente sincera. Estoy seguro de que nadie podría soportar leerla: Mi pasado era un río maligno.
William Burroughs
O
El sufrimiento no legitima la literatura. Lo que legitima la literatura es el texto.
Jorge Baron Biza
La anécdota es lo último que le importa a la autobiografía, eso está en la contratapa del libro del tema. Lo tengo claro pero no ando en día lúcido y tampoco me sobra como para darme esos lujos intelectuales. Por suerte la clase sigue, las preguntas corren y una compañera sí pregunta claro y bien lo que a mí me pasa. Lo que te hermana es que te duele parecido y que las preguntas no son tan distintas; cambia la claridad y la estética, pero a la cabeza sobre la almohada incomoda lo mismo.
Algo similar me pasó con El desierto y su semilla; cuando lo terminé escribí “ningún libro más mío”. Entonces no seguí porque no publicaba ni en la pantalla de mi laptop y enseguida caí en la cuenta de que continuar una frase tan cursi y ampulosa habría sido algo venenoso para cuando me volviera a leer a mí mismo. Pasa que él también escribía para salvarse: hablo de reconciliación.
No sé para qué escribe Marcos Giralt Torrente y eso, si acaso, le importará solo a él. A uno como lector le toca otra cosa y el autor está tan muerto como Baron Biza –a quien tristemente ya no conocí– y la relación con el texto no cambia nada por eso. Sé que escribió una novela increíble y que para mí fue increíble. Supongo que lo que une a las dos novelas es que se habla desde la tregua, de recordar para que seguir tenga un sentido y una honestidad diferentes: hasta acá esto, desde acá como pueda; pero esto fue lo que puedo saber de lo que ocurrió, y recordarlo, que es necesario, horada. Cuando se supera la culpa la cosa se complica, pero se hace posible.
Otro de los temas de París es la cuestión del hijo único –el personaje y él lo son–. No fue mi caso ni tampoco el de Jorge Baron Biza pero se me ocurre que el espíritu tampoco es muy diferente: lo que carateriza al hijo único es la imposibilidad de compartir la mirada. A veces no compartimos la mirada y la almohada al final del día es siempre la de un hijo único que está solísimo en una relación privada y unilateral con lo que ocurre: mi hermana cuenta bien distinto nuestra historia.
Una novela de personajes perfectos que gana por demolición; incluso permitiéndose tiempos que tardan y giran; no se trata de frases memorables sino de un libro memorablemente escrito. Podría citar mucho pero se me hace imposible, mejor que se lea.
Por mi parte, al final no sé bien acerca de qué fui escribiendo aunque se me hiciera necesario terminar esta nota de bastón quebrado.
París y El desierto y su semilla hablan por mí; eso no le importa a nadie pero intento pensar que por eso se me complica tanto escribir acerca de estas obras incluso cuando se me haga imposible no hacerlo.
Ojalá que se lean, hay obras que al leerlas uno deja de sentirse solo.
Foto: Mariana Ventureira
marzo 31, 2008 a las 1:39 pm
Gracias Juan, me alegro mucho que te pasen esas cosas, incluído por cierto lo de Maxi Rodriguez. Cuando estuve por allá, en Avila me encontré con Alan Pauls (me encontré, bah, lo vi) pero esas cosas no pasan en Buenos Aires ¿ será que acá no miramos ?
marzo 31, 2008 a las 4:22 pm
Juan, una alegría volver a leerte en LLP. Un recreo entre tanto hostigamiento de los últimos días.
Copio este párrafo, porque bien podría ser un buen disparador para un post, una novela, o la revisión del propio relato:
«A veces no compartimos la mirada y la almohada al final del día es siempre la de un hijo único que está solísimo en una relación privada y unilateral con lo que ocurre: mi hermana cuenta bien distinto nuestra historia».
marzo 31, 2008 a las 9:52 pm
No sólo hay libros que ahuyentan la soledad, sino que además son capaces de abrir espacios en nuestro interior que desconociamos.
abril 1, 2008 a las 12:01 am
juaaaaann: felicitaciones por el regreso!!!
Medu
abril 1, 2008 a las 5:46 pm
Saludos enormes para todos. Una alegría inmensa estar acá -en LLP- aunque con el ningún tiempo que tengo se me esté haciendo imposible leer más.
Dostopos, totalmente de acuerdo, a eso me refería, París es un libro que abre espacios diferentes.
En breve tendré que leer otro libro del autor, que me han dicho que es mejor.
Abrazos y gracias para todos, Juan
abril 2, 2008 a las 1:18 am
Juan, una alegría enorme encontrarte por aquí (y por allí…). Se agradece este post que nos invita a compartir París, un París de paisajes íntimos.
Un beso enorme
abril 3, 2008 a las 8:54 am
Curioso, el año que Giralt Torrente ganó el Herralde con París, Bariloche de Neuman quedó finalista. Dos nombres de ciudades y un año, el 99. En ese momento me gustó más la novela de Neuman, no volví a leer ninguna de las dos. Tareas pendientes.
abril 3, 2008 a las 7:18 pm
Guillermo, pensé que hablabas de Elías Neuman, si seré gil.