El azar
por Tomás Abraham
Espero que el lector sepa disculpar este desorden. El medioevo no puede ser una escalera al cielo, aunque lo merezca por haber sido la era de la verticalidad y de la pasión por la luz. Ascender un peldaño tras otro en forma combinada y gradual nos da una visión panorámica de la planta baja. ¿Quién no quisiera ser dueño de un orden de exposición claro y distinto para homenajear debidamente a su objeto? No es posible. La arquitectura a la que por falta de alternativas nos someteremos es el laberinto, lo que tampoco deja de corresponder a la época.
Sinuoso es el camino. Un historiador excelso, guía maravilloso para conocer aquellos tiempos, especialista de vida entera, me refiero a Alain de Libera (Penser Le Moyen Âge), dice que la filosofía medieval aburre. Pensemos en problemas medievales que dieron lugar a profusas disquisiciones argumentativas, seleccionemos un par de sus enunciados: ¿el sudor del pelo apesta más que otras partes del cuerpo? Los imbéciles, ¿son aún más estúpidos en luna llena? ¿Dios puede saber más cosas de las que sabe?
Si no podemos responder adecuadamente a estos interrogantes, tenemos la posibilidad de abocarnos a extrañas disciplinas como la licomancia que se refiere a los modos de aparición de Dios en la llama o en las antorchas, o la lecanomancia, que procede a detectar las apariciones de Dios en el agua de las fuentes.
Hay un espíritu lúdico en el medioevo, quizás ésta sea una de las razones por las que Johan Huizinga haya dedicado sendos libros a los dos temas, el medioevo y el juego (El otoño de la Edad Media, Homo Ludens). Demostrar por medio del discurso los misterios de la Revelación da lugar a las más variadas fantasías lógicas. Las técnicas retóricas de las Facultades de Artes formaban durante veinticinco años a los estudiantes –en realidad, dejaban de serlo por la edad, para convertirse en eruditos más o menos hábiles– que debían demostrar no sólo la existencia de Dios, sino su humildad ante la omnisapiencia divina.
Estudiar toda la vida para no saber.
Quiero crear en mi estudio –un espacio que oficia de laboratorio de ideas– un clima pertinente. Escucho cantos gregorianos. Música bizantina. Abro La Divina Comedia, es un inmenso libro que mido con mi regla: el volumen abierto mide 53 cm de ancho por 34 cm de alto. Lo ha editado una editorial llamada Océano. Está numerado: el mío es el 1188. Tiene 135 ilustraciones de Gustave Doré. El traductor es Cayetano Rosell.
Doré hace hombres enormes, llanuras inmensas, maremotos sublimes, es la gigantomaquia simbolista. Leo que Alberto Crespo ha hecho la mejor traducción en verso del Dante al castellano. Conozco al traductor por haber traducido al gran Pessoa. Mi amiga María Inés Aldaburu me dice que el mejor traductor del Dante es Ángel Battistessa, pero no tengo el libro.
Recuerdo otro regalo de mi amiga, Siete noches de Borges, sé que comienza con su lectura de la Comedia. Con un estilo conversado, evocando situaciones de lectura, cuenta que la leyó en un tranvía mientras iba de su casa al trabajo en una biblioteca pública de Almagro. En el recorrido del tranvía llevaba dos tomos de formato pequeño. La edición bilingüe le ofrecía el texto en inglés e italiano. Lo leyó varias veces en inglés, y luego en italiano. Dice saber el italiano del Dante y el de Ariosto, como tantas veces aseveró hablar el alemán de Schopenhauer, idiomas que aprendió con el único fin de conocer a un autor.
Me parece casi inconcebible. ¿Será verdad? En la página 11 del libro dice Borges: “Quiero confiarles, ya que estamos entre amigos, y ya que no estoy hablando con todos ustedes, sino con cada uno de ustedes, la historia de mi comercio personal con la Comedia. Todo empezó poco antes de la dictadura.”
La fecha de edición de las Siete noches es de 1980, Videla presidente. Pero se refiere a otra dictadura –al menos así denominaba a la única que odió– la del 1946.
Foto: Cora Burgin (Serie Arquitectura)
septiembre 22, 2007 a las 6:07 pm
A mí me pasó ahora que estoy trabajando en algo sobre Perlonngher, advertir que en mi escritorio tengo una foto de un tipo que no conocí, pero que fue muy amigo de amigos míos. Se llamaba Mallea y era sobrino del novelista. De golpe vi la foto de Mallea, que conoció a Perlongher además, y pensé, ¡Carajo! Justo en el escritorio te puse, a vos que te conozco de mentas, algunas muy divertidas. Mallea, cuando Perlongher me agota, tirále una onda a mi neuronaje. Y Mallea, desde la foto, sonríe…Lo de los estudios de idiomas de Borges me da vértigo
septiembre 22, 2007 a las 6:16 pm
Me he quedado con eso de «Estudiar toda la vida para no saber». Espero que en mi caso, al menos sepa lo que estudio, porque viniendome encima la carrera universitaria de arquitectura….
http://laslucesdeagosto.wordpress.com
septiembre 23, 2007 a las 12:49 pm
«Quiero crear en mi estudio –un espacio que oficia de laboratorio de ideas– un clima pertinente. Escucho cantos gregorianos»
Que interesante eso que decís, transformar tu estudio en un espacio donde te puedas conectar con las ideas. La buena música ayuda, también la buena danza …. me acordé de esta danza circular …
Que tengas un buen día !
alita
http://es.youtube.com/watch?v=iqTivYocfr0&mode=related&search=
p.d: …no te vayas a poner a bailar, Profe, porque te vas a marear! ;–)
septiembre 24, 2007 a las 11:11 am
‘Random ist not whatever’ (SNM)
¿La edad media es un juego aburrido?
septiembre 25, 2007 a las 10:01 am
Yo ya me resigné a estudiar para no saber. Pero disfruto el mientras tanto.
septiembre 25, 2007 a las 9:00 pm
«Estudiar toda la vida para no saber»
… tal vez el verdadero conocimiento lo tenemos adentro… solo tenemos que dejarlo salir…