19.09.2007
Mediodía
Hoy traté de levantarme más temprano. Cuando fui al living, pude ver que C se había llevado todos los origamis plateados y dorados que teníamos, como ya me había dicho que iba a hacerlo, para regalárselos a una paciente que está internada en la clínica. Me da tristeza haberlos perdido, pero a la vez alegría porque esa mujer anciana, según me dijo C, es una enamorada de las cosas hechas en papel. Me acuerdo de las noches largas de invierno en las que ninguno de los dos tenía nada que hacer al otro día, ninguna ocupación que nos distrajera de nuestro proceso de enamoramiento, y nos pasábamos plegando cuadraditos con los papeles que habíamos encontrado durante el día en nuestras excusiones a las librerías artísticas. Así prácticamente transcurrió el primer año, entre la sexualidad desenfrenada de los primeros descubrimientos y la inocencia casual del trabajo en tallercito de actividades prácticas que montábamos y desmontábamos sobre una mesa plegable. En cierto punto era como volver a la adolescencia. ¿Sale o no sale el sol?
Intento pensar en el sueño que tuve pero se me escapa. Al menos, me digo, tengo suficientes en la memoria para entretenerme hasta que decida qué comer. Susana Giménez viviendo en un shopping center, los planetas rosa y amarillo patito comunicados por un puente japonés de madera balsa, los viajes por el sistema solar como si se tratara de un paseo en un nuevo juego de Disneyworld, los cactus abriéndose a la noche. No me quiero acordar de las pesadillas. No en este momento que parece estar en connivencia con la luz suave del fin de la mañana, que se retira de a poco mientras yo voy despertando. Me parece que lo mejor del concierto de ayer fueron esas carteritas de las violinistas que colgaban de sus sillas, ya que, según me dijo S, si las dejaban por ahí les robaban todo. Era un rastro de domesticidad en el escenario. Nada, ni la música, ni la diva ovacionada por las mariconas felices, ni la conversación luego, en la parrilla, en la que S y su amiga hablaban de los hombres y las mujeres como quien practica la más despiadada de las críticas literarias, me emocionó tanto como esos objetos personales colgando del borde de la silla, de la música, del mundo. Sonó el teléfono. Era C para preguntar cómo había dormido y para decirme que compre algunas cosas antes de que esta tarde llegue M, quien se quedará dos días en nuestra casa. Por suerte tengo unos puntos en la tarjeta Discoplus que voy a canjear por una almohada ya que deberá dormir, me imagino que no muy cómodamente, en una especie de tatami donde duerme mamá cada vez que se queda con nosotros. Mamá es así. Le gusta el piso duro y liso para descansar. Sólo necesita un edredón suave con el que taparse, y aun la superficie más jansenista se vuelve bajo su cuerpo un mullido colchón de resortes.¡Cuánto amor! ¿Cuánto durará esta visión amorosa de los que me rodean, al menos en esta especie de invernadero sentimental que es el diario? Yo por mi parte siempre detesté ese dicho de plantar el árbol, tener el hijo, escribir el libro. En realidad detesto todo tipo de dichos y refranes. No me parecen otra cosa que slogans del sentido común. Pero sí creo que todos deberían llevar un diario. No porque crea en la necesidad de la confesión, ni crea que es una manera de convertir al acto confesional en una joya literaria, sino porque me parece un rasgo del hombre civilizado, una necesidad expresiva de la soledad. ¿Por qué uno no puede ver diarios de escritores argentinos publicados? Hay por ahí fragmentos de Pizarnik, de Piglia, que siempre está amenazando con su mamotreto, y ahora salió ese de Bioy Casares. Creo que debería hacer un esfuerzo y algunos más encontraría, pero ahora no tengo ganas. ¿Cuáles otros habrá? Los escritos de Macedonio tal vez sean el diario llevado a su paroxismo de soledad y digresión, a su estadio más barroco. Me gusta Macedonio, su escritura tiene una contaminación oral que la hace caleidoscópica, informe, mucho más interesante que cualquier página sobre lo informe del propio Gombrowicz, ese otro escritor de un diario monstruoso. ¿Qué es a lo que más miedo le tengo mientras entra el sol por la ventana? Seguro que me será imposible contestar con toda sinceridad a esa pregunta.
Dibujo: Dasbald
septiembre 20, 2007 a las 1:51 pm
El diario de Bioy Casares parece un mamotreto imposible. Yo leí lo que salió en Ñ y no me dieron ganas de leer más que eso. Bioy lo hace quedar a Borges como una vieja chota.
Tengo los diarios de Pizarnik. Hoy les voy a pegar una mirada y después te cuento.
Besos al pockemon de La lectora!
Flavia
septiembre 20, 2007 a las 2:01 pm
Los de Pizarnik me abrumaron un poco, hay algo sobreactuado dirigido ella misma me parece, pero desprovisto de sentido del humor, si no el sobreactuar para uno mismo no me molesta.
septiembre 20, 2007 a las 9:39 pm
:-(( «Me parece que lo mejor del concierto de ayer fueron esas carteritas de las violinistas que colgaban de sus sillas… Nada, ni la música, ni la diva ovacionada por las mariconas felices, ni… me emocionó tanto como esos objetos personales colgando del borde de la silla…» ¡malo!
-pero alguien ha comprado un dvd de la Ute para regalármelo :-P
así y todo, gracias por el Mediodía y los origamis
septiembre 21, 2007 a las 12:06 am
Borges era una vieja chota
septiembre 21, 2007 a las 4:55 pm
Dasbald: No mires màs susana gimenez, es insalubre!
Medu
septiembre 21, 2007 a las 5:40 pm
yo no miro Susana Gimenez, ella se mete en mis sueños…
septiembre 22, 2007 a las 5:35 pm
Ayer un amigo mío, hincha de Vélez, soñó que le ganaban a Boca con un gol de Leonel Ríos. No lo mandé al psiquiatra porque soy su amiga y no me corresponde. Es así, Medu, a Dasbald lo está acosando oníricamente la gorda del canal de las pelotas.
septiembre 22, 2007 a las 5:36 pm
Hipólita, ¿no será mucho?
septiembre 23, 2007 a las 7:24 am
Yo sueño tanto que cuando voy entrando en el día,dudo acerca de cuál es mi vida real,si la de lo sueños o la del diario trajín.
Mi psicólogp me dijo que la mente necesita soñar y que todos lo hacemos,sólo que algunos olvidan sus sueños.Que sin sueños enloqueceríamos.
Pero enloquecemos de tdas maneras.
septiembre 25, 2007 a las 1:01 pm
Cómo me gustó esto, Dasbald. ¿Habrá más?
Siempre me gustaron los diarios; entre los últimos que leí, el de Mario Levrero (La novela luminosa, que no es otra cosa que un diario).
Tengo custodiado una hermosa edición de los diarios de J. Cheveer; cuando lo miro, me acuerdo de la tristeza que sentí al leerlos.