Antes de dormir

Sobre The Plato Papers de Peter Ackroyd

por Dasbald

A veces, cuando uno no puede dormir, que en mi caso sucede prácticamente todas las noches, comienza a pensar que tal vez debería tener un talismán para el sueño debajo de la almohada: un ramillete bendecido, una carta amorosa de la infancia, una cinta del muñeco que nos acompañaba en nuestras primeras fiebres, o definitivamente un Valium o un arma en los casos de desesperación. Como no tengo exvotos que el pasado le pueda dedicar al presente y así poder conjurar el sueño, y por otra parte las pastillas me dan dolor de cabeza al día siguiente, a la vez que me dejan todos los miembros debilitados, creo que mi ángel guardián, a quien nunca le rezo ni agradezco, apila por las tardes libros que leeré o bien miraré por la noche. Ese ángel guardián se llama Christian y duerme ahora en la otra habitación.

 

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Por el siglo sexto, un filósofo neoplatónico decidió firmar sus escritos con el nombre de Dionisio el Areopagita, invocando así el nombre del ateniense que Pablo convirtió cuando llegó a dicha ciudad. De ahí que hoy lo conozcamos como Seudo Dionisio. Su libro más famoso es La Jerarquía Celeste. Conocí por primera vez este texto cuando leí un librito de Massimo Cacciari sobre los ángeles de Klee. En su Jerarquía Celeste, Seudo Dionisio expone con detalles que marcarán toda la historia angelical las distintas maneras que tiene el cielo de organizarse. Allí se habla de lo que muchos siglos después Rilke retomaría en el verso donde se nos advierte que lo bello no es sino el primer grado de lo terrible, que no es otra cosa que un ángel: mensajero de Dios y única visión de éste, ya que su contacto directo sería fulminante. Pero hubo un momento en que los ángeles estuvieron por todas partes, en la mente de los poetas medievales, en la de los pintores renacentistas, en la de los niños asustados. Los ángeles han poblado toda la historia de la escritura tanto santa como profana, si bien a veces tengo la sensación de que se han convertido en meros símbolos y no en una creencia real.

Esta noche les voy a contar lo que sucedió la noche previa antes de conciliar el sueño. Luego de dar unas cuantas vueltas en la cama, de enredarme con las sábanas y recibir un par de codazos para que me quedara tranquilo, encendí el velador y busqué en la mesita de luz hasta encontrar un libro olvidado: The Plato Papers. Se trata de una novela cortita de Peter Ackroyd que quedó medio abandonada debajo de las revistas de los últimos meses. Siempre me pregunto por qué este escritor no logró, como sus contemporáneos Amis, Barnes and Co., tener aquí el mismo grado de importancia que en su país, quedando en el mejor de los casos como el biógrafo de T. S. Eliot o de Dickens. Lo primero que leo al abrir el libro, en la página siguiente a la dedicatoria, es una periodización de la historia que hace coincidir el año 3700 con el presente. La historia de la Tierra se divide así: La Era de Orfeo, La Era de los Apóstoles, La Era del Molino y La Era del Bálsamo de la Sabiduría que coincide con el presente. Luego tenemos una selección de textos que parecen ser canónicos en ese presente en el que nos introduce el libro, y a través de los cuales vemos rápidamente que algo terrible le ha pasado al planeta y que esta historia nos sitúa en un momento post apocalíptico de la civilización donde todo es calma eterna. Como un relato que nos llega del futuro en fragmentos, comenzamos a oír diálogos o a ver cómo Platón, un orador público dedicado a impartir lecciones de historia o simples relatos a los habitantes de Londres, se encuentra redactando un diccionario con la terminología de la Edad del Molino: nuestra época, queridos humanos. Cito algunas de las entradas para que vean cómo lo que es tomado como verdadero, si bien desde una perspectiva falsa, encierra cierta verdad irónica, aunque no buscada, sobre nuestra época:

Psicótico: persona en comunión con su psique o espíritu, quien a veces tenía la capacidad de hablar inspiradamente.

Era espacial: se presumía que el espacio existente entre los objetos aumentaba, envejeciendo, y finalmente moría. No se trataba de otra cosa que de asignar una cualidad mortal y fatal al universo entero.

Ecología: la práctica constante de escuchar la propia voz.

Pero la tarea de Platón no estriba solamente en redactar el diccionario, sino que, como dije, es un orador público instruido por la ciudad que contiene a estos seres del futuro que por ley y convicción no pueden abandonarla. Entre otras cosas, y debido a su obsesión con nuestra época, Platón les habla junto a los muros de la ciudad del texto de un tal Charles D., quien además de haber sido el gran escritor Charles Dickens, conjetura Platón, debe de haber sido uno de los grandes autores satíricos de su época. ¿Qué otra cosa podemos pensar del único libro que ha sobrevivido de este refinado humorista al leer El origen de las especies según la selección natural, sino que fue un genio de la sátira y la ironía dirigida contra su tiempo?

Mientras, otros breves fragmentos donde se alternan los diálogos de Platón con su alma y los diálogos entre diferentes ciudadanos, diálogos que giran en torno a los discursos del orador a quien todos acuden ansiosos, incluso los ángeles que se pasean mudos o vuelan entre estos seres del futuro, van entretejiendo un cuasi argumento. Nos enteramos de que el pasado es un nuevo objeto de interés para esta sociedad hecha de luz en la que el tiempo ha dejado de existir, haciéndole perder toda importancia. Sólo la Academia de las Eras Pasadas discute temas relacionados con la reconstrucción del pasado, sirviéndose de unos pocos vestigios que por lo general no hacen sino despertar risas o asombro burlón. Pero Platón está convencido de la importancia de su estudio y de su misión, y no sólo de la importancia del poeta George Eliot, con quien, por ejemplo, ignorando que se trata en realidad de T. S. Eliot, construye una doble invención al atribuirle a este escritor híbrido la piel oscura de aquellos africanos que han estado muy cerca de los rayos de la divinidad. Así, mientras estos seres luminosos, casi ideas platónicas inmutables, se pasean y contemplan formas que cambian y mutan sobre un mar fantasmal de luz y electricidad, nos enteramos de las características que este futuro le ha dado a cada una de las Edades, de las cuales nuestra civilización fue la que se precipitó con más violencia hacia la destrucción, extinguiéndose luego de que los científicos dejaran de creer en las estrellas que debían vigilar provocando la oscuridad total del universo conocido, pero dando paso a la luz que la Tierra poseía en su interior y que cada ser poseía en sí mismo. Así fue como comenzó la Era del Bálsamo de la Sabiduría y las estrellas bajaron a la Tierra y la Tierra se convirtió en un sol celeste. Desde el fin de la Era del Molino, palabra con la que Platón designa a nuestra época obsesionada por la técnica y la ciencia, los seres desconocen el tiempo, vibran en su propia luz en consonancia armónica con la oscuridad cósmica, son gigantes esbeltos que sólo trabajan si la fortuna los favorece, pero –y esto angustia a Platón– viven encerrados en su ciudad, en sus suposiciones y en su falta de duda. Es por eso que en un viaje cuasi místico, Platón se quita su máscara de orador, decide abandonar la luz y penetrar en la caverna, de manera inversa a como lo hiciera el otro Platón en la República, y se adentra con ayuda de su alma, que lo abandona para este fin, en la Era del Molino y la densidad cósmica que sigue transcurriendo en otro plano de existencia dentro del mismo universo. Así, como un seguidor de ese otro neoplatónico llamado Proclo de Bizancio, quien habló de los distintos planos de existencia que vibran desde que el Uno emanó su sonido creando todo lo visible, este Platón del futuro descubre, como una madame Blavatsky en trance, una caverna cuyo techo y umbral es el cielo, y descubre también cuánta falsedad había en sus teorías, cuán libres eran estos seres humanos que no adoraban dioses, qué brillante era su civilización. Y como Sócrates, tras regresar de su viaje, es sometido a juicio por corromper a los jóvenes intentando sembrar la duda, expandir los límites de la ciudad, hacerles creer que el tiempo es una categoría real, o al menos, si bien inventada por estos seres humanos, una herramienta para la proyección y el cambio que los hará crecer. Lo curioso de este proceso es cómo lleva al extremo la coherencia socrática, ya que si bien Platón es declarado inocente de corrupción por los sueños que emiten los veredictos en los juicios, pues consideran que su viaje no es más que una fantasía, Platón decide, según la costumbre que le permite juzgarse a sí mismo, condenarse al exilio, a traspasar los muros y abandonar la ciudad mientras los ángeles observan todo desde la distancia.

El breve texto de Ackroyd podría en principio relacionarse con libros como los de Jostein Gaarder y su divulgación para niños de la historia de la filosofía. Pero nada más alejado de este autor. Este es un libro fragmentario, muy breve, de tan sólo 55 intensos y cándidos capítulos, de registros variados, 55 intentos de construir 55 parábolas erráticas. Y digo “cándido” no de una manera despectiva, sino como quien no encuentra otra palabra para denominar la búsqueda de un escritor que tal vez ha tratado de distinguir –al buscar reproducir un estilo oral con el que construyó su poética– la parábola de la alegoría, y alejarse así de lo que puede llegar a convertirse muy fácilmente en una alegoría. Porque, si bien parábola y alegoría hablan de lo semejante, ¿cuáles pueden ser en definitiva las pretensiones de esta oralidad sino su calidad de parábola, su simpleza y apertura, y no la necesidad de la alegoría, que estaría emparentada con una idea más abstracta, más cerrada en su moral y no tanto en el hecho reflexivo, lleno de matices, en el que se centra la parábola? La parábola, si bien conlleva una enseñanza, nunca deja de lado el camino que se debe recorrer para llegar a esta enseñanza, mientras que la alegoría nos otorga dicho camino ya recorrido, es toda circular en su perfección moral. Tal vez la visión que posee la alegoría tanto del mundo como de la parábola, sea, como dice Giorgio Colli al referirse a la filosofía, una forma literaria nacida de tensiones irresolubles, decadente con respecto a la verdadera sabiduría, la misma visión que tuvieron los filósofos de la sabiduría. Por eso me pregunto: si los filósofos fueron aquellos que pretendieron la sabiduría de los verdaderos sabios, aquellos que escribieron de espaldas a ésta, recordándola, amándola, los adeptos de la retórica alegórica ¿no serán aquellos que han perdido la inocencia y el candor de la parábola, su espontaneidad, sus matices? Jesús habló en parábolas, tal vez los apóstoles las convirtieron en alegorías, mientras que muchos teólogos directamente se adentraron por el jurídico camino del símbolo. Pero ese es otro tema. Muy lejos de los ángeles.

Foto: Flavia de la Fuente

6 respuestas to “Antes de dormir”

  1. janfiloso Says:

    Ahora que leo a Dasbald entiendo porque no me gustó el libro de los ángeles de Victor Sueiro.

  2. lalectoraprovisoria Says:

    Dasbald, me encanta esta descripción del irse a dormir. Es poderosa y poética.

    “A veces, cuando uno no puede dormir, que en mi caso sucede prácticamente todas las noches, comienza a pensar que tal vez debería tener un talismán para el sueño debajo de la almohada: un ramillete bendecido, una carta amorosa de la infancia, una cinta del muñeco que nos acompañaba en nuestras primeras fiebres, o definitivamente un Valium o un arma en los casos de desesperación.”

    Me gusta mucho cuando escribís de tu vida cotidiana. Lo hacés de una manera muy especial.

    Tu relato de irse a dormir me hizo acordar al bonsoir maternel de Proust en Du côté de Chez Swann, en francés y todo.

    «Ma seule consolation, quand je montais me coucher, était que maman viendrait
    m’embrasser quand je serais dans mon lit. Mais ce bonsoir durait si peu de temps,
    elle redescendait si vite, que le moment où je l’entendais monter, puis où passait dans
    le couloir à double porte le bruit léger de sa robe de jardin en mousseline bleue, à laquelle pendaient de petits cordons de paille tressée, était pour moi un moment douloureux. Il annonçait celui qui allait suivre, où elle m’aurait quitté, où elle serait redescendue. De sorte que ce bonsoir que j’aimais tant, j’en arrivais à souhaiter
    qu’il vînt le plus tard possible, à ce que se prolongeât le temps de répit où maman n’était pas encore venue…»

    Flavia

  3. dasbald Says:

    pobre Proust personaje de la novela, que su papá no dejaba a su mamá que lo besara mucho, dice eso a continuación si mal no recuerdo….y vos me hiciste acordar a los Cuadernos de Malte cuando este piensa todo el tiempo en la madre y en la noche y recuerda como cuando se encendía una luz o se abría la puerta Malte ya sabía que se trataba de su mamá… La luz se enciende y ya sé que eres tú… creo que dice. Besos Flaviushka!!!!

  4. janfiloso Says:

    A mi también me gustó el relato y si bien no me hizo acordar a tan bello relato de Proust, me llevó a pensar en esos detalles que cita de la vida debajo de las sábanas que remite, ya no al mundo afectivo, sino al secreto mundo de los codazos y las patadas; todos los que tenemos pareja conocemos ese otro lenguaje debajo de las sábanas, me pareció un tema maravilloso y sutil que alguien debería ampliar.

  5. dasbald Says:

    janfi, una vez nos mudamos a una casa que tenía todos los libros de Victor Sueiro abandonados en un roperito y los llevamos a una librería de usados junto con otras libros también abandonados en ese roperito. el tipo de la librería sentía que le llevábamos incunables. deberías haberle visto la sonrisa .fue muy divertido!!!

  6. janfiloso Says:

    mal hecho, te podría haber venido muy bien para nivelar una mesa con una pata rota.

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