El chino secreto

Sobre El maestro de los cinco sauces de Tao Yuanming

por Flavia de la Fuente

Resulta que el otro día me confundí. Como me sucede tantas veces y en casi todos los aspectos de mi vida. Pero esta fue la primera vez que me confundo un chino con un japonés. En realidad, eso tampoco es nuevo. Me he confundido quinientas veces un chino y un japonés cuando voy por la calle. Una vez, en Praga, en una tarde de un calor checo insoportable, jugábamos con nuestro amigo holandés Peter van Bueren a adivinar quién era coreano, japonés o chino. Era un juego tonto porque nadie nos decía la respuesta. Nosotros arriesgábamos y después no pasaba nada. Los viajeros aburridos hacen cualquier cosa para matar el tiempo. Y el people watching es una de las actividades más divertidas que hay. Pero esta vez, no me confundí a un chino con un japonés por la calle sino que lo hice al comprar libros. Y esta es una nueva clase de confusión, dado que antes ni me acercaba a los anaqueles de literatura japonesa. Resulta que hace casi un mes, hallábame en la librería Guadalquivir, detrás del estante japonés cuando vi que Q se ponía hablar con un hombre. Mi timidez me hizo quedarme inmóvil en mi sitio y observar en silencio (y oculta) cómo se desarrollaban los acontecimientos. Agucé la mirada y vi que el hombre en cuestión era Juan Forn, lo cual me hizo que me sentara en el piso para ocultarme mejor. No es que tenga nada contra Juan Forn, pero me dio un ataque de timidez extrema. Y, además, vaya uno a saber qué pelea podía desencadenarse. Mejor quedarse acurrucada junto a los japoneses que suelen ser sabios y tranquilos. Así que me puse a hojear todos los libros de Hiperión que había en la librería de Pablo. Hice una pilita con unos cinco libros de haikus y encontré otros dos japoneses que parecían interesantes: El maestro de los cinco sauces de Tao Yuanming y A punto de partir. 100 poemas de Li Bai. Finalmente, un poco acalambrada y ya harta de estar escondida en ese espacio tan reducido, me acerqué hacia el mostrador y lo saludé a Forn quien resultó ser una persona de lo más amable. Hablamos de la vida en la costa, del frío, la humedad, lo difícil que era aguantar la vida en Buenos Aires cuando uno se había desacostumbrado, de Saccomanno y Sarlo, en fin, de todo un poco. Pero reinaba la amabilidad, creo que sincera. O al menos era así de mi parte. Juan se fue con su pila de libros y Q y yo nos quedamos con la nuestra haciendo las cuentas con el librero. Como en esos días andábamos muy ocupados con un amigo australiano, no tuve tiempo de mirar los nuevos tesoros hasta que volvimos a San Clemente. Y allí fue cuando me di cuenta de que me había traído dos chinos a mi casa, en lugar de dos japoneses: Tao Yaunming y Li Bai. A Li Bai todavía no lo leí. Pero ya pasé más de una semana con el sufrido Yuanming, también conocido como Yuanliang o Tao Quian (lo aclaro por si no les sonaba el primer nombre). Mejor llamémoslo Tao (camino, vía, en la filosofía antigua china), que es el único nombre que logro recordar. Tao nació en el siglo IV, en el año 365 y murió en el 427. Pasó una vida de perros. Hijo de terratenientes empobrecidos y de una familia de intelectuales, recibió una educación confuciana, según se acostumbraba en las familias nobles de aquella época. Todo esto que estoy contando, en realidad me lo cuenta Guillermo Dañino (¡qué apellido!), el traductor y prologuista del libro chino, no japonés. En un momento de su vida, Tao se vio en la obligación de trabajar de funcionario público para sobrevivir. Pero, a los 42 años, harto de tantas humillaciones y desilusiones, decidió retirarse al campo con su familia a vivir de sus cultivos, escribir poemas y tomar vino. Pasó frío y hambre. Y nunca estuvo contento salvo cuando se emborrachaba con sus amigos. La compañía del chino durante varias mañanas fue un poco deprimente y, a la vez, inspiradora. La muerte aparece en cada verso. No deja de escribir sobre el malestar de la vida, lo efímero de todo, lo banal del Estado y sobre las bellezas de la naturaleza y, sobre todo, del vino. Dice Dañino (por favor, señor, ¡cámbiese el nombre!) que en su época sus poemas sobre la vida cotidiana nunca fueron reconocidos pero que ahora se lo considera uno de los grandes maestros de la literatura china. Y acota: “Tao Yaunming desempeñó varios puestos como secretario del ejército y magistrado, pero aceptó estos cargos solamente por necesidad. Durante su carrera oficial fue humillado varias veces y decidió, desilusionado, renunciar y retirarse a la vida campesina. Desde este momento hasta su muerte, a los sesenta y tres años de edad, vivió en el retiro trabajando como campesino pobre. Por la temática de sus versos fue considerado siempre un poeta pastoril o poeta ermitaño, porque sus poemas vibraban al unísono con la vida sencilla del labriego y con el universo. Sin embargo, siguió de cerca los acontecimientos políticos de su época y vivió profundamente preocupado por el destino de su país.”

El libro comienza con la siguiente frase de Tao Yuanming: “No me inclinaré ante nadie por cinco celemines de arroz.”

Busqué en la wikipedia y no se me aclaró en nada el significado de celemines. Pero igual se entiende la frase, ¿no? Aunque no me sé si Tao no se inclinaría ante una tonelada de arroz o ante un puñado.

Bueno, ahora les voy a copiar algunas estrofas de El maestro de los cinco sauces. Finalmente, gracias a la confusión me hice de mi primer amigo chino poeta. El libro está organizado cronológica y temáticamente. Hay largos poemas al vino, a los hijos, a la vida tranquila, algunos cantos fúnebres. Yo extraje estrofas de aquí y allá. El resultado es un largo lamento chino que comienza con un autorretrato del maestro Tao Yaunming.

 

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1. Biografía del maestro de los cinco sauces

No se sabe de dónde viene el maestro, tampoco se conocen ni su nombre ni su apellido. Junto a su casa hay cinco sauces, por lo que se lo nombra de este modo.

Sereno, tranquilo, reservado, no anhela ni honores ni riquezas. Ama la lectura sin pretender entenderlo todo, y cada vez que logra comprender un matiz es tal su gozo que se olvida de comer.

Por su natural, aprecia mucho el vino, pero siendo su familia muy pobre no lo puede conseguir con frecuencia. Parientes y amigos, conociéndolo, preparan vino y lo invitan. El va siempre dispuesto a beber hasta embriagarse y, una vez ebrio, no le importa irse o quedarse.

Sus cuatro muros destartalados no lo protegen ni del viento ni del sol. Ropa corta y remendada, su canasta de arroz y su cucharón con frecuencia vacíos, pero no pierde la calma. Con frecuencia disfruta escribiendo poemas por divertirse y así expresa sus ideales. Despreocupado de éxitos o fracasos, pasará su vida hasta el final.

 

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2. Algunas estrofas sueltas

Mi carácter es muy espontáneo y no sé aceptar limitaciones. Por grandes que sean el hambre y el frío, ir contra mí mismo me enferma. Siempre que me ocupé de asuntos humanos, con mi boca y mi vientre he servido. Decepcionado, sentía vergüenza ante los ideales de mi vida. Decidí esperar una cosecha, empaquetar mi ropa y escapar de noche.

¡Por fin estoy de regreso!
Campos y jardines cubiertos de hierbas, ¿por qué no he vuelto antes?
Dejé que mi corazón fuera esclavo de mi cuerpo,
¡no he de lamentarme, ni encerrarme en mi pena!
Comprendo que no hay remedio para lo pasado,
más vale ocuparse del futuro;
sé que estuve perdido aunque no muy lejos;
hoy tengo juicio, ayer me equivoqué.

No llegan al campo los problemas del mundo;
en mi callejuela apartada no escucho látigos ni carruajes.
Cerrado permanece en el día mi portón de ramas;
frente al vino, se esfuma el polvo del mundo.

Estrecho es el sendero, árboles y hierbas altos,
el rocío de la tarde humedece mi ropa.
Se mojaron mis vestidos, no hay de qué lamentarse,
lo que importa es no traicionar los ideales.

Con frecuencia temo que mi fin esté cercano,
aunque mi fuerza y energía no estén en decadencia.
¡Dejemos todo esto! ¡Que se olvide tal idea!
¡Más vale tomarnos una copa de buen vino!

Vivo como pobre. Dependo de la siembra y la cosecha;
trabajo en un rincón del bosque del este.
No me quejo si en primavera las labores son duras,
aunque a veces temo perder mis ideales.

La vida es corta y las penas muchas;
vivir largo tiempo alegra al hombre.

Detenerse en la calma es por cierto un placer,
¿cómo conseguir que sea por mucho tiempo?

 

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Diez mil cambios se van ordenando entre sí,
la vida humana será siempre fatigante.
Desde tiempos antiguos todos morimos,
al recordarlo mi corazón se siente ansioso.

¿Cómo armonizar mis sentimientos?
Con el vino turbio consigo alegrarme.
No sé qué signifiquen mil años.
¡Que esta madrugada se eternice!

¿Por qué en cuanto se ha partido
nunca jamás se regresa?
¿Cuándo en nuestra sala desolada
se escucharán de nuevo tus pasos?

Sufre al ver que el día llega a su ocaso,
se conmueve ante los sufrimientos de la vida humana.
Después de cien años todo desaparece,
pocas son las alegrías, numerosas las penas.

Hombre de sentimientos generosos,
de virtud diligente e ingeniosa.
¡Mira!, dispongo ahora de buen vino,
te invito a disfrutarlo conmigo.

Tantas veces disfrutamos la armonía,
compartiendo en hermosas caminatas.
Conversábamos contemplando el panorama,
disipando gozosos nuestras inquietudes.

Acaba de comenzar el año. Cinco días han pasado.
Mi vida pronto terminará.
Se me conmueve el alma al recordarlo;
disfrutemos el día en este paseo.

En las copas dejemos vagar los sentimientos,
olvidando mil años de ansiedades.
Disfrutemos hoy de esta intensa alegría,
y por el mañana no hay que preocuparse.

La virtud ha decaído hace mil años,
la gente ya no cultiva sus sentimientos.
Hay vino y nadie quiere beber,
preocupados por dejar un nombre.

Los crisantemos de otoño lucen colores fascinantes,
recojo las flores impregnadas de rocío.
Me abandono al vino que elimina ansiedades,
desaparece mi sensación de haber dejado el mundo.

Desolado y triste, sólo pienso y siento.
No llega aún el día a devolverme la calma.

La escarcha severa congela las yerbas silvestres,
las marchita y no acaba con ellas.
Sol y luna dan vueltas y regresan,
nosotros nos vamos y la juventud no vuelve.

 

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Meses y años pasaron inadvertidos,
este corazón partió sin que me dé cuenta;
llega un gozo y no lo disfruto,
con frecuencia abrumado de inquietudes.

Si escuchaba hablar a los ancianos, hace mucho,
me tapaba las orejas descontento.
¿Y ahora qué? Con cincuenta años cumplidos
de pronto me veo semejante a ellos.

De buscar las alegrías de antaño
no tengo el más mínimo deseo.
Se va, se va, cada vez más rápida y lejana
esta vida imposible de repetir.

Así son las cosas. No hay nada que hacer.
Más vale ahora una copa de buen vino.

Cada hombre nace frívolo y virtuoso,
desgracia o ventura no tienen puerta.
Fuera de la Vía, ¿qué hay de seguro?,
fuera del bien, ¿qué hay de importante?

Se nos terminaron los cereales, los nuevos granos no han madurado todavía. Soy un campesino con experiencia y sé que tendremos un año desastroso. Días y meses serán largos, mi desgracia no cesa. no podemos esperar una gran cosecha. Mañanas y tardes tuvimos lo suficiente, pronto el humo y el fuego van a disminuir. Desde hace diez días me angustio por el hambre y la necesidad.

Fotos: Flavia de la Fuente

15 respuestas to “El chino secreto”

  1. onairosjs Says:

    Es el primer post suyo que leo y es bellísimo. Muchas gracias por su visión del mundo. Me maravillo ante su timidez que le ha permitido encontrar esta joya que tan bien la describe.
    fraterno
    js

  2. dasbald Says:

    estos chinos borrachos que escriben y recitan entre amigos hasta que alguno se cree que la luna bajó a la tierra cuando en realidad está reflejada en un lago, y al querer agarrala ,se terminan ahogando.
    prefiero tu confusión antes que a Confucio o a la confusión de Li Po el borracho ahogado.

  3. estrella Says:

    Flavia, como siempre, me encantó tu post, sobre todo la primera parte, cuando contás la escena con Juan Forn y la confusión entre chinos y japoneses.

    «Más vale ahora una copa de buen vino». Parece que sí.

    Y ya que estamos con la muerte y la fugacidad de la vida, te mando estos versos de J.R. Giménez, que a mí me gustan mucho:

    …Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
    cantando;
    y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
    y con su pozo blanco.

    Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
    y tocarán, como esta tarde están tocando,
    las campanas del campanario.

    Se morirán aquellos que me amaron;
    y el pueblo se hará nuevo cada año;
    y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
    mi espíritu errará, nostálgico…

    Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
    verde, sin pozo blanco,
    sin cielo azul y plácido…
    Y se quedarán los pájaros cantando.

  4. Juan Gonzalez del Solar Says:

    Decir que me gustó tanto es casi redundante; aun así, qué buen post.

    Acabo de ver lo de mi blog: gracias, gracias, gracias, demasiado, demasiado, demasiado. Sí diré que nada para felicitarme, fue casi por casualidad -me tuve que registrar y zas, tenía un blog-. Lo publicable seguirá buscando estas tierras.

    Los chinos son los de la comida barata y abundante mientras que los japoneses un par de piezas por mucha plata (pero qué ricas, por Tutatis, qué atracón el de anoche gracias a la invitación materna).

    La primera estrofa de la Biografía… me hizo pensar en la extraordinaria autora de este post.

    Un enorme abrazo

  5. janfiloso Says:

    Juan, tu avatar es maravilloso ¡¡¡¡

  6. medusahilarante Says:

    «Y el tipo era Forn, asi que me agache màs todavìa». Jaja
    Bueno, parece que despues Forn era amable, no esperaba otra cosa.
    Y lo de confundirse debe ser porque la «Literatura oriental» la ponen toda en la misma zona de la libreria, supongo.

  7. Koba Says:

    Muy lindo Flavia, como siempre. Se agradece.
    Por otra parte, no me explico como Tao Yuanming y Li Bai te parecieron japoneses, te pareces a mi esposa, todo oriental es chino. Que por la calle sean todos parecidos, eso sí se puede aceptar, pero los nombres de chinos, coreanos, tailandeses y japoneses difieren muchísimo.

  8. janfiloso Says:

    Estrella : (1) ¿ ese J. R. Gimenez es el de «Platero y Yo» ? (2) esos versos se te vienen porque estás enferma o ya te curaste ?; (3) en su caso, poné «Gracias a la vida, que me ha dado tanto …».

  9. Ella Says:

    Hermoso, Flavia! Siempre gracias.
    «No llegan al campo los problemas del mundo», dice tu descubrimiento chino. Qué bello.
    saludos.

  10. Vero Says:

    Si te interesa, en un libro bastante popular hace unas décadas, fácil de conseguir en librerías de viejo, La importancia de vivir, de Lin Yutang, hay un capítulo sobre este autor, con algunos de los versos que apuntás y una breve biografía.

  11. lalectoraprovisoria Says:

    Gracias, Vero. voy a tratar de conseguirlo cuando vaya a Buenos Aires.

    Flavia

  12. José Sarmiento Says:

    Flavia, disculpa… el libro del que hablas es de la editorial de la Universidad Católica del Peru?… porque si es así, lo he tenido botado en mi biblioteca hace un año, cuando me lo regalaron acá en mi antiguo trabajo.

    P.D. Excelente blog, siempre los leo. Saludos desde Lima, Perú.

  13. lalectoraprovisoria Says:

    José, el libro mío es de poesía Hiperión. Por ahí hay otras ediciones.

    Saludos,

    Flavia

  14. José Sarmiento Says:

    Igual revisaré más tarde, no vaya a ser que se me haya pasado. Saludos.

  15. jose Says:

    Me ha gustado mucho

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