Sobre Belle toujours de Manoel de Oliveira
por Quintín
El otro día alguien comentaba con admiración que Clint Eastwood sigue filmando a los 76 años. Es verdad. Pero Manoel de Oliveira tiene 98 y está en plena forma (por las dudas, Eastwood también, antes de que algún contrera lo niegue). Esta miniatura (dura 63 minutos) es una prueba contundente de la lucidez de este Matusalén del cine. Belle toujours es una secuela de Belle de jour (1967), la película con la que Luis Buñuel abandonó su gran etapa mexicana y entró en el mercado internacional. Oliveira siguió los pasos de Buñuel: fue redescubierto por los franceses cuando ya era un cineasta maduro y un hombre viejo. Este homenaje es, en ese sentido, muy oportuno. Buñuel y Oliveira son parte de un pasado irrepetible del cine, el de los maestros discretos. No los Fellinis, los Kurosawas o los Bergmans, sino esa gente cultivada y sutil de países más o menos remotos que hizo un cine elegante, irónico y un poco hermético (el georgiano Otar Iosseliani, cuyo último film compite en MDP, sería otro ejemplo) y terminó representando de algún modo al cine francés.
Belle de jour, la de Buñuel, no es una gran película: está demasiado calculada para impresionar a los franceses con su costado “picante-chic”. Pero es un hito en la historia del cine y una broma simpatiquísima de don Luis. Recordemos el argumento: Catherine Deneuve es una señora casada, burguesa, que pasa sus tardes prostituyéndose en una casa de citas. Allí tiene varios clientes. Uno es un japonés que anda con una misteriosa cajita que al abrirla hace ruido de cascabeles y cuyo supuesto exotismo erótico dio mucho que hablar en su momento. Otro es Michel Piccoli, un amigo del marido, el único que conoce la doble vida de Deneuve. Un tercero es Pierre Clementi, un gángster que se enamora de ella y por celos termina pegándole un tiro al marido.
En Belle toujours, Deneuve es sustituida por Bulle Ogier (actriz fetiche de la cinefilia francesa) y el protagonista es Piccoli (el actor fetiche de la cinefilia francesa), que la ve por casualidad en un concierto y la persigue hasta encontrarla. Piccoli es un dandy, que quiere revivir de algún modo esos años de perversión. Pero Ogier (Séverine) ha cambiado, sus pasiones se atemperaron y sólo le interesa saber si Piccoli le llegó a contar al marido su secreto.
La película transcurre con una placidez y un encanto inigualables (si van a Mar del Plata, no dejen de ver esta película, porque en breve se romperá el molde y será tarde) en ambientes de una sofisticación que no sé si he visto alguna vez en el cine. El milagro es que ese París de la gran burguesía de otro tiempo, esos lugares de suntuosidad onírica resultan acogedores, cálidos y no ostentosos aunque uno sospeche que jamás va a entrar a sitios semejantes.
Pero la película está lejos de agotarse en los paseos de la cámara por teatros, bares y restaurantes de lujo con una sinfonía de Dvorak como acompañamiento. Como toda obra de un viejo cineasta, es también, entre muchas cosas, una lección de cine. No una lección de cómo se filma, sino de para qué sirve, de qué se trata el cine (que no es, seguramente, lo que dirá Zizek que está en otra película en MDP). La forma que elige aquí Oliveira para la lección es brillante pero bastante sencilla. Piccoli es el cineasta, el personaje interesado en mantener el juego, en que la sensualidad y el deseo no se agoten. Quiere que su encuentro con Augier vuelve a hacer vivir a Buñuel y su película y que la suya propia la acompañe en ese mundo platónico de la historia del cine, en el que rige la inmortalidad de los personajes. Augier es el espectador, quiere saber lo que pasa, como la gente quería saber qué había en la famosa caja del japonés. Ella es de carne y hueso y, en principio, simpatizamos con ella: ha cambiado, envejecido, quiere conocer la verdad. El sigue igual y le da lo mismo que la anécdota haya sido de un modo o de otro. Haciéndose cómplice de Buñuel no revelará ningún secreto, mantendrá el misterio, se negará a contestar esas banales preguntas con las que perseguían a su colega (¿cuál es el origen de la fuerza que no deja salir a los personajes de la casa en El ángel exterminador?, ¿cuál es la causa de que dos actrices hagan el mismo papel en Ese oscuro objeto del deseo?).
Por eso, no sólo porque el carácter de los personajes lo impone, sino porque el interés del cine —con su infantil pasión por el engaño— y el interés del mundo —con su vocación policial de saberlo todo— han pasado a ser enemigos, el encuentro entre Piccoli y Augier es imposible y quedará trunco. Y los mozos, como cerrando la sala al final de la función, repetirán sin comprender: “Qué tipo raro”. Es que el sentido del cine que intentaron los Oliveira y los Buñuel, el que respeta simultáneamente la verdad del cine y el juego de la vida, no está ya al alcance de un espectador casual. Ni siquiera, tal vez, de un critico o un cineasta formados en décadas posteriores.
Foto: Flavia de la Fuente
marzo 7, 2007 a las 1:13 am
Eastwood en forma? Humm. En Cinema-scope, por citar un medio que imagino respetas, lo defenestran. Y, para mi, con total razón. Los imperdonables es lo ultimo (¿unico?) bueno que hizo.
marzo 7, 2007 a las 1:42 pm
Dan muchas ganas de verla. Sobretodo provoca una gran melancolía por el buñuelismo. ¿Se «romperá el molde» cuando Oliveira muera? ¿Ninguna esperanza para otros directores aparecidos o por aparecer? Bien banalmente, pido un poco más de explicación acerca de esta pérdida de aquel sentido del cine. Porqué la sepultura. Más, más. Como el negocio que vende pastas y se llama «Quiero más».
marzo 7, 2007 a las 2:42 pm
Eastwood hace rato que dejó de contar historias y pensar el cine, ahora se dedica a imponer una moral con el arma en la mano, no se atrevan a cuestionarlo. La cantidad de personajes vapuleados por Clint desde Río Místico para acá es imperdonable. Sí, Eastwood está en forma, hoy a los 76 años tiene la crueldad de Dirty Harry.
marzo 7, 2007 a las 5:32 pm
En el viejo Eastwood y su última cinematografía hay personajes vapuleados y también personajes amados. No sé si soy un buen espectador de cine, pero Un mundo perfecto, por citar una película posterior a Los Imperdonables, me parece, justamente, una lección de cóma manejar el tempo del relato en cine, al menos en el tipo de cine que más se ve, que es el de Hollywood. No vi Río Místico ni la última sobre Iwo Jima, estoy medio podrido de las películas sobre la Segunda Guerra desde la óptica norteamericana.¿Tan malas son? ¿Cómo se llama la película sobre la boxeadora que queda inválida? Esa también me gustó, pero en este momento no me acuerdo el título, qué chocho que estoy.
marzo 7, 2007 a las 8:16 pm
Me acordé: Million Dollar Baby.
marzo 14, 2007 a las 12:11 pm
En el cierre de la nota Q dice: «Ni siquiera, tal vez, de un critico o un cineasta formados en décadas posteriores». Eso ocurrió con Portabella en el BAFICI, que no hubiera tenido la muy buen recepción crítica que tuvo si no fuera por ciertos críticos formados en la cinefilia de los 60 que entienden perfectamente a Oliveira, y que todavía ejercen en una influencia discreta en quienes serán sus sucesores. Respecto de Eastwood y sus detractores: si John Ford estuviera vivo, y si todavía Mr. Wayne estuviera en sus películas, la impugnación estaría más o menos regulada por el mismo antiamericanismo solapado. Lo curioso es que, para películas magistrales como Hamburger Lecturer, de Kormakar, ni la generación del sesenta, ni la formada en la era von Trier-Takeshis-Tarantino parecen otorgarle el interés que merece.