Cuando los cielos se electrificaron

Pasiones, funciones, peligros e intereses en la ciudad global

por Pablo E. Chacón

Saskia Sassen nació en Holanda, es urbanista, menos apocalíptica que su colega, el francés Paul Virilio. Es profesora de Sociología en la Universidad de Chicago, Estados Unidos, y profesora invitada en la London School of Economics, en el Reino Unido. Se volvió conocida luego de publicar La ciudad global en 1991. El libro, reeditado y revisado en 2001, fue publicado en la Argentina por el sello Eudeba. Estuvo invitada varias veces en Buenos Aires. Los espectros de la globalización (Fondo de Cultura Económica), su otro título, resultó, en el 2003, un éxito editorial.

Entre los términos global y local, característicos de la mundialización del tráfico de bienes y servicios económicos, surgió la palabra glocal, una condensación entre el primer y el segundo término según la cual el primero acrecienta su poder a expensas del segundo.

Saskia Sassen introdujo ese tercer elemento (y la palabra correspondiente), la carta robada de los urbanistas y planificadores hipermodernos. Era posible preguntarse si existía un elemento mediador entre ambos mundos, el global y el local, pero a nadie se le había ocurrido que podían ser precisamente las ciudades, convertidas en locaciones específicas y complejos socioeconómicos que emergían como un nuevo sistema de división, antes que del trabajo, de la oferta de servicios interconectados por las redes de fibra óptica que operan en tiempo real. Se trata de determinadas ciudades, no de todas, ciudades desmontables, no lugares a los por definición es imposible fijar más que como funciones de paso, justamente porque su fuerte es la deslocalización y la interacción digital. Si las ciudades-estado de la antigüedad precedieron a las naciones, la ciudad-red de la actualidad es un punto que titila en el mapa de la desregulación global.

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“La red de esas ciudades creció rápidamente en los 90 con la expansión y desarrollo institucional de la economía global. En este momento llevo incluidas cerca de cuarenta ciudades –a pesar de que existe una fuerte jerarquización en el seno mismo de la red. El sistema global necesita imperiosamente las funcionalidades que estas ciudades pueden movilizar. Cuando un país se inserta en la economía global, sus principales centros de negocios asumen una doble función; se vuelven puentes de articulación para los inversores extranjeros y también para los nacionales que se quieren globalizar” –dice Sassen.

Y agrega que cuando inició su investigación, “los datos indicaban que ciudades como Nueva York, Londres o Tokio formaban por sí mismas una división. Lo que ahora descubrí es que esas tres ciudades siguen siendo cruciales. Pero Paris y Frankfurt, en la zona del euro, se agregaron a esa división de las que están en primera. Tokio se volvió menos internacional de lo que se esperaba en los 80, pero todavía es la capital mundial de la exportación de capital.

“Hay otras diez ciudades clave. Son ciudades que disponen de las funcionalidades organizacionales nucleares para dirigir, gerenciar y servir a la economía global. Se trata de Zurich, Amsterdam (que, también, forma parte de la bolsa europea Next liderada por París), Madrid y Milán; y claro, los grandes centros de negocios del otro lado del mundo: Hong Kong, Chicago, Toronto, Sydney, el Distrito Federal mexicano, San Pablo y Seúl. Hay ciudades que todavía no forman parte de este grupo, pero que ya son protagonistas muy dinámicos. Shangai es el caso más notable.”

Sassen no es la única que está pensando el nuevo escenario. Para la holandesa, una ciudad para ser calificada como global, debería tener recursos y competencias necesarias para la gestión de operaciones relativas a empresas y mercados, nacionales o internacionales. Esta funcionalidad debe de ser producida y reinventada.

Paul Virilio nació en Paris en 1932, de padre italiano, refugiado comunista en Francia. La guerra mundial lo hizo especialmente sensible ante la destrucción y la muerte, circunstancia que siempre pesará en su obra. Estudió arquitectura en Paris, de cuya Escuela de Arquitectura llegaría a ser su máximo responsable durante tres décadas (1968-1998). En 1963 funda con Claude Parent la revista Architecture Principe. Desde 1973 es director de la colección Espacio Crítico, de las Editions Galilée. Gran premio nacional Crítica de la Arquitectura en 1987, en 1990 fue nombrado coordinador de los programas del Collège International de Philosophie bajo la dirección de Jacques Derrida. Ha trabajado en numerosas exposiciones de arte contemporáneo en la Fundación Cartier.

Dice Virilio. “El espacio hoy sólo puede identificarse con el espacio-mundo. Este espacio-mundo está contaminado por las teletecnologías de la velocidad de la luz. El espacio-mundo (el espacio real) deja paso al tiempo-mundo (el tiempo real). La ciudad del futuro es una ciudad teletópica, no es más una ciudad tópica. Los telepuertos, en esa ciudad futura, son elementos determinantes. La ciudad antigua era la puerta para atravesar la fortaleza. Después fue el puerto, la estación de trenes, el aeropuerto…todos equipamientos que se inscriben en el espacio real y dejan infraestructuras pesadas, como las redes ferroviarias o las pistas de aterrizaje. Pero con el telepuerto, estamos situados en la inmaterialidad. Eso provoca la creación de una concentración urbana específica: la ciudad-mundo. Es el hipercentro: no ya la cosmópolis, sino la omnípolis -precisa. ”

“Roma o Londres, como capitales, han sido una primera reducción del espacio. Ese espacio que siempre controlaron a medias, porque las dos descansaban en el transporte marítimo. Hoy día no se trata del espacio real, con su geometría ¬y su periferia. Existen ciudades, pero están descalificadas. El verdadero centro es el centro del tiempo real, una especie de hipercentro, de ciudad virtual que no está en ningún lugar y está en todos los lugares. Este hipercentro hace que todas las ciudades reales sean los barrios, algo así como los barrios dormitorios de la ciudad virtual. Si uno sigue La ciudad global, de Saskia Sassen, se avanza en esa dirección. Singapur es ya una ciudad-mundo, con un puerto internacional, un aeropuerto internacional, y su telepuerto, con un satélite geoestacionario a 36 mil kilómetros de altitud. La ciudad virtual, la capital de capitales, la ciudad-mundo, es ese centro que está al mismo tiempo en ningún lugar y en todos, y que desacredita las ciudades reales y las convierte en barrios.”

Pero ¿cuáles son los principales criterios para definir una ciudad global?

Dice Sassen: “En mi análisis menciono dos aspectos: una función de producción económica y otra política. La producción política tiene que ver con la creación de culturas de gestión, de culturas profesionales, en parte desnacionalizadas, que facilitan la radicación de elites empresariales, nacionales y extranjeras. Pero destaco también otra función de producción política, la que se relaciona con los nuevos tipos de política que pueden ser lanzados por sectores desfavorecidos y por minorías de la población que hoy día se concentran en las grandes ciudades y que encuentran ahí su espacio de afirmación político. En esos ambientes parcialmente desnacionalizados, complejos y densos, estos sectores pueden ganar presencia con relación al poder.”

En este diagrama, ¿cómo juega Buenos Aires?

“Madrid, Barcelona, San Pablo y el Distrito Federal mexicano son ciudades globales por excelencia. Buenos Aires es un caso interesante porque capta diversos aspectos del modelo de desarrollo contemporáneo. Es una tierra fértil por cultivar. La ironía del caso, es que resistiendo las presiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), está regresando nuevamente a la arena global.

“En rigor, Buenos Aires participa de muchas de las características que la literatura atribuye a las ciudades globales, pero de manera específica, condicionada básicamente por su posición geopolítica en la red global (que podría definirse como semiperiférica, y que algunos califican sólo de alcance regional, y por las características específicas de su desarrollo histórico, que ha dejado una impronta en su actual estructura socioterritorial).”

Sassen considera que la crisis de los 70 y 80, produjeron una serie de cambios en la geografía y la composición de la economía global que se traducen en “una compleja dualidad: una organización de la actividad económica espacialmente dispersa pero a la vez globalmente integrada”. Esta combinación de concentración y dispersión creó un cuádruple rol estratégico para las grandes ciudades: se afianzan como puntos de comando desde los que se organiza la economía mundial; reemplazan a la industria como sector económico dominante y se afianzan también como localizaciones clave para las finanzas y las empresas de servicios especializados; acrecientan su potencial para generar innovaciones vinculadas a esas actividades; y se convierten en los mercados privilegiados para los productos y las innovaciones producidas.

La socióloga holandesa es categórica al negar el carácter reduccionista que algunos atribuyen al término ciudad global, afirmando el carácter interactivo que reviste la relación entre lo macroeconómico y lo específicamente urbano: “Sin embargo, el término ciudad global puede tornarse reduccionista y equívoco si sugiere que las ciudades son meros resultados de una máquina económica global. Esas ciudades son lugares específicos cuyos espacios, dinámicas internas y estructura social son relevantes; en realidad seremos capaces de entender el orden global sólo analizando por qué las estructuras clave de la economía global están situadas necesariamente en las ciudades”, escribe. La explicación surge del hecho de que aún con dispersión territorial de la actividad económica, no hubo descentralización en la apropiación de beneficios, lo que causa que el control y la gestión en el más alto nivel se haya concentrado en unos pocos centros financieros líderes.

Sassen dice que “es precisamente porque las telecomunicaciones facilitan la dispersión territorial que la aglomeración de ciertas actividades centralizadas se ha visto notablemente incrementada”, refiriéndose tanto a la concentración en las ciudades como a la que se produce en su interior. Y esto desde mucho antes de la aparición de los dispositivos digitales.

Porque si bien previamente las ciudades establecían relaciones con su medio natural, y desde la antigüedad existían puertos, en la era industrial esa relación dio un salto cualitativo: la técnica otorgó a la urbe una capacidad transformadora sobre el entorno. La construcción de redes ferroviarias y de puertos -de mayor capacidad y eficiencia operativa- no sólo conectó territorios con la ciudad, sino que las nuevas construcciones generaron accidentes que incidieron en la forma y el uso del espacio público. En esta época aparecen en Londres las primeras casas aseguradoras.

La palabra accidente tiene el mérito de estar balizada en el plano filosófico, por su oposición a sustancia. El descarrilamiento no es algo que desee el inspector de la estación, y mucho menos por el conductor de la locomotora. El accidente sobreviene. La sustancia es necesaria cuando el accidente es relativo y contingente. Los accidentes de autos, camiones, colectivos, hablan de una especie de guerra civil del movimiento. Las nuevas tecnologías de la red, Internet y otras, son de la misma naturaleza. Digamos que portan en sí un accidente específico. No se lo percibe tan claramente porque no hay muertos, porque no se ven metales y cuerpos destrozados, pero está el desempleo, el espionaje. En cualquier tecnología, revelar el accidente es permitir su desarrollo, es civilizar la técnica. La técnica es, en primer lugar, el accidente.

Nuestra sociedad es una sociedad de la movilización general. La historia es la historia de la aceleración: del desplazamiento físico, del transporte de personas, de la información, etcétera, y al mismo tiempo aceleración del accidente. Accidente automóvil: el barco, el tren, el coche, el avión, son todos autos. Accidente audiovisual: el teletrabajo, la deslocalización que permite hacer trabajar chinos a tres francos la hora (o bolivianos a 0,50 centavos en Buenos Aires), cuando la gente pasa hambre en Europa (y en América latina) –dice Virilio.

Y agrega que “con la aceleración de la historia, hay una multiplicación de accidentes. Es el progreso del movimiento, indisociable del progreso del accidente, de un accidente que, digamos, evoluciona: en un primer tiempo, las personas son destrozadas en un accidente ferroviario, o en los choques múltiples. Hoy en día no hay aparecidos pero hay zombies, dejados de lado porque es posible ordenar instantáneamente trabajos en cualquier rincón del mundo”.

La desocupación masiva es –en cierto modo– la forma que adopta el accidente en el universo concentracionario de las telecomunicaciones.

Los puertos modernos son piezas que mediaron en la relación entre la ciudad y el agua y que pertenecen tanto a la cultura técnica como a la vida urbana. La emergencia de una economía basada en el comercio, junto a los adelantos técnicos y las nuevas formas de gobierno, fueron elementos del siglo XIX que determinaron la renovación de las infraestructuras portuarias a fines del mismo siglo. La tecnología del vapor, de la que derivan las formas de producción industrial de mercancías y navegación, instaló la necesidad de puertos con capacidad para procesar el comercio que se incrementó entre los estados-nación.

Dice Sassen: “En aquellos momentos la máquina de vapor revolucionaba el transporte marítimo, el transporte terrestre y los medios de carga y descarga de los puertos. La navegación de vapor, los avances en la construcción naval de buques de hierro y el progresivo aumento de capacidad y calado de los barcos exigían unas nuevas condiciones en las infraestructuras e instalaciones portuarias”.

Es que hasta mediados del siglo XIX, los puertos mantenían una cercana relación espacial y funcional con la ciudad, los productos eran almacenados y comercializados en la ciudad, el muelle era una calle pública. Pero el registro giró a partir de entonces. Los nuevos puertos se insertan como artefactos construidos que varían la relación de la ciudad con el agua, se extienden mas allá de los confines mismos de lo urbano colonizando nuevas áreas naturales, y generan extensiones artificiales que cambian la línea de ribera a su vez que la esconden de su contacto con la ciudad.

“Estos desarrollos demandaron una redefinición de la relación entre la red de espacios públicos entre la ciudad existente y la nueva infraestructura de gran escala. Una nueva apreciación del paisaje jugó un importante rol en esta cuestión; el tránsito hacia una nueva infraestructura portuaria era construida en un área rural sin ocupar fuera de la ciudad existente, un acto que en sí mismo requirió una redefinición de la interrelación entre la ciudad existente, paisaje e infraestructura” –dice la ensayista e investigadora Graciela Silvestre.

El tiempo pasó, y las ciudades globales ya no son sólo puntos nodales para la coordinación de procesos sino también sitios particulares de producción de servicios especializados que posibilitan la dirección de redes dispersas y de innovaciones (financieras y relativas a la formación de mercados).

“Yo creo en la fraternidad, pero lo positivo de la ciudadanía mundial pasa por un combate. La fraternidad sólo aparece en el combate, en una lucha contra la manera de privilegiar lo lejano en detrimento de lo próximo. Durante mucho tiempo, el prójimo fue un aliado, un pariente, mientras que el enemigo era el lejano, el extranjero, el otro. Ahora se asiste no a una confusión entre el prójimo y el lejano, sino a una inversión de relaciones: el lejano, que aparece en la pantalla, es un amigo, mientras que el prójimo, el vecino, ese que huele mal y hace ruido, es el enemigo. Hay una inversión de la ley de proximidad, que explica la crisis en las ciudades. El vecino de escalera es mi enemigo, porque tiene olor, porque es inmigrante, porque es negro, porque me molesta, porque hace ruido, porque escribe de noche…mientras que ese que veo en la tele, que escucho en el teléfono, no molesta: ¡desenchufo el aparato cuando quiero y listo! Esta inversión hace realidad la frase de Nietzsche: Ama a tu lejano como a ti mismo”.

Palabra de Virilio.

 

Addenda

El sociólogo alemán Ulrich Beck introdujo de una manera inédita dentro de su campo de operaciones, el concepto de riesgo (muy trabajado por la antropóloga Mary Douglas). Beck tituló como La sociedad del riesgo a su libro más conocido. La hipótesis del teutón indica que hay dos tipos de ciudades: una del “riesgo” y otra del “peligro”. Si el riesgo remite a una inseguridad determinable, el peligro a una indeterminada, “porque los instrumentos y la lógica con que habría que hacerle frente resultan problemáticos, fallan. Así, la idea de riesgo se revela menos pesimista que lo que muchos sospechan, porque tiene una tercera dimensión significante: es poco productivo hablar de una ciudad del riesgo. La misma ciudad, el mismo sector, la misma zona de una ciudad puede pasar de un extremo al otro según cómo se la mire; o cómo se está parado; y eso depende de dos factores –dice Beck–: el momento, los grupos o los sujetos, y que algo se presente como oportunidad, riesgo o peligro. Eso que a muchos puede resultar indiferente o arriesgado (por ejemplo, estacionar el auto en un garage cerrado, pasear por las calles de noche), para otros es un peligro. Lo que un joven o un adulto acaso considerarían una oportunidad, para los inválidos y los ancianos podría resultar una amenaza. El paso del día a la noche, puede hacer que zonas de oportunidad se conviertan en espacios de peligro. El riesgo es una forma de moral matemática, de partidismo matematizado; detrás del cálculo se esconden los puntos de vista y los puntos de la ciudad, los intereses y las prioridades, que zanjan sus diferencias en base a estadísticas y probabilidades.

La ciudad del riesgo actualiza una antigua ambivalencia: por un lado, la decisión, la utopía del ciudadano del mundo, virtual, ligero, conectado; y por el otro, variantes del aprendiz de brujo, esto es: visiones de una sociedad hechizada por los medios del desencantamiento, que se tambalea a un paso del abismo. Es la imagen de la “violencia molecular” de Hans Magnus Enzensberger, la violencia por la violencia misma, que no retrocede sino que avanza hacia la autodestrucción. Son modos, ofertas del mercado político entre las cuales se puede elegir –o se cree poder elegir. Así lo escribió, con precisión de suicida, Albert Caraco: “Las ciudades en que vivimos son las escuelas de la muerte. Por ser inhumanas: se han convertido todas ellas en colecciones de ruido y mal olor, en un caos de edificaciones en que nos amontonamos a millones como sardinas; perdiendo el sentido de la vida. Infelices y sin esperanza, nos sentimos bien o mal perdidos en el laberinto del absurdo, que sólo muertos abandonaremos, pues es nuestro destino multiplicarnos sin cesar con el único fin de perecer sin cuento. Con cada vuelta de la rueda, sin que se perciba, se van acercando las ciudades en que vivimos, empeñadas e mezclarse las unas con las otras, en una marcha hacia el caos perfecto, el ruido y el mal olor”.

Foto: Leonardo Poniz

3 respuestas to “Cuando los cielos se electrificaron”

  1. Gabriel Says:

    Muy bueno el articulo. Escribo desde Barcelona, una autentica aldea global como la llamaría el viejo Mc Luhan. Estoy en el barrio de Poble Nou, un perfecto ejemplo de este fenómeno de metamorfosis urbana. Durante décadas este fue un barrio industrial, periférico estando a veinte cuadras del centro. Además de ser un barrio portuario por su cercanía con la costa.
    Sin embargo es asombroso el ritmo vertiginoso con el que esto esta cambiando. Las enormes naves industriales están siendo reemplazadas por fríos edificios de hierro y vidrio espejado, centros de operaciones de servicios informáticos, aseguradoras, etc. El espacio se silencia, casi no se ve a nadie en la calle, excepto quien sale a fumar en las inmediaciones.
    El ambiente se enrarece. Hace acordar a la desolación de los distritos financieros parisinos muy bien descriptos en algunas novelas de Houellbecq.
    Muchas naves industriales abandonadas de la zona fueron tomadas por grupos okupas. Permanentemente hay desalojos para sacarlos aunque encuentran siempre un nuevo «reservorio». Las naves desalojadas son derrumbadas para construir a una velocidad inédita edificios de oficinas, con algún toque del arquitecto estrella de turno.
    Me gusto mucho lo del caos perfecto en el que se hunden las ciudades. En este caso el nombre de este caos es distrito 22@. Un nombre cifrado, binario, que mas si no.
    Vale aclarar que Poble Nou en catalán significa «pueblo nuevo». Ahora no es ni pueblo ni nuevo, es una arroba.

  2. nilo rojas horna Says:

    I need nowk the finality of a city telepuerto

  3. Pablo E. Chacón Says:

    I know the telepuerto maldita city of light, ciity of light

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