Tarruella

Paseos y recuerdos

por Tomás Abraham

Cada mañana salgo a caminar. Varío los trayectos. Hoy le tocó a la playa de Ferrando y al barrio que la rodea. Uno se puede encontrar con personajes extraños. Hay una villa ahí nomás. Casas precarias, algunas tan mínimas, de material, que no se sabe cómo entra una cama. Un hombre joven descalzo aparece por ahí montado a pelo sobre un caballo blanco. Tiene el pelo rubio y largo, pantalones rotos. Pasa y lo veo desmontar y volver a su covacha en donde tres niños también descalzos juegan con ramas. Debe ser el padre.

Sigo caminando mientras escucho por los auriculares de la pequeña radio que me acompaña un programa de Radio Colonia FM, se llama En familia, o algo así. Pasan a Rubén Rada, algunas cosas de folklore, y lo animan dos locutores, hombre y mujer, paisanos que hablan de mate amargo, bizcochitos, el asadito, de lo bien que lo pasaron anoche en el club, de no volver a casa tarde y hacerse el calavera que a la patrona no le va a gustar, hacen publicidad, recomiendan la casa de Esteban y Aníbal a la salida de la Galería América (cerrada hace años), en la esquina de Alberto Méndez y Rivadavia, por si hoy domingo hay fiaca de cocinar, hablan del pollito con papas, matambre arrollado con ensalada rusa, ravioles con tuco, y los postrecitos, el chajá y los merenguitos, hacen bromas de pueblo, él le dice a ella que habla como una tartamuda y ella se lo reprocha, está muy bien para un día de sol. Sigo y me encuentro con un ser con barba bíblica, llevando un carro y discutiendo con su caballo, le chista y le dice que se calle y que pare de relinchar. Es un tipo grandote que parece un babilónico redivivo de los tiempos de Nabucodonosor. Me interno en el bosque entre lo que se llama la zona franca, la Cantera y la playa, y mientras camino como Heidegger por la Selva Negra, no me pasan a Wagner, ni a Richard Strauss, sino algo tan bueno, o mejor, anuncian que en el microespacio Canto Libre, nos harán escuchar dos canciones de Atahualpa Yupanqui.

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Subo el volumen. Una voz grave lo presenta como uno de los cantantes más importantes de la Argentina, y “ por supuesto, del mundo”. Dice que se llama Chavero y que nació en 1908 en la provincia de Buenos Aires. De niño se trasladó a Tucumán, y al morir su padre, siendo adolescente, se puso a trabajar y a andar, a recorrer los caminos, que nunca dejó de andar.

Recordé aquella vez que lo vi en París. Había ingresado a la universidad, y vivía solo, la verdad es que no sé si estaba solo, pero sí comí solo aquella noche en un pequeño restaurant que se llamaba —e increíblemente aún está ahí— Bateau Ivre, como el poema de Rimbaud.

Mientras comía, la especialidad de la casa era la côte de boeuf, una costilla inmensa de vaca al fuego, ya sea en punto crudo, el bleu, saignant, jugoso, à point, a punto, bien cuit, cocido, a mi izquierda veo a Atahualpa comiendo acompañado por otro señor. Lo miro. No había nadie más en el lugar. Me quedo un segundo observándolo, bajo la vista ya que me miró, con esa mirada fiera que tenía. No pude evitar, unos momentos después, volver a mirar cuando me encara mal y me grita en castellano: ¡Qué está mirando! Le digo que soy argentino… y me vuelve a gritar: ¡Ser argentino no quiere decir ser indiscreto!

Paf, me ahogué en el bife, pedí la cuenta y traté de no mirar para atrás, fracasado y condenado. No puedo decir que este souvenir galo pueda reinterpretarse, pensar que el músico era un pedante, engreído, por la razón que siempre me pareció que aquella frase de ese indio, mestizo, salvaje y genial, era también genial.

Mientras caminaba por el bosque y paladeaba la voz de Atahualpa y esta remembranza, me vino el nombre de Rodrigo Tarruella, a quien leí hace muchos años en El Amante. A comienzos de 1992, decido conocerlo e invitarlo a escribir sobre John Cassavetes para el primer número de mi revista La Caja.

La verdad es que no estaba seguro hasta este mismo momento si Tarruella tiene una o dos “r”, por eso el archivo que envío a LLP tiene una sola. Incursioné en el Google y es sólo con las dos erres que me presenta una nota de Quintín en TP de diciembre del 2005 en el que dice que el mejor crítico de cine fue Tarruella.

Ya publicada su nota sobre el director de cine yanqui en abril de 1992, me llama y me dice que tiene otra. No recuerdo por qué, le dije que no, que no la publicaba pero que se la pagaba igual. Nos encontramos personalmente, y hablamos. Era bastante loco, paranoico, rechazarle una nota era un problema. Pero como no quería perder su fantástica pluma, insidiosa, cortante, franca, inteligente, le pedí que pensara en algo más. Y me trajo la nota de Yupanqui. Su colaboración fue ésa, Cassavetes y Yupanqui, nada menos.

Luego se enfermó, lo visité dos veces en el hospital, allá en la avenida San Juan. Se estaba muriendo. Me halagaba llamándome maestro. No sabía qué hacer por él. Se murió, hoy volvió.

Foto: Cora Burgin

2 respuestas to “Tarruella”

  1. Ariel Yablon Says:

    Hablando de críticos argentinos de cine, no se anima alguno de Uds. a hablar de Angel Faretta? Yo leía sus notas con muchísimo interés en la Fierro. También tomé un curso corto de cine en Filo que me gustó mucho.

    Sé que varios lo critican por, entre otras cosas, crear «Farettitas» que son malas imitaciones suyas. Alguna opinión al respecto?

  2. carlos castro Says:

    Estoy de acuerdo . Me parece que hay muchos que lo imitan , y mal , aun copian , lo que yo creo sus errores

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