Sobre Interland de David Wapner.
por Quintín
Hace unos días recibí un mail de David Wapner. Me pedía la dirección para mandarme su inminente libro llamado Una novela de mil páginas. En ese mail y en otros posteriores, Wapner contó que vive en Israel hace ocho años, que es poeta y narrador, pero también músico. Wapner me sonaba de alguna parte, probablemente de una discusión en la internet en la que había coincidido con él, porque mi memoria le agregaba al nombre una marca positiva. Es probable que esa asociación imprecisa me llevara a comprar en alguna parte (que tampoco recuerdo, pero es probable que fuera en La Internacional Argentina) un libro de Wapner, Interland. Así se lo comenté por mail, y me respondió que ese era uno de sus muchos libros de literatura infantil. Agregó que
“para los ‘estudiosos’ del género, es un libro, y vuelvo a abrir comillas, ‘de culto’ (…) Quiero mucho ese libro; yo pongo en un mismo plano mi producción para ‘mayores’ y ‘menores’, la literatura y la música.”
Wapner es un tipo persuasivo. Después del intercambio de mails, me di cuenta de que me había ordenado leer Interland. Y eso hice sin demasiadas dilaciones, temiendo que en el siguiente mail se manifestara ofendido por la demora, aunque me resultaba rara la idea de leer un libro para chicos. Cuando yo era chico, el género se reducía prácticamente a la supervivencia del cruel D’Amicis, el pesado Verne y el amigable Salgari.
Pero así fue como descubrí que Wapner construye mundos y es un mundo en sí mismo. Interland es una aldea del centro de Europa a orillas del río Grün, desaparecida en 1845 como consecuencia de una tormenta de arena roja. Como Tlön, tiene su lengua, su geografía, su historia, sus extrañas particularidades, como la superabundancia de pelirrojos y de perros. Pero no es a Borges a lo que se parece el libro, más bien hace pensar en Vonnegut puesto a escribir El señor de los anillos con un toque de Walser. Es decir, una saga sobre seres de algún modo humanos, que cantan canciones a la hora del té (el libro incluye cinco partituras), pero totalmente fragmentaria, signada por un gran amor por el absurdo y una imaginación ferviente.
No se qué les parecerá a los niños, pero Interland es una grata lectura. Los peinados nuevos, la decisión de las autoridades de construir un mar, las canciones de Hanna Ruff, la obsesión con las desopilantes danzas (y sus disidentes: “En Interland nos enseñan a bailar desde que nacemos, pero yo nunca pude seguir el ritmo. Entonces sentí que me miraban mal y decidí huir una noche, luego de haber recibido esta amenaza: ‘mañana serás incluido en el conjunto de danza Intertanz, en donde tendrás que bailar la Rollentanz’”), los extravagantes perros (antes de Bellatin), las canciones de Hanna Ruff y su efecto sobre los interlandenses:
“¿Te parece ridícula esa canción. Es porque no amas a los gatos. Hanna Ruff haría cualquier cosa por su gato, hasta dejaría el canto si fuera necesario, mira lo que te digo. Cuanto ella canta sobre su gato siento tanta alegría como si su gato fuese yo. Yo querría ser su gato, que me anude un moño rojo al cuello y me diga ‘ven, salta sobre mi falda.’ Pero yo no sé cantar y su gato sí. Allí reside la diferencia.”
Al enfrentarse con la construcción de un mundo surge siempre la tentación de encontrar una alegoría. Dos elementos le sirven de apoyo a esa aproximación. Por un lado, hay una puesta en abismo, la de los cuentos para niños Hashben y Hashben, con sus cómicas peleas, cuya obra cumbre se llama Lalaland.
“Se trata de una ciudad imaginaria, pensada hasta en sus detalles más nimios, con su río que las atraviesa, su paisaje, sus costumbres exóticas. En Lalaland todos cantan hermosas canciones cuya característica principal es que no tienen letra, solo dicen ‘lalalá’”.
Pero si, por un lado, Wapner parece estarnos diciendo que no hay contenido alguno en su cosmogonía, el libro es también una historia apocalíptica, la de una comunidad que cae fulminada por el destino. No sólo porque en los últimos minutos de Interland un pintor fija su memoria en una muy pampeana vaquita de San Antonio, sino también porque el libro comienza y termina con referencias a signos y consecuencias ominosas en territorio argentino, es imposible no pensar en la huida de Wapner a Israel en el 98, con la Argentina al borde de la crisis, y acordarle al libro un carácter premonitorio solo visible a posteriori.
Pero hay algo más denso en este sentido y, supongo, en la obra de Wapner. Hay en Internet un largo poema suyo de aristas proféticas llamado Mardablogues que termina así:
“La verdad, es que la catramarda de vanguardia se desfondó, la catramarda del medio dio dos vueltas completas sobre sí misma, al chocar con la carga de la catramarda desfondada, y la catramarda de atrás retrocedió ante el desastre.”
Mardablogues puede pensarse, entre muchas cosas, como una parábola sobre la derrota de un movimiento aluvional y también sobre cierto estado de la literatura argentina. Hay ecos lamborghinianos en el poema (que me cuesta mucho leer, debo confesarlo) y resulta que Leónidas Lamborghini es el autor del posfacio de Una novela de mil páginas.
Pero el desencanto de Wapner aparece claramente en Interland en la historia del personaje que renunció al “Movimiento de Exaltación”, que creía que “hasta la más minúscula partícula de nuestra tierra roja era una creación suprema, imposible de igualar”. Ese hombre se ha quedado solo, pero sospecha que hay algo muy peligroso en Interland y que “hay cosas más allá, pero algo nos impide conocerlas; no sé por qué, pero eso es lo que nos hace solitarios.”
Me gustaría leer en lo anterior la renuncia a ciertas creencias casi nacionalistas de nuestra autorreferente comunidad literaria. Pero apenas he espiado la obra de Wapner en esta tarde y sería ir demasiado lejos. De todos modos, me gustaría terminar transcribiendo una frase de sus mails sobre Una novela de mil páginas.
“Para aquellos que están allí, apiñados en la misma tierra, es muy difícil concebir que un libro grosso de la literatura argentina pueda venir desde un país tan lejano y puesto en discusión como es Israel.”
enero 24, 2007 a las 6:30 pm
El nacionalismo es una masa, loco.
enero 24, 2007 a las 6:45 pm
la idea de que el nacionalismo es el problema de la Argentina es una idea nacionalista vergonzante, basada en la aspiración de que entre todos lo pueblos del mundo el argentino sea el único no nacionalista. TODOs los pueblos son nacionalistas y está bien que así sea, así es la naturaleza de la psique. Los yanquis, los franceses, los suecos, los chinos, los ruandeses: todos ellos piensdan que su sociedad y su cultura son el centro del mundo. Como el centro del mundo no está en ninguna parte, y menos aún coincide con una ingenua idea cosmopolita, ya anticuada, de «comunidad de naciones», es legítimo ponerlo donde uno nació, ¿no?
enero 24, 2007 a las 7:15 pm
No.
Quintín
enero 24, 2007 a las 8:45 pm
¿Por qué no? ¿Es mejor vivir sin centro?
enero 24, 2007 a las 11:28 pm
Sí, y sin periferia.
enero 26, 2007 a las 6:35 pm
Un libro «grosso» puede venir de cualquier parte; lo que es seguro, nunca, de la opinión de su propio autor. En fin.
febrero 7, 2007 a las 2:56 am
Leí en Chesterton (cito de memoria) que un ‘nacionalismo’ bien entendido, o digerible, digamos, es comprender y respetar que otros amen a su país porque yo también amo al mío. Eso es distinto de pensar que el mío es el centro del mundo. Creo. La clave estaría en el respetar.
Me gustó: «sin centro, y SIN PERIFERIA»
febrero 8, 2007 a las 11:48 pm
Llega un comentario firmado por «Phiama» que se compone de dos partes.
La primera dice:
«El Federer de la supraficción.»
La segunda es la reproducción de un extenso e interesante reportaje a David Wapner que apareció en estos días en monolingua, el blog de Santiago Llach.
No lo reproduciremos aquí, ya que la versión original es más vistosa y fácil de leer.
LLP
febrero 10, 2007 a las 12:14 pm
Superficción.
EL «Realismo» es ficción y más extrema si se quiere que la corriente «extremaficción» -en la que se ubicaría, o funda, la obra de David Wapner-ya que dicha corriente, a mi entender, da cuenta de la realidad mejor que el «realismo» literario y en ese sentido la denominé «supraficción». Gracias por permitirme la aclaración.
febrero 28, 2007 a las 10:57 pm
«Una Novela de Mil Páginas», Editorial Siesta, Buenos Aires,
352 páginas,
Posfacio de Leónidas Lamborghini.
http://www.nacionapache.com.ar/archives/1541#more-1541
marzo 30, 2007 a las 1:46 am
«Interland», de David Wapner, se conseguía hasta hace poquito en la librería Libertador, Corrientes al 1300, por 3 pesos.